FÁBULAS AFRICANAS

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En África las fábulas no se cuentan sólo para deleitar, sino también, y sobre todo, para enseñar. Por eso no se cuentan muchas a la vez, ni el narrador puede ser cualquiera. Su marco tradicionalmente ha sido la noche, junto al fuego, y es un anciano el encargado de narrar, por su experiencia de vida, que le confiere en la comunidad autoridad moral….
FÁBULAS AFRICANAS

En África las fábulas no se cuentan sólo para deleitar, sino también, y sobre todo, para enseñar. Por eso no se cuentan muchas a la vez, ni el narrador puede ser cualquiera. Su marco tradicionalmente ha sido la noche, junto al fuego, y es un anciano el encargado de narrar, por su experiencia de vida, que le confiere en la comunidad autoridad moral.




LA ZORRA Y EL LEÓN
SUDAN

Un día los habitantes del valle se reunieron en consejo para una decisión muy importante. Había que solucionar un urgente problema.

– Habréis advertido- empezó el buitre- que hay frecuentes peleas entre los habitantes de nuestro valle y nuestros vecinos. ¿No sería mejor que encargásemos a algunos de nosotros para apoyar nuestras razones y defender nuestros derechos?

– ¡Óptima idea es la tuya!- comentó el conejo-. Así podremos dedicarnos a la labores domésticas con paz y tranquilidad, sin tener que mirar quién hay a nuestras espaldas.

Y empezaron las discusiones. Uno quería elegir al gato, porque tiene el paso tan silencioso que puede acercarse a cualquiera sin que lo vean. Otro prefería al ratón, porque puede meterse por todas las rendijas y prevenir las jugadas del enemigo. Había que optar por el elefante, porque con sus bramidos se impondría ciertamente a los demás.

– Os equivoicáis- dijo la mona-, yo opino que debemos elegir al que sea más astuto y más fuerte. Todos estuvieron de acuerdo, pero cuando se trató de decidir quién era el más astuto y más fuerte, empezaron las contiendas.

– Yo- concluyó finalmente la gallina- conozco un animal como no existe otro en la jungla.

Y con esto se disolvió la asamblea. Durante la noche la zorra fue a ver al león

– Mira, amigo,- le dijo- es sabido que yo soy la más astuta de todos los animales y que ninguno te iguala en fuerza. ¿Qué te parece si trabajamos juntos? Lo que no se ha encontrado nunca en un animal solo, se encuentra centuplicado en nosotros dos.
Todavía no se habían apagado los gritos de alegría por la elección de la zorra y del león como delegados del pueblo, y ya estaba la gallina en las fauces de la zorra.

– Pero- decía la infeliz- te hemos elegido para defendernos. ¿Así nos pagas?

– Bien ves que mis ocupaciones no me permiten ir a cazar. Además, necesito un alimento abundante y sustancioso. Tú, sé valiente y sacrifícate por el pueblo como me sacrifico yo.

– ¡Déjame, por favor!, que yo soy también pueblo- gimoteaba la gallina-; no me obligues a llamar al león.
Pero, aunque lo hubiera llamado, éste no hubiera acudido porque estaba ocupado en deshacerse del gato.

– Me parece que nuestros representantes se divierten a nuestra costa- se atrevió a decir una noche el conejo.

– Es verdad- susurró la gacela-, pero callémonos, por favor, si no queremos acabar como la gallina y el gato.

Al día siguiente la gacela y el conejo perecieron, no se sabe cómo, víctimas de un accidente, y acabaron en el plato de sus representantes.

Pronto se extendió el terror por toda la selva; hasta la crítica más pequeña al régimen era oída por la zorra y castigada por el león. De modo que, uno tras otro, los animales se vieron obligados a irse del valle y pedir asilo político a sus amigo de los alrededores. Y mientras los pobres exiliados se alejaban silenciosamente, el buitre desde lo alto de una roca silbaba una canción que comenzaba así:

Si entre desdichas mil
no deseas vivir,
a violentos y astutos
cuida de no unir.



LA REPÚBLICA DE LOS ANIMALES
(Fábula kikuyu, KENIA)

– ¡Qué vida tan tonta nos toca vivir!- dijo un día el conejo estirando las patas de atrás.

– Tienes razón- dijo el pequeño zorro-; hace infinidad de años que no ocurre en la selva nada de extraordinario, distinto de lo corriente.

– Y, por añadidura, mi padre, antes de dormirse- siguió diciendo el leoncito-, me aburre con las acostumbradas historias de sus tiempos…

«¡Cuando las selva sufría unos períodos larguísimos de sequía, entonces sí que había que sudar de lo lindo para procurarse comida! Ahora en cambio los períodos de lluvia y de buen tiempo se suceden con regularidad matemática y todo crece debajo de tus pies sin esfuerzo alguno. Vosotros los jóvenes no sabéis lo que significa estar cansados.»

– No te creas que tu padre es el único que te hace esos sermones- repuso el conejo-. El mío, por ejemplo, nos sigue diciendo: «Haced economías, hijitos; guardad algo ahora que hay abundancia., porque las cosas pueden cambiar. Yo he tenido que andar un día entero para encontrar un puñado de hierba seca.» Es realmente un tormento tener que vivir con estos viejos que sólo saben refunfuñar.
Un cuervo, que desde lo alto de un árbol lo había oído todo, graznó:

– Amigos, ¿qué os parece si dejamos a nuestros viejos con sus lamentaciones y nos vamos a un país en el que sólo haya jóvenes?

– ¡Eso sí que es hablar bien!- sentenció el pequeño zorro-.¡No es justo que desperdiciemos nuestra juventud!

Y, diciendo esto, se marcharon alegremente. Cuando el sol se ocultó tras las montes,
los cuatro amigos pensaron detenerse en una gruta para comer.

– ¿Hay alguien que haya traído algo de comer?- preguntó el zorro.

– ¡Qué mala sombra! Nos hemos olvidado. Pero no temáis, yo me ocupo de eso- dijo

– el cuervo-. Saltando de rama en rama llegó a lo más alto de un árbol y luego se fue.

– Esperemos que nos traiga algo bueno- comentaron los demás.

– Tenemos mala suerte, amigos- dijo el cuervo regresando poco después con el pico seco-. Pero me he enterado que más allá de esos montes del fondo hay un valle muy fértil.

Y los cuatro amigos reanudaron su marcha con un hambre feroz que les roía el estómago.

– Nuestros viejos refunfuñaban, -dijo el leoncito-, pero nos daban de comer.
Los otros se callaron, porque pensaban lo mismo. Anduvieron muchísimo. El sol se alzó en el cielo mientras los cuatro avanzaban lentamente con la lengua colgando y la cabeza dándoles vueltas por el cansancio.

– ¡Vamos a pararnos aquí!- ordenó el león.

Todos se recostaron en unas matas y se durmieron. Pero el zorro se despertó en medio de la noche.

– ¡Madre mía, qué hambre! – se lamentó tocándose el estómago. Luego, viendo al cuervo que dormía a su lado, le dijo: ¡Tú nos has metido en esta estúpida aventura!

Y con un profundo sentimiento de desprecio se le echó encima comiéndoselo con plumas y todo.

– ¿Dónde está el cuervo?- preguntaron los demás a la mañana siguiente.

– Ese vil traidor habrá huido durante la noche- contestó el zorro procurando no sonrojarse por la vergüenza.

Al anochecer el tercer día, el conejo no quiso seguir adelante.
– Te aseguro que el valle de los jóvenes está muy cerca- rugió el león.

– Pues yo digo que no ando más- dijo el conejo.

– Entonces vamos a pararnos, puesto que tú quieres tener siempre razón- concluyó el zorro, que ya se relamía pensando en las tiernas carnes del joven roedor.

A la mañana siguiente, en efecto, se encontraron solamente el león y el zorro.
– ¿Dónde habrá ido el conejo?- preguntó el león.

– Está claro. Anoche quiso detenerse y habrá acabado como el cuervo.

Los amigos, que ya eran sólo dos, reanudaron el camino jurándose mutua fidelidad. Hubo un momento en que dijo el león:
– Me asombra lo ligero que andas, sin dar signos de cansancio.

– ¿Qué quieres , compadre león? Nosotros los zorros somos resistentes.

– Pues temo que te has comido al cuervo y al conejo.

– ¡Qué cosas se te ocurren!

– Llevamos ya cuatro días andando, yo, que soy un león, me estoy muriendo de hambre y tú, miserable zorro, estás vigoroso como uno que va de paseo. Así es que déjate de historias. O yo me muero de hambre o…

El zorro se encogió todo lo que pudo, pero el león consiguió ponerle una pata en la cabeza y se lo comió en dos bocados.

Sin embargo, poco después, al superar el montecillo, el rey de la selva se encontró en el fértil valle entrevisto a lo lejos por el cuervo.

– ¡Qué malo he sido deshaciéndome del único compañero que me quedaba! Ahora podríamos vivir los dos felices y contentos –gimió -. No había acabado de secarse las lágrimas, cuando oyó a unos cazadores que decían:

– ¡Mira qué ejemplar tan magnífico! Procuremos no estropearle la piel.
El infeliz animal miró en torno aterrorizado, pero era ya demasiado tarde: una lanza le hirió en la garganta, matándolo.

Precisamente en eso momento, a lo lejos, los ancianos padres del conejo, el cuervo, el zorro y el león inventaban el proverbio que dice:

El que quiera a toda costa
su vida entera cambiar
perderá siempre la barca
y terminará en el mar.