Más de cien mil turistas visitan cada año las favelas de Río de Janeiro para comprobar con sus propios ojos cómo se vive allí. Es uno de los nuevos servicios que ofrecen algunas agencias de viaje: el turismo de pobreza.
José A. Fernández Carrasco
Nuevo Diario, Managua, 05 10 07
En su búsqueda de una experiencia «auténtica», como si se tratara de un deporte de riesgo, circulan por los barrios más empobrecidos de las grandes ciudades. Muchas veces lo hacen en jeeps camuflados y no es extraño que los habitantes de estas zonas sientan que están en un zoológico humano. El denominado poorism convierte, de manera vergonzosa, la pobreza que sufren cada día millones de personas en un próspero negocio.
El Favela Tour fue el punto de partida. Turistas europeos y norteamericanos visitan desde hace quince años las favelas de Río de Janeiro. Por unos 60 dólares consiguen su visita guiada con historias de robos, de narcotráfico, de policías corruptos y otras de estos lugares, donde vive un tercio de la población y donde entre 2002 y 2006 el número de niños asesinados duplicó al de niños muertos en la franja de Gaza. Pero la miseria no es un impedimento para los negocios de estas empresas. Al contrario, la han convertido en su gran baza. El ejemplo más claro es el tour por Rocinha, el barrio de barracas más grande de América Latina. Si al principio lo visitaban unas 15 personas al día, ahora cuenta con miles de turistas cada semana que se deleitan con una realidad que para ellos no es más que un espectáculo.
Lo más preocupante es que este modelo de turismo se está expandiendo. En 2005 comenzó en Buenos Aires el Villa Tour, que anima al turista a sobrevivir durante una noche en zonas conflictivas, como la villa 31. Estos servicios se promocionan también en Sudáfrica, India y México, e incluso en ciudades de países industrializados como Holanda y Estados Unidos.
Hay otras modalidades de «reality tours»: los organizados en Tailandia y Sri Lanka tras el Tsunami en 2004, o los que llevaron a muchos turistas a visitar Nueva Orleáns tras el huracán Katrina en 2005. En Sierra Leona hay viajes por zonas restringidas cuyo atractivo reside en la posibilidad de ver explosiones en directo. Y a estos se suma el llamado «turismo piquetero»: algunos jóvenes europeos permanecen durante unos días en Argentina con una familia de piqueteros para vivir las protestas.
Son las múltiples caras del turismo de pobreza que las agencias justifican como una buena forma de ayudar a estos barrios. Aseguran a los turistas que el dinero recaudado será destinado a fundaciones benéficas para proyectos sociales. En cambio, la mayoría de las veces se trata de una farsa y, cuando hay ayudas, éstas no suelen superar el 4% de los beneficios, según un estudio de la Brock University canadiense. Las fundaciones comprueban entonces que la promesa es, como mucho, el falso compromiso con el que guardar las apariencias.
Otro argumento muy defendido por los promotores del poorism es que fomenta la sensibilización respecto a la pobreza; sin embargo, uno se pregunta cómo puede hacerlo si su principal motor es la perversa curiosidad de quienes sólo buscan un espectáculo similar a los que ven día a día en televisión. Como Secret Millonaire, un reality show que la cadena británica Channel 4 emite. Cinco millonarios jugarán a vivir durante diez días en barrios marginales ingleses con el subsidio de desempleo.
El periódico inglés The Guardian publicó un reportaje muy revelador sobre el poorism en Nueva Delhi. «Aquí es donde viven los niños de la calle», explicaba una guía a los turistas mientras sonreía. «No sé por qué la gente viene y nos mira», se preguntaba Babloo, de unos diez años, poco después.
La pobreza es el resultado de un sistema injusto del que somos partícipes y, por tanto, responsables. Todos deberíamos luchar contra ella y, del mismo modo, nadie debería sentirse tan ajeno como para ser un simple mirón y contemplarla sin inmutarse. El turismo es una forma de conocer lugares, personas y culturas, pero no puede ser otro medio más para perpetuar la pobreza. Y menos aún un turismo tan perverso que no respeta ni la dignidad de quienes la sufren.