A la violencia de la miseria, consecuencia de la violencia política y económica, en las grandes urbes de Iberoamérica, se le suma la violencia directa de los asesinatos entre jóvenes.
No es, contra lo que pueda parecer una violencia no buscada o no provocada. No se puede entender que principalmente mueran los jóvenes más pobres.
En el año 2008 se han registrado en toda Venezuela 14.500 homicidios. Hasta 127 asesinatos anuales por cada 100 mil habitantes en la capital. Caracas es, con creces, la capital más violenta de Iberoamérica. Y hablamos de cifras que ocultan otros muchos asesinatos que no están etiquetados como tales. Asesinatos que afectan directamente a más de 16 mil familias. Si contamos además a los heridos, hay que hablar de otros 180 mil casos.
La facilidad con la que se accede a un arma de fuego es pasmosa. Pero sobre todo sospechosa de todo menos de casual. La debilidad, la inoperancia o la ceguera de un Estado que se presenta «fuerte», es también cuando menos poco inocente. En un país con unos 27 millones de habitantes se cuentan 12 millones de armas, entre legales e ilegales, en manos de civiles. Sin contar aquí tampoco las de fabricación propia.
La pobreza sólo no es explicación. Hay dos cosas que no faltan nunca en las barriadas de Caracas: las drogas (léase alcohol también) y las armas. Casi todo lo demás, especialmente lo más necesario (trabajo, vivienda, comida, educación, sanidad,…), falta. NO es casualidad. Eso no cuela. Y lo del imperialismo yanki tampoco.
Tampoco es Caracas la única ciudad de Iberoamérica dónde se produce esta guerra sin nombre. Caracas encabeza ahora la lista. Y decimos guerra… porque está claro que así muere más gente que en muchos conflictos bélicos declarados como tales.