ELIE WIESEL: La protesta de un creyente

3018

Excepcional documento del premio Nobel de la Paz Elie Wiesel superviviente de los los campos de concentración nazis.



Publicado en Autogestión
18/12/2002

Elie Wiesel (Nobel de la Paz de 1986), nació en 1928, en la ciudad húngara (hoy rumana) de Sighet, en transilvania. Un país de montañas y de bosques, donde se extendió a comienzos del siglo XVIII, en medio de una población muy pobre y humillada, el movimiento
hasídico nacido en Polonia. El hasidismo es un movimiento del judaísmo que sigue la doctrina con tendencia a una religión personal, interior, que reacciona contra el anquilosamiento de una
religión legalista.
A los 15 años de edad, Elie y su familia fueron internados en el campo de concentración de Auschwitz. La misma noche de su llegada, fue separado brutalmente de su madre, y de sus hermanas. Ya nunca volvió a verlas. Habían comenzado para él unos meses de indescriptibles horrores.
Dos hechos marcaron para siempre su alma de adolescente excepcionalmente impresionable.

Aquella primera noche, la columna de los deportados de la que él formaba parte tuvo que pasar cerca de una fosa de donde subían «llamas gigantescas». Dentro se quemaba algo. Se acercó
un camión a la fosa y arrojó su carga: «Eran niños pequeños». Y Wiesel prosigue así: «Nunca olvidaré esta noche, la primera noche en el campo, que hizo de mi vida una larga noche cerrada con siete llaves.
Nunca olvidaré este humo. Nunca olvidaré las caritas de los niños cuyos cuerpecillos vi transformados en torbellinos
de humo bajo un cielo mudo.Nunca olvidaré estas llamas que consumieron para siempre mi fe.Nunca olvidaré este silencio nocturno que le ha arrancado para toda la eternidad el deseo de vivir.
Nunca olvidaré estos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma, y los sueños que tomaron el aspecto de un desierto.
Nunca olvidaré esto, aunque estuviera condenado a vivir tanto tiempo como Dios mismo.
Nunca».

El segundo hecho fue que unos días más tarde «tuve que presenciar la muerte de un niño condenado a la horca «un niño holandés de rostro fino y delicado, parecido a un ángel de ojos tristes.
«Detrás de mi -cuenta Wiesel- un hombre preguntó en voz baja: ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está? Y oí una voz que contestaba dentro de mí: ¿Dónde está? Aquí está.
¡Ahorcado en este patíbulo!».

Los acontecimientos espantosos que siguieron, incluso la larga agonía de su padre, trastornaron menos a Wiesel que estos dos hechos que, como él confiesa, mataron a la vez
«a su Dios y a su alma».
Auschwitz hizo de aquél niño formado en el hasidismo un verdadero «hombre Job del siglo XX». Y plasmaría este aspecto de su personalidad en su primera novela, a la que pondría un título de clara resonancia mística. -¿Cómo no recordar aquí a nuestro San Juan de la
Cruz?-: La noche, con prólogo de Francois Mauriac novelista católico francés que sería su padrino en el mundo de las letras.
«La noche es el problema del mal y una pregunta que nunca tiene respuesta total: ¿Por qué? (…).
Tal vez, Dios se revela al hombre en el silencio que sucede a la tormenta. Dios es el silencio.»
Dice el Talmud que Dios sufre con el hombre. ¿Por qué? Para entender mejor al hombre y para que el hombre entienda mejor a Dios. Y tú quieres sufrir solo. Este sufrimiento te disminuye, está muy cerca de la crueldad».

«La lucha de Jacob, en nuestro tiempo. Este es Wiesel» Elie Wiesel siente una gran admiración por la página del Antiguo Testamento en que se nos narra la lucha del patriarca Jacob. Creo que la razón de esta admiración está en que
Jacob personifica para el «el hombre que lucha, que protesta ante Dios».
Tal vez ocurre que el hombre necesita la lucha para llegar a ser plenamente él mismo, de acuerdo con los versos de Musser: «Nadie se conoce a sí mismo hasta tanto no ha sufrido». Fue la gran lección de la segunda guerra mundial. El mismo Wiesel confiesa que «sin la guerra y sus terribles consecuencias, hubiera sido maestro de Talmud toda mi vida en un pueblecito de montaña». Ciertamente, no hubiera sido el Wiesel que admiramos y del cual el mundo necesita.
Wiesel no puede no creer en Dios, pero no comprende el dolor de su pueblo. Este es su drama interior. Y protesta, como Job, contra el silencio de Dios contra la injusticia, ante el mal que existe en el mundo. Como Job repite: ¿Por qué? Y afirma: «Estoy a menudo contra Dios, pero nunca sin Dios».