En 2017, tras escribir un artículo sobre los pronombres neutros impuestos por la ideología de género, la periodista del Wall Street Journal Abigail Shrier recibió cientos de respuestas de padres preocupados por la actitud de sus hijas adolescentes, que decían ser transgénero sin haber tenido antes síntomas de ningún tipo. Esta periodista comenzó a investigar el tema, y se encontró con que por todo el país brotaban como setas después de la lluvia numerosos casos de chicas muy jóvenes que iniciaban la “transición de género”. Tenían un patrón común: jamás en su primera infancia habían expresado disconformidad con su cuerpo femenino, y todas empezaban este camino acompañadas por otras amigas. Así fue como se gestó su libro Un daño irreversible (Deusto, 2020), considerado por The Economist uno de los mejores títulos del 2020.
En el libro explica que el término para definir estos casos es “Disforia de género de inicio rápido”. ¿En qué consiste?
Es un contagio social. Vemos a una adolescente que tiene problemas mentales como malestar, ansiedad, depresión… Bucea en internet para entender el porqué de su tristeza y los expertos, tanto en su colegio como en las redes sociales, le dicen que si se siente así es porque no es realmente una mujer, sino un hombre atrapado en ese cuerpo. Y que encima tiene solución: puede convertirse en chico si así lo desea. La idea es atractiva, porque se lo dicen en plena pubertad: “Puedes escapar de tu cuerpo cambiante que no te gusta y que te da tantos problemas”. Le están vendiendo una mentira, ya que los tratamientos hormonales y las cirugías para el cambio de sexo en la mayoría de los casos producen daños irreversibles, como la esterilidad o disfunciones sexuales irreparables.
¿Por qué nadie les dice a estas chicas que busquen más opciones para solucionar sus problemas?
Muchas de estas adolescentes ya están en tratamiento por ansiedad o depresión, pero en cuanto se menciona la palabra “género” se para la terapia, y todo el mundo se sube al carro de “la transición” porque es “la solución”.
¿Y los padres cómo lo afrontan?
Los padres están muy asustados, no confían en su propio criterio, pues les han convencido de que si dicen algo son unos ‘tránsfobos’. Cuando tratan de frenar el tratamiento reciben amenazas. Les dicen que pueden perder su trabajo o la custodia de su hija. Y estas niñas se han quedado sin nadie con cierto sentido común a quien acudir.
Abigail Shrier, autora de «Un daño irreversible»
¿Se ha encontrado a chicas arrepentidas de haber aceptado terapias para cambiar de sexo?
¡Una tasa altísima! He recibido cientos de mensajes de niñas que quisieran volver atrás y no pueden. En Reddit [foro de internet muy popular entre adolescentes y jóvenes] hay una sección llamada “detrans”, donde hay muchísimos jóvenes explicando cómo y por qué se han arrepentido de su transición. Cuando escribí el libro, había unos 7.000 miembros inscritos en esta sección. Un año después de la publicación había ya 17.000 miembros. [Al cierre de esta edición cuenta ya con más de 37.000 miembros]. El gran problema es que muchas de las intervenciones que requiere la transición no pueden deshacerse. Además, una chica puede ponerse testosterona para parecer más masculina y su seguro se lo costeará a un precio muy bajo para ella, pero si luego se arrepiente y quiere ponerse otro tratamiento para revertir los efectos del primero, tendrá que pagarlo de su bolsillo.
¿Cómo hemos llegado a este punto?
Hemos aprendido a apoyarnos en los expertos educativos, en los “gurús”, y ante cualquier duda nuestros hijos visitan al terapeuta. Hemos prescindido del sentido común; hemos echado a los abuelos de casa y eliminado su influencia y perspectiva. Los expertos nos han convencido de que no podemos fiarnos de nuestro criterio.
¿Cree que los lobbies LGTBI se han aprovechado de esta situación?
Se han adueñado de todas las profesiones en EE. UU. y de todas las organizaciones médicas. Esto ha ocurrido porque había una minoría comprometida con su activismo, y una mayoría moderada que no quería problemas y les ha cedido el terreno. Y esto seguirá así hasta que aparezca una oposición decidida y firme. Algo parecido ha pasado en los colegios: los padres creían que para evitar el acoso a los niños gay, podía ser conveniente crear clubes para ellos, y entonces llegaron las asociaciones LGTBI y montaron estos clubes, y comenzaron a dar clases en educación primaria sobre lo que significa ser transexual. Ahora enseñan a los niños todo el “catálogo de orientaciones sexuales” . Y todo con la misma excusa: prevenir el acoso escolar.
En España se está gestando una “Ley Trans” que, entre otras cosas, prohíbe que se realice cualquier tipo de terapia que no sea afirmativa, aunque el paciente la solicite.
Estáis siguiendo los pasos de nuestro país, lo cual es un grave error. En Norteamérica todos los terapeutas que atienden a las chicas que dicen tener disforia de género son activistas de la causa. A terapeutas que usan su juicio profesional y sugieren que hay algo más, aparte de disforia, se les amenaza con quitarles la licencia. Es una terrible violación de la libertad de expresión. No caigáis en este sinsentido.
Después de escribir este libro, ¿ha sufrido la cultura de la cancelación?
Sí, y es muy duro porque honestamente no esperaba que nos atacaran a mí y a mi familia con tanto odio. Te conviertes en un no deseado. Ves cómo te echan de ciertos foros y ves que tu nombre resulta incómodo. Pero aun así ha valido la pena dar este paso. En algún momento de tu vida tienes que decidir si haces algo para cambiar lo que está mal o te quedas sentado como un esclavo al que le indican lo que debe decir y cómo debe pensar… Al final, creo que todo esto ha sido positivo, porque mis hijos tienen que saber que no importa lo que otras personas digan sobre ti para decidir cómo actuar. Nadie puede quitarnos la libertad.