Eritrea: Demencia totalmente militarizada

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Imaginad un pequeño país, del tamaño de Massachusetts, sin suelo arable, o cultivos permanentes, ni algún bosque. El desierto rocoso está por doquier y baja directamente al mar.

Para “animarse”, existe el punto más bajo de la superficie terrestre, en África (y el tercero más bajo en la tierra); un espectral lago en un cráter llamado ‘Lac Assal’ (−155 m). Y hay innumerables formaciones rocosas, desnudas, hostiles y atemorizantes.

Este pequeñísimo país ocupa uno de los sitios más estratégicos de la tierra, por lo menos desde el punto de vista de los intereses geopolíticos de Occidente. Está ubicado entre Somalia, Etiopía y lo que se llama frecuentemente la “Cuba africana”, la desafiante Eritrea. A solo 19 kilómetros al otro lado del punto más estrecho del Mar Rojo, enfrenta la Península Arábiga y Yemen.

La capital de Yibuti también se llama Yibuti. En ella viven dos tercios de la población. Pero en realidad toda el área, alrededor de la capital, es una inmensa dispersión de bases militares occidentales, así como de innumerables instalaciones que las sirven.

Hay barracones construidos para legionarios franceses, una base naval francesa, una base militar estadounidense y un enorme aeropuerto militar para las fuerzas aéreas occidentales y aliadas, usado por países que están tan distantes de África como Japón y Singapur.

Mientras tanto, la basura salpica el desierto desde la frontera con «Somalilandia» al centro de la ciudad. La omnipresente presencia militar occidental no parece tener casi ningún impacto positivo en el país; Yibuti tiene uno de los más bajos HDI (Índice de Desarrollo Humano de UNDP) del mundo; el puesto 151 de los 178 países estudiados. Más de la mitad de la población está desocupada y cerca de la mitad es analfabeta. La esperanza de vida promedio en Yibuti es de 43 años.

Es un mundo brutal, militarizado, agresivo y definitivamente no está en paz consigo mismo. Un pequeño país musulmán, con un millón de habitantes aproximadamente, que ha vivido durante años básicamente de ser una especie de estación de servicio para legiones extranjeras y tropas de combate regulares. Lo único que le ha dado fama es que permite que los extranjeros controlen el Mar Rojo, que está a la puerta de Somalia y Yemen, que ayuda a mantener la presión sobre Eritrea y a vigilar Etiopía.

Técnicamente, Yibuti obtuvo la independencia de Francia en 1977, pero en la práctica sigue estando totalmente bajo la esfera de influencia francesa y occidental.

Según el informe del Departamento de Estado de EE.UU. del 21 de agosto de 2013:

Yibuti está ubicado en un punto estratégico dl Cuerno de África y es un socio clave de EE.UU. en la seguridad, estabilidad regional y esfuerzos humanitarios en el gran Cuerno. El Gobierno de Yibuti ha apoyado los intereses de EE.UU. y adopta una posición proactiva contra el terrorismo. Yibuti alberga una presencia militar estadounidense en Camp Lemonnier, una antigua base de la Legión Extranjera francesa en la capital. Yibuti también ha permitido que los militares de EE.UU., así como otros militares con presencia en Yibuti, tengan acceso a sus instalaciones portuarias y al aeropuerto.

Yibuti es un lugar en el que miserables carretones tirados por seres humanos se pueden ver al lado de vehículos y equipamiento militar destartalados, en medio del desierto. Es el sitio en el que en el Hotel Sheraton observé la sala de desayuno repleta de soldados alemanes uniformados y cocineros militares sirviéndoles comida.

Es un país con una de las tasas de mortalidad infantil mayores del mundo, donde muchas mujeres todavía sufren el horror de la mutilación genital. ¡Nuestro lugar apropiado! ¡Un buen aliado! ¡Un buen Estado cliente!

Mientras abandonaba el país, con el avión de Kenyan Airways esperando en la pista de aterrizaje, mi pasaporte y la tarjeta de embarque fueron controlados en varias ocasiones. Antes de la salida todo se volvió ridículo: mientras dos funcionarios, uno uniformado y el otro vestido de civil, vigilaban a una distancia de solo un metro entre ellos.

“¿Me espera más de esto?” pregunté sarcásticamente.

Un soldado de casi dos metros de alto, inmediatamente me saltó encima. Me lanzó con mi cámara contra un muro de hormigón y destruyó los objetivos, todo a plena vista de los demás pasajeros y de la tripulación keniana. Traté de defenderme.

“Deténgase y camine hacia el avión… Quédese tranquilo… O lo va a matar”, murmuró un hombre de civil. No tenía idea de quién era, pero probablemente me salvó la vida.

No hay otro lugar en la Tierra como Yibuti. ¡A Dios gracias que así sea!

Autor: Andre Vltchek