Los griegos clásicos son los culpables del endiosamiento de la inteligencia en menoscabo de las manos.
Aquellos filósofos y poetas no se dieron cuenta de que era gracias a las manos (no las suyas, sino manos ajenas) que ellos podían estar ociosos y «filosofar». Y encontraron unas manos que escribieron la exaltación de la labor intelectual como propia de hombres libres, y denigraron las tareas manuales como dignas solamente de esclavos.
Esto me recuerda aquel poema corto de Tagore:
«El hacha le pidió un mango al árbol, y el árbol se lo dio».
Lo cierto es que este criterio se extendió y se petrificó, y aun hoy se habla de profesiones liberales (propias de hombres libres) y de profesiones serviles (propias de esclavos) para designar a los que usan, o no usan, sus manos. Para los «liberales» todos los honores, y para los serviles, todos los menosprecios.