Aviones españoles descargan armas en Kinshasa o Kigali. La embajada española sabe muchas cosas
Fuente: La Vanguardia
Bruno Miteyo (Katanga, RD Congo, 55 años) concentra el discurso en la pobreza y la educación. Habla de forma pausada, seleccionando las palabras, y sólo se detiene a veces, cuando se le ensombrece el rostro. Es evidente que ha visto muchas cosas: como responsable de Cáritas, lleva años asistiendo al horror en la República Democrática de Congo, donde cuatro fuerzas combaten desde 1996. «¿Acaso ha estado usted alguna vez en Kinshasa?, ¿conoce a algún europeo que lo haya hecho? -se pregunta-. Tal vez ahí tenga la clave: el nuestro es otro gran conflicto olvidado…».
Y mientras, prosiguen las matanzas…
Hace dos años, cuando estuve en Madrid, anuncié que había habido cuatro millones de muertos en el Congo. Ahora ya hay cinco millones. No quiero volver dentro de dos años y hablar de seis.
Cinco millones, y apenas se habla de eso.
Hace algunos meses, anuncié que parte del ejército rebelde ruandés había utilizado los machetes para asesinar a mil personas en una aldea.
Eso salió en los papeles.
Es cierto: lo hizo durante dos días. En aquellas fechas, se supo que un avión estadounidense había practicado un aterrizaje forzoso en el río Hudson. Esa historia se perpetuó durante tres semanas. La prensa profundizó en todos los detalles de ese accidente. Y lo nuestro pasó de largo.
Se trata de ciudadanos de segunda clase.
Y están los dictadores: ellos no dejan que las cámaras entren en el país. Hay periodistas arrestados y condenados. Se viola su libertad sistemáticamente.
Llegan algunas imágenes de refugiados en Kivu Norte.
En los últimos seis meses, ha habido 1.500.000 desplazados. ¿Se imagina? Es como un país entero caminando por los senderos.
¿Adónde van? ¿Qué buscan?
Comida y seguridad. No pueden regresar a sus campos porque los matarán o los violarán. Comen una vez al día. Se detienen en los campos, o donde les acoge alguna familia. Y los violentos llegan detrás.
Algunos de esos violentos son críos.
Niños de diez años. El LRA (Lord´s Resistance Army, de Uganda) busca reclutas de esas edades. Los jefes rebeldes les dan drogas. Les dicen: si quieres sobrevivir, debes violar a una niña de cinco años. Si quieres ser valiente, debes matar a una mujer y comerte su corazón. Y los arman.
¿De dónde salen esas armas?
Las veo en los aeropuertos, en Kinshasa o en Kigali. Veo los Airbus 333 aterrizando. Son aviones belgas, franceses o españoles. Descargan los contenedores.
¿Está seguro de que allí llegan las armas?
Me acerco, les pregunto. «Es mi negocio», me responden.
¿España está en ese negocio?
La embajada española sabe muchas cosas. Pregunte allí. Hace dos años, cuando hubo combates entre el presidente (Joseph Kabila) y el ex vicepresidente (Jean Pierre Bemba), los milicianos bombardearon ese edificio.
En todo este tiempo, ¿qué ha perdido usted?
Muchísimos amigos. Barrios enteros. Yo estoy en peligro allí. Pero no me importa: quiero contar esta historia.
¿Le han perseguido?
En 1997, cuando llegó Kabila padre (Laurent) desde Ruanda, tuve que caminar 800 kilómetros en tres semanas. Fui un refugiado. Los soldados me lo robaron todo, me dispararon al oído. Vi cómo asesinaban a muchos otros.