ENTREVISTA AL PADRE GUSTAVO GUTIÉRREZ

2185

La mayor violencia en el Perú es la pobreza y marginación. Su palabra franca siempre es importante para que los peruanos podamos conocernos a nosotros mismos. Aquí se refiere a la Comisión de la Verdad, la pobreza, la globalización y los problemas de identidad nacional.

Perú, domingo 10 de abril de 2005
La Republica

Grover Pango Vildoso (*).

–¿Qué lecciones fundamentales nos deja el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación?

–Considero que el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación es un jalón muy importante en la vida del país. Partiendo de esos terribles años de violencia nos ha puesto cara a cara frente a los enormes desencuentros que hemos vivido a lo largo de nuestra historia y las profundas e injustas desigualdades sociales que marcan nuestro país.

Inició el esfuerzo por saber lo que realmente ocurrió en ese tiempo, como el número y los sectores sociales de las víctimas de esos hechos. Pero, además, ha tenido la lucidez y el coraje de señalar las causas coyunturales y las permanentes de lo sucedido.

Ha dado, a la vez, la palabra a las personas más abandonadas del país que han podido expresarse públicamente (menos ampliamente, ante la reticencia de importantes medios de comunicación, de lo que hubiese sido necesario), relatando, en quechua, en aimara y en lágrimas, las vejaciones de que fueron objeto.

–¿Cómo construir una cultura de paz en un país atravesado por la violencia estructural?

–Sin duda la pobreza y la marginación son la mayor violencia que se vive en el Perú. «Violencia institucional» fue llamada por la Conferencia Episcopal Latinoamericana en Medellín (1968) y la calificó como inhumana y antievangélica. No hay auténtica y duradera paz sin justicia social. Lo demás es cosmético o contraproducente. Permítame decir que la relación justicia y paz es uno de los grandes temas de la Biblia. Es algo en lo que debemos insistir, un asunto que debe inspirar programas educativos, sobre todo ante la desilusión y el escepticismo que lo experimentado en las últimas décadas ha provocado en la población, incluso en los jóvenes.

Queda mucho por hacer, en el terreno educativo, en el conocimiento y la reflexión del aporte de la Comisión de la Verdad sobre la construcción de una paz basada en la justicia social. Aporte que es más un punto de partida que de llegada.

–¿Qué relación existe entre pobreza, dignidad y ciudadanía en el Perú?

–Una de las cosas que más golpea en el Perú de hoy es la poca valoración de la vida humana. Una de las peores secuelas de los años de violencia es la «senderización mental» de tantos peruanos que manifiestan un gran desprecio por la vida. Se trata, sin embargo, del primer derecho humano, elemento central de la dignidad de cada uno. Precisamente la pobreza, tal como la encontramos entre nosotros, es un atentado contra ese derecho. Pero también lo fueron las criminales acciones terroristas y la, desgraciadamente, desmedida violencia represiva que provocó.

El segundo gran derecho humano es la libertad, la condición de cada uno de ser sujeto de su propio destino, no se trata de ser la voz de los sin voz, sino de que quienes hoy no tienen voz la tengan. El ejercicio y el reconocimiento de ambos derechos (vida y libertad) hacen de las personas miembros plenos de la sociedad, ciudadanos.

–¿Qué vinculación –y de qué tipo– existe entre globalización y pobreza?

–Creo que es necesario distinguir entre la globalización como hecho histórico, resultado de muchos factores que han proporcionado una facilidad de información y de comunicación desconocidas hasta hace poco, del modo como es implementada hoy. Estar contra la globalización es como estar contra la energía eléctrica, percibir su ambivalencia no debe hacer olvidar su enorme potencial de humanización.

Al mismo tiempo, no podemos sino rechazar una globalización puesta al servicio de los privilegios de unos pocos, que ha hecho crecer la distancia entre naciones ricas y naciones pobres, y la distancia entre personas ricas y pobres al interior de los países. Una globalización que busca imponer aquello que se ha llamado un pensamiento único y que creó formas terribles de exclusión, haciendo de miembros de numerosas poblaciones personas desechables. Ella es hoy, en concreto, una de las mayores causas de la pobreza.

–¿Qué es ser ciudadano hoy en el mundo?

–Tener capacidad de participar plenamente en la orientación del país en que se vive. Saber, para citar a N. Bobbio, dónde, quiénes y por qué se toman las decisiones que afectan a todos y sobre las cuales todos tienen una palabra que decir. Algo que, si bien nunca vivimos plenamente, fue borrado del país en la última década del siglo pasado, con las consecuencias que vemos en nuestros días. He hablado del Perú, pero como su pregunta lo insinúa, hay que ir más allá de sus fronteras.

Los derechos del ciudadano tienen, en tanto que persona humana, cada vez más una dimensión universal. Es bueno recordarlo, por ejemplo, ante el fenómeno de la migración contemporánea cada vez más masiva y ante las dificultades que encuentran los inmigrantes hoy.

–¿Vivimos una crisis en el país? ¿De qué tipo? ¿Desde cuándo y hasta cuándo?

–Siempre me han llamado la atención las frases con que peruanos ilustres han «fotografiado» al país: «Un Perú legal y un Perú profundo», «Un país adolescente», «La unidad peruana está por hacer», «Perú, problema y posibilidad», «País impaciente por realizarse», «País de todas las sangres». Esas y otras expresiones semejantes revelan la existencia de viejos problemas en cuanto a la identidad nacional, y a nuestras posibilidades como nación, que pese a todo seguían siendo afirmadas.

Sin embargo, es innegable que en los últimos tiempos las cosas han empeorado. En gran parte por la violencia mencionada, nacida en el caldo de cultivo de la pobreza y del ancestral olvido de una gran parte de la población, así como de un mesianismo criminal. A esto debe añadirse el sistemático intento de destrucción de la ya débil institucionalidad del país en la última década del siglo pasado y el no menos sistemático uso de la mentira como instrumento político. Todo eso ha provocado una desconfianza muy grande en la participación política y en la convivencia democrática; creando, a la vez, en muchos, una actitud de «no se puede creer en nadie» y de «sálvese quien pueda» que erosiona la vida del país.

–¿Desde dónde es posible alimentar la esperanza en nuestro país?

–¿Hasta cuándo? Terminaba diciendo la pregunta anterior. Nadie puede decirlo con certeza. Pero es claro que los motivos de esperanza no llegarán en paracaídas de Marte. Debemos forjarlos nosotros mismos. Cometido inmenso, es verdad; pero también pequeño, paciente y cotidiano. En esto la educación, tanto en su sentido más amplio como en el más preciso, es decisiva.

No es, sin embargo, una tarea que deba comenzar de cero. En medio de todos nuestros problemas hemos podido ver personas que se han jugado la vida en la defensa de los más pobres del país y de sus derechos más elementales ante las diferentes violencias vividas, asociaciones de pobladores (en esto las dirigidas por las mujeres pobres se llevan la palma) luchando por alimento y educación para sus hijos y familias, esfuerzos por tener diagnósticos precisos de nuestros males sociales. Todo eso permite pensar que es posible luchar para que todos los nacidos en este territorio puedan considerarlo, justamente, como el lugar donde nacieron, como su nación. Pero no olvidemos que el futuro no llega, lo hacemos.

–¿Por qué se van los jóvenes de nuestro país? ¿Se puede hacer algo para impedirlo? ¿Se debe?

–Sin duda la frustración y el desempleo juegan un papel capital en esto. Además, no es algo que solo concierne a los jóvenes, también a personas de más edad. Pero sin duda hay otros factores que intervienen. Es el caso de la atracción que ejercen países ricos que requieren personas competentes y ofrecen posibilidades profesionales y de condiciones de vida a personas que se capacitaron en, y a costa de, los países pobres; también hay una migración de este tipo (son, por ejemplo, miles los médicos peruanos que ejercen en los Estados Unidos).

No obstante, si bien lo económico es una razón poderosa, cuenta enormemente también la desazón que produce en muchos la situación de un país que no parece capaz de encontrar un rumbo apropiado para salir de sus grandes problemas. Pienso que aquí puede tener un papel importante la educación de los jóvenes en materia de responsabilidad y solidaridad sociales; pero, indudablemente, si el estado de cosas económico y político continúa y si sigue el actual descuido del Estado por lo referente a la educación, esa tarea será muy difícil.

(*) Coordinador general del Foro Latinoamericano de Políticas Educativas-FLAPE.



Vinculado con la teología y la justicia social

1. El padre Gustavo Gutiérrez (1928) es un peruano ampliamente conocido, sobre cuyo pensamiento es indispensable referirse cuando se trata de temas teológicos y su vinculación con la justicia social. De seguro un hito sobre estos críticos asuntos lo constituye la ‘Teología de la Liberación’ (1971), al que han seguido notables reflexiones y escritos que le han valido muchos reconocimientos y no pocas dificultades.

2. Entre los galardones recibidos, al serle otorgado el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003, la decisión del jurado se sustentó en su «preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje».

3. Actualmente el padre Gustavo Gutiérrez alterna sus tareas especialmente entre Europa y nuestro país. Ha tenido la gentileza de hacerse un espacio para atender nuestras inquietudes, sin duda porque los temas de ética, ciudadanía y paz tienen una profunda raíz en lo educativo y surcan la preocupación de nuestro continente. En las reflexiones de Gustavo Gutiérrez se pueden encontrar instrumentos para mejor comprender la realidad de nuestros tiempos.