La muerte del 20% de los 10.017 sacerdotes polacos que había al inicio de la segunda guerra mundial (incluidos cinco obispos) parece haber sido olvidada por muchos libros de historia, reconoce un obispo que sobrevivió a las torturas del campo de concentración de Dacha. Entrevista con monseñor Kazimierz Majdanski, arzobispo emérito de Stettino-Kamien. Para recordar el testimonio de aquellos hombres, la Iglesia católica en Polonia celebró el 29 de abril la Jornada del martirio del clero polaco durante la segunda guerra mundial.
VARSOVIA, domingo, 2 mayo 2004 (ZENIT.org).- La muerte del 20% de los 10.017 sacerdotes polacos que había al inicio de la segunda guerra mundial (incluidos cinco obispos) parece haber sido olvidada por muchos libros de historia, reconoce un obispo que sobrevivió a las torturas del campo de concentración de Dacha.
Monseñor Kazimierz Majdanski, arzobispo emérito de Stettino-Kamien, fue arrestado por los nazis cuando era alumno del seminario de Wloclawek, el 7 de noviembre de 1939, junto a otros alumnos y profesores del seminario, y encerrado en el campo de concentración de Sachsenhausen, en un primer momento, y de Dachau, después.
En Dachau fue sometido a criminales experimentos pseudocientíficos. Tras la guerra, fue ordenado sacerdote en París. Sus superiores le enviaron después a continuar sus estudios en Friburgo (Suiza). Al regresar a Polonia, fue nombrado vicerrector del seminario, obispo auxiliar de Wroclawek y arzobispo de Stettino-Kamien.
Participó en las sesiones de trabajo del Concilio Vaticano II y en 1975 fundó el pionero Instituto de Estudios sobre la Familia en Lomianki.
Para recordar el testimonio de aquellos hombres, la Iglesia católica en Polonia celebró el 29 de abril la Jornada del martirio del clero polaco durante la segunda guerra mundial.
En esta entrevista concedida a Zenit, Vladimir Redzioch recoge el testimonio del arzobispo Majdanski.
–Excelencia, ¿por qué le arrestó la Gestapo justo al inicio de la guerra?
–Monseñor Majdanski: Fui arrestado, al igual que otros alumnos y profesores del seminario, porque llevaba sotana. Los alemanes que nos arrestaron no nos preguntaron nuestras señas (lo hicieron después, en la prisión). Se puede decir, por tanto, que fui arrestado como sacerdote católico.
–¿Cómo era la vida en el campo de concentración de Dachau?
–Monseñor Majdanski: En la entrada del campo, estaba escrito «Arbeit macht frei» («El trabajo hace libres»), pero en realidad el trabajo inhumano en el frío del invierno y en el calor del verano, con insuficientes razones de comida, con golpes y humillaciones, buscaba destruir al hombre.
Al final, cuando la persona ya no era capaz de trabajar, era conducida con los así llamados «transportes de los inválidos» en las cámaras de gas.
–Usted fue uno de los prisioneros que fueron sometidos a experimentos médicos.
–Monseñor Majdanski: Sí. En Dachau un tal profesor Schilling hacía pseudoexperimentos científicos. En pocas palabras, experimentaba con los prisioneros la reacción del hombre a las diferentes substancias que nos inyectaban.
Antes de ir a someterme a los experimentaos, había pedido a mi profesor del seminario que informara a mis padres de mi muerte y le dejé mi «tesoro», dos rebanadas de pan duro.
Si sobreviví, fue un auténtico milagro. Por desgracia, el padre Jozef Kocot, mi compañero de habitación, profesor de filosofía en el seminario, murió en silencio, sufriendo de manera inenarrable.
–¿Qué significaba para ustedes, sacerdotes, el campo de concentración?
–Monseñor Majdanski: Creíamos que habíamos vuelto a los tiempos de Nerón y Diocleciano, a los tiempos del odio por el cristianismo y por todo lo que representaba el cristianismo. El campo de concentración era la encarnación de la civilización de la muerte: no es casualidad que en los uniformes de los alemanes había calaveras.
Nuestros verdugos alemanes blasfemaban contra Dios, denigraban a la Iglesia y nos llamaban los «perros de Roma». Nos querían obligar a ultrajar la cruz y el rosario. Para ellos no éramos más que números que había que eliminar.
Nos quedaba la alianza con Dios, la oración recitada a escondidas, la confesión sin que nos vieran. Echábamos mucho de menos la Eucaristía. En esta «máquina de muerte», los sacerdotes eran llamados al sacrificio de la vida, a ser fieles hasta la muerte.
El padre Stefan Frelichowski y el padre Boleslaw Burian crearon una especie de alianza en la que sus miembros se comprometían a soportar de la manera más coherente con el Evangelio todas las humillaciones y sufrimientos del campo, y ha rendir cuentas de todo ello a la Virgen a las nueve de la noche.
El padre Frelichowski, cuando estalló la epidemia de tifus, se ofreció como voluntario para servir a los enfermos. Murió dando la vida por los demás, como san Maximiliano Kolbe (canonizado por el Papa).
–¿Vio morir a muchos compañeros?
–Monseñor Majdanski: Murieron la mitad de los sacerdotes polacos encerrados en Dachau. Vi cómo morían muchos sacerdotes de manera heroica. Fueron fieles a Cristo, quien había dicho a sus discípulos: «Seréis mis testigos». Morían como sacerdotes católicos y como patriotas polacos.
Algunos hubieran podido salvarse, pero ningún negoció pactos: en 1942, las autoridades del campo ofrecían a los sacerdotes polacos la posibilidad de un trato especial, a condición de que declararan su pertenencia a la nación alemana. Ninguno dio el paso adelante.
Cuando al padre Dominik Jedrzejewski le ofrecieron la libertad si renunciaba a sus funciones sacerdotales, serenamente respondió «no». Y murió.
El martirio del clero polaco durante el infierno nazi fue una página gloriosa de la historia de la Iglesia y de Polonia. Es una pena que se haya cubierto con un velo de silencio.