El edificio de nuestras instituciones parece tambalearse. La creciente marea de casos de corrupción abarca un espectro tan amplio que demuestra que estamos ante un problema sistémico y a nadie convence ya aquello de que no hay que generalizar o que se trata de casos aislados.
Ninguna de las instituciones políticas de España funciona correctamente. La monarquía ha jugado un penoso papel en estos últimos años; el Parlamento y el Senado son una agencia de viajes de lujo usadas por sus miembros para sus viajes de placer, pues sus “affaires” les importan más que el sufrimiento de tantos ciudadanos a los que prometen representar; la cúpula del Partido Popular contiene la respiración por si les llama la Audiencia Nacional a declarar o por si la Guardia Civil les va a detener; el flamante nuevo secretario general del PSOE fue aupado a la poltrona por la Federación Andaluza a cambio de la inmunidad de los dos ex-presidentes del partido y que puedan seguir afiliados y sin renunciar a su escaño; el presidente del Tribunal Constitucional ocultó su incompatibilidad de pertenencia al partido que lo había nombrado; el Tribunal de Cuentas es un pozo de nepotismo y enchufismo; hay comunidades autónomas cuya revisión de cuentas daría lugar a cientos de sumarios por corrupción; hay presidentes de diputaciones encarcelados; hay instituciones municipales gobernadas desde la cárcel; la vida municipal y autonómica están infiltradas por tramas de corrupción urbanística; el Banco de España permitió la estafa a los ahorradores y el saqueo de los fondos de bancos y cajas de ahorros; las organizaciones patronales también cuentan con representación en la cárcel; a las cúpulas de las Cajas de Ahorro les espera el banquillo; históricos sindicalistas manejan millones de euros en sus cuentas opacas….
La corrupción y la opacidad en la gestión de las instituciones no tienen fronteras. Jean-Claude Juncker, Presidente de la Comisión Europea, se dedicó, siendo ministro de finanzas de Luxemburgo, a negociar acuerdos secretos para que 300 multinacionales eludieran impuestos en el resto de países. ¿Qué prestigio moral tiene la UE que ha nombrado presidente de su institución más poderosa a un desleal conseguidor de defraudadores? Gracias a tipos como Juncker, en España las multinacionales pagan veinte veces menos de impuestos de lo que debieran, y si a ello les sumamos las subvenciones gubernamentales, el saldo fiscal les sale positivo. Los españoles no debemos olvidar que uno de sus mayores defensores fue un tal Mariano Rajoy.
¿Es exagerado entonces decir que estamos en manos de una banda de ladrones? A estas alturas del partido ya no caben los juicios beatos y piadosos. Las organizaciones criminales se han infiltrado de forma masiva en nuestra vida institucional. Y la eterna regeneración prometida por los partidos no deja de ser un mero cambio de caras y sillones sin que nada cambie.
¿Dónde poner entonces la confianza? Hace falta algo más que una Segunda Transición, necesitamos un nuevo sistema que haga imposible que las instituciones sean ocupadas por bandas criminales. Lo demás suena es maquillaje. La gravedad del problema impide aceptar que quienes han creado el problema quieran pilotar la regeneración, porque no lo harán. No tienen autoridad para ello y deben irse.
Partidos mayoritarios y medios de comunicación lanzan de forma populista el mensaje del miedo y de defensa del orden institucional vigente. Confunden un necesario orden institucional con el actual orden de cosas y eso es inadmisible. Hasta la gran patronal ha prometido atajar el desempleo a cambio de que el orden bipartidista siga vivo. Con ello no han hecho sino demostrar el chantaje y el negocio que supone el crimen del paro masivo. En la obediencia, el miedo y la sumisión no está la puerta de salida a la encrucijada.
Otra falsa salida es la de sustituir el Ideal por el idealismo. La gravedad del problema no se soluciona desde tertulias televisivas ni en los departamentos de la universidad, donde los listos sabihondos diseñan soluciones para los de abajo. En muchos países empobrecidos esas experiencias populistas han salido muy mal y las ha pagado el pueblo sufriente con más miseria. Es la política en su versión de todo a cien, a la que Ana Patricia Botín ha tendido amablemente su mano para que desemboque en la socialdemocracia.
Nos esperan décadas de servidumbre mientras no se trabaje por el protagonismo autogestionario de la sociedad con partidos y asociaciones capaces de promocionar militantes y diseñar un plan de trabajo a largo plazo, sin ninguna componenda con la corrupción y sin querer dirigir a la gente desde arriba.
Editorial de la revista Autogestión