A cualquier indio le resulta familiar el nombre de esa ciudad porque está en las cajas de cerillas, cohetes, bengalas y petardos que se venden en toda la India. Lo que es menos conocido es que esos productos han sido fabricados por las manitas de miles de niños y niñas que deberían haber estado en el colegio o jugando en vez de hacer eso por 50 céntimos al día.
Vivimos en una época en la que recibimos muchísima información cada día. Así logramos enterarnos de los problemas y tragedias del mundo de una manera muy detallada. Sin embargo son muy pocos los que se toman la molestia de seguir la realidad de una determinada tragedia y ver como se refleja en los medios de comunicación a lo largo del tiempo. Si hiciéramos esto nos daríamos cuenta de que muchos problemas siguen su curso incluso cuando se ha dejado de hablar de ellos. Otra cara de esa misma moneda es que hay tragedias y calamidades que simplemente no alcanzan a verse reflejadas en los titulares de los noticieros. Precisamente por ese escaso valor como noticia de portada, el resultado es que esos problemas en la práctica «no existen». En la India, por ejemplo, cuando no se habla de una cosa, esa cosa no existe.
En el sur de la India, en una zona árida del estado de Tamil Nadu hay una ciudad llamada Sivakasi conocida en toda la India por la fabricación de cerillas, fuegos artificiales y petardos. A cualquier indio le resulta familiar el nombre de esa ciudad porque está en muchas de las cajas de cerillas que se utilizan diariamente, y también en las cajas de cohetes, bengalas y petardos que se venden en toda la India durante las fiestas religiosas. Lo que es menos conocido es que un porcentaje muy alto de esos productos ha sido fabricado a mano por las manitas de miles de niños y niñas que deberían haber estado en el colegio o jugando en vez de hacer eso.
Muchos de estos niños y niñas no tienen a sus padres en Sivakasi. Son de familias pobres, de las castas más deprimidas de la sociedad. Mientras sus padres malviven en zonas rurales piensan que es un honor que sus hijos e hijas «vivan en la ciudad».
Pero Sivakasi no es realmente una ciudad, su aspecto es de pueblo grande nada sofisticado. Solamente su relativamente mayor tamaño y el aspecto caótico y abarrotado de las calles la distinguen de los pueblos grandes de la zona. Además, esa vida en la «ciudad» es un pobre sustituto para la ausencia de juego y vida en familia. Los niños y niñas de las fábricas de Sivakasi y de la vecina Sattur duermen en chabolas trabajando todo el día. La dieta es monótona, basada en arroz y lentejas amarillas, y los sueldos raramente sobrepasan unos 50 céntimos de euro diarios.
De vez en cuando en la prensa del Sur de la India aparece un artículo sobre los «child workers» (trabajadores infantiles) de Sivakasi. En algunos se comenta, por ejemplo, que los cohetes que fabrican con sus manitas contienen substancias venenosas, como ciertos productos que dan color azul o rojo a las estelas de los fuegos de artificio. Pero tales noticias de la prensa o comentarios de televisión desaparecen tan rápidamente como han aparecido, sin haber provocado ninguna reacción.
Se han dado también situaciones en las que se habla de niños trabajando de Sivakasi como reacción a «ciertas preocupaciones del extranjero». Eso sucedió cuando un equipo de cineastas coreanos filmaron a los niños y niñas de Sivakasi, incluyendo imágenes y entrevistas a los que habían padecido accidentes debido a la peligrosidad de las substancias que manipulaban. La película causó impresión en Corea, sobre todo los testimonios de los niños y niñas deformados de por vida y también por la alegría espontánea que reinaba en los lúgubres lugares de trabajo a pesar de las tragedias.
La reacción de la prensa india es con mucha frecuencia defensiva. Se arguye que es una costumbre local que los niños y niñas trabajen; cosa cierta. Es verdad esos esclavos infantiles, de los que se calcula que hay unos seis mil en Sivakasi, provienen de castas desposeídas de zonas rurales muy austeras, frecuentemente castigadas por la sequía. Sin embargo no se habla de la falta de verdadera protección que sólo la familia puede dar, de la falta de educación y juego y de la vulnerabilidad de los niños y niñas al envenenamiento, a los abusos sexuales por parte de los supervisores y a otros muchos riesgos que se silencian.
El silencio impera. Algunos representantes del gobierno del estado de Tamil Nadu o de las industrias afirman incluso que lo de los «trabajadores infantiles» es un invento y que no hay ningún niño ni niña trabajando en sus fábricas. Naturalmente esa es solamente una media verdad ya que las chabolas en donde se fabrican gran parte de las cerillas y petardos que se producen en Sivakasi y Sattur son empresas subcontratadas que suministran los productos acabados y empaquetados a las empresas principales para su distribución. Si la empresa principal no lo sabe es porque la esclavitud infantil es una realidad que no conviene. Así van pasando los años y la cosa sigue igual.
Xavier Romero Frías, antropólogo, ha vivido más de doce años en la India como misionero laico.