En el patio trasero del debate sobre la inteligencia artificial, se cuece nuestro presente y futuro

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Estamos antropomorfizando demasiado a la llamada inteligencia artificial, y esto lleva a graves equívocos, además de ser utilizado para desviar la atención de lo importante.

Para comenzar, podríamos debatir mucho sobre lo que es la inteligencia. Hay expertos que dicen que no podrían definirla, pero sí pueden identificarla al dialogar con otra persona y no con un robot…

De lo que estamos hablando ahora es de la inteligencia artificial entendida como un conjunto de tecnologías –no es una cosa monolítica– que permiten emular, a través de las máquinas y algoritmos, algún tipo de comportamiento, como llevar a cabo tareas, resolver problemas o ayudar en la toma de decisiones que requieren «inteligencia».

Desde luego la inteligencia del ser humano (ser que ejerce su voluntad, su afectividad, su entendimiento, que atiende a su conciencia, que empatiza con los demás…), no tiene nada que ver con la IA.

Ramón López de Mántaras, fundador y director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del CSIC en Barcelona, afirma cuando se le plantea en una entrevista de ESADE (José María Lasalle) que:

En mi opinión, por muy general que llegue a ser una inteligencia artificial, por muy multitarea que sea, nunca será igual a una inteligencia humana. Existe incluso un libro que se titula How the body shapes the way we think, eso es, cómo el cuerpo conforma nuestra forma de pensar. Cabe afirmar que, de hecho, la inteligencia depende del cuerpo donde está situada. Acaso haya filósofos que estén en desacuerdo conmigo en este punto, pero yo pienso que es así: para mí, la corporeidad es importante en la capacidad inteligente. Y ello enlaza con la fenomenología de Heidegger: el cuerpo, con todos sus deseos, emociones, etc.

Yo creo, por ejemplo, que si en lugar de andar sobre dos piernas anduviéramos sobre cuatro patas, si tuviéramos visión ultravioleta o infrarroja, en lugar del espectro de visión actual, y no sé cuántos tipos de sensores distintos; si captáramos nuestra visión del mundo a través de un sistema sensorial distinto del que tenemos, no tendríamos el cerebro que tenemos. Estoy convencido de que todo ello influye enormemente en todo el desarrollo cognitivo de un ente, de un ser vivo, en ese caso.

Cualquier máquina, por muy sofisticada y capaz que sea para realizar múltiples tareas y resolver problemas complejos en un amplio espectro de situaciones distintas, no es un dispositivo biológico. Y, aunque en el futuro, utilizando otras tecnologías distintas de las de ahora, no sabemos cómo llegará a ser, no sé si llegaremos a tener replicantes del tipo Blade Runner, que sean diseñados genéticamente, producto de la biotecnología, pero de carne y hueso.

En el patio trasero se construye nuestro presente y futuro

El temor a la implantación de una superinteligencia que sustituya hipotéticamente a la inteligencia humana nos distrae de otros problemas reales derivados de la inteligencia artificial, como las amenazas a la privacidad, la vigilancia masiva de la ciudadanía, la regulación del reconocimiento facial, el reconocimiento biométrico o las armas autónomas letales.

Es una idolatría que se asienta en la esperanza de una superinteligencia que nos solucione todos los problemas (salud, política, gestión del tiempo…), con promesas incluso de situar nuestros recuerdos en la nube, para que nuestros nietos los lleguen a disfrutar.

Mientras esto transcurre, se facilita que en el patio de atrás se realice la cocción de la gran conquista del ser humano, ahora en el presente. Esto está sucediendo porque existe un claro desacoplamiento entre política, y las decisiones sobre el control de esta actividad ¡humana! que programa los algoritmos que rigen nuestras vidas.

Y en este patio, en la primera fila, se sitúan los defensores del transhumanismo, que esperan que la singularidad tecnológica supere al ser humano, haciendo de este un mal menor en la historia. Un mal menor incapaz de gobernarse, de gestionar su vida, de respetar a la «madre tierra»; una negación en toda regla del ser humano.

¿A quién se fía entonces la gobernanza? ¿Estaremos en frente de estas tendencias?

Redacción solidaridad.net