Llegan a Tailandia de forma ilegal con engaños en busca de una vida mejor desde países más pobres del entorno, como Birmania. Les prometen un trabajo digno, un sueldo, un futuro… pero al entrar en Kantang les encierran en un buque como esclavos de la pesca. Rehenes en la cárcel del mar, son obligados a trabajar 20 horas al día en condiciones infrahumanas.
El que resiste gana su vida, el que no es lanzado por la borda para ser pasto de los tiburones. No hay testigos. Nadie escucha sus gritos. Es el drama de los esclavos del siglo XXI.
Es también el de 15 pescadores birmanos que fueron víctimas del tráfico de seres humanos, de la explotación y la tortura, pero que consiguieron escapar. El más joven tiene 16 años. «Intentamos huir pero empezaron a golpearnos. A mi amigo le dejaron inconsciente», explica Than Shwe, de 18 años.
Según la Raks Thai Foundation, hasta 200.000 inmigrantes ilegales, en su mayoría de Birmania, Laos y Camboya, son utilizados como mano de obra en buques tailandeses.
«Me asusté mucho al ver el barco, había oído historias de personas que había sido vendido en el mar. Era tan desgraciado que pensé en arrojarme al mar», explica una de las víctimas.
La tripulación de estos navíos del horror es muy violenta y en ocasiones golpean hasta la muerte a los ‘esclavos’ que no tienen fuerzas suficientes para faenar o simplemente pegan un tiro a aquéllos que cometen una insubordinación.
Según un informe de la ONU sobre el tráfico de personas, el 59% de los inmigrantes que sobreviven a este tipo de embarcaciones en Tailandia han sido testigos del asesinato de alguno de sus compañeros.
«Vi como mataron a tres hombres por intentar huir. Primero los golpearon y luego Ko Myo (el intermediario o capataz) les disparó en la cabeza», relata otro pescador birmano.
Según la FAO, Tailandia es el tercer exportador mundial de pescado (sus exportaciones alcanzaron los 7.000 millones de dólares en 2010) y su enorme industria pesquera, que da empleo a 650.000 personas, necesita cada vez más mano de obra.
Con una tasa de paro del 0,5% -a diciembre de 2012-, Tailandia busca en sus vecinos pobres la fuerza de trabajo que mantenga su imparable expansión. Los inmigrantes ya representan el 10% de los trabajadores de su industria pesquera y la mayoría de ellos proceden de Birmania.
Los escasos o nulos costes laborales inciden en el precio final del pescado tailandés, que es mucho más barato que el de sus competidores europeos.
Autor: Rocío Galván ( * Extracto)