Personal militar birmano, exmilitares, funcionarios y civiles, utilizaron facebook como arma para llevar una limpieza étnica de la población musulmana rohingya.
Los expertos en el país coinciden en que Facebook ha sido la gran correa de transmisión del odio en Myanmar. La red social se convirtió en soporte de la versión 2.0 de la radio Libre de las Mil Colinas en el genocidio de Ruanda, en 1994.
Se hicieron pasar por fanáticos de estrellas del pop y de héroes nacionales mientras inundaban Facebook con su odio. Uno de ellos dijo que el islam representaba una amenaza mundial para el budismo. Otro más compartió una historia falsa acerca de un hombre musulmán que violó a una mujer budista.
Estas publicaciones en Facebook no fueron hechas por usuarios típicos de internet, sino por el personal militar birmano. El ejército convirtió así a la red social en una herramienta para llevar a cabo una limpieza étnica, de acuerdo con exmilitares, investigadores y funcionarios civiles del país asiático.
De acuerdo con las fuentes, los miembros del ejército birmano fueron los principales actores detrás de una campaña sistemática en Facebook que duró cinco años y cuyo blanco eran los rohingyás, compuesto en su mayoría por musulmanes, que ha sufrido aplastamiento sistemático desde su llegada a la región. El ejército aprovechó el amplio alcance de Facebook en Birmania; ahí su uso es tan común que muchos de los 18 millones de usuarios de la web en el país creen que la plataforma es todo el internet.
Allí, en Birmania, internet equivale a Facebook. Los birmanos no navegan en la web, no van a Google sino a Facebook, que usan incluso las instituciones. Después de que Mark Zuckerberg presumiera en una entrevista, al hilo del escándalo por la fuga de datos, de la supuesta eficacia de su empresa para detectar y eliminar los discursos que incitan al odio en el país asiático, un grupo de representantes de la sociedad civil birmana y de emprendedores publicó una carta abierta en la que le acusa de haber hecho caso omiso a las advertencias que ellos mismos le enviaron.
Varios grupos de defensa de los derechos humanos culpan a la propaganda contraria a los rohinyás de incitar asesinatos, violaciones y la migración humana masiva más grande de la historia reciente.
En agosto de este año, ante los cuestionamientos de la prensa (The New York Times) Facebook desactivó las cuentas oficiales de los dirigentes de alto rango del ejército birmano; en ese momento aún no quedaban claros el alcance ni los detalles de la campaña propagandística, oculta detrás de nombres falsos y cuentas ficticias. La campaña, descrita por cinco personas que solicitaron mantener el anonimato por temor a arriesgar su integridad física, incluía a cientos de militares que crearon perfiles, páginas de figuras famosas y noticias falsos en Facebook y luego los llenaron de comentarios y publicaciones incendiarios publicados en horas pico de audiencia.
Las fuentes afirman que los militares trabajaban por turnos en bases atestadas al lado de colinas cercanas a la capital política, Naipyidó, y que también se les pidió que recabaran información de cuentas de figuras famosas y publicaciones con críticas desfavorables hacia el ejército. Las operaciones se hicieron con tal secretismo que a la entrada todos tenían que ser sometidos a una revisión de su teléfono, a excepción de los altos mandos. Las redes sociales se han convertido, tristemente, en armas de destrucción masiva, en forma de ciberguerra, presente por desgracia en múltiples conflictos armados de la tierra.
En Birmania ha calado la idea de que el enemigo número uno son los rohingyá, no los militares como antaño. A los recelos contra el islam se suman los históricos. Los rohinyá lucharon con los británicos en la Segunda Guerra Mundial, los budistas, con los japoneses.
La Internacional State Crime Initiative (ISCI) de la Universidad Queen Mary de Londres publicó en 2015 un informe de título elocuente. Cuenta atrás a la aniquilación. Genocidio en Myanmar. Sus autores afirmaban entonces que “los rohinyá afrontan potencialmente las dos fases finales del genocidio: la aniquilación masiva y su borrado de la historia colectiva”. Alicia de la Cour Venning, coautora de aquel informe, explica en una entrevista telefónica desde Yangon (Myanmar) que “el genocidio es un proceso que puede durar años. No siempre es lineal, a veces las fases se superponen. Pero todos los genocidios siguen el mismo patrón”. La ISCI lo define en seis fases: deshumanización, acoso, segregación, debilitamiento sistemático del grupo, aniquilación masiva y eliminación de la historia común.
La investigadora detalla cómo las autoridades de Myanmar, de mayoría budista, tratan a esta minoría musulmana como extranjeros, tienen vetadas las escuelas y hospitales, los han confinado a campos o pueblos prisión… una evolución que, asegura, se aceleró con la transición.
Dentro de esta estrategia, el nacionalismo budista ha promovido leyes de “Protección de la Religión y la Raza”, ha impuesto severas limitaciones sobre asuntos como el matrimonio interreligioso y el cambio de la religión mientras que organizaciones defensores de los derechos humanos advirtieron que su entrada en vigor pone en peligro la libertad de religión en Myanmar y discrimina contra los musulmanes. Sorprendentemente también, es una de las leyes impone límites sobre el número de hijos que puede tener una mujer y especifica que en ciertas regiones del país —las zonas de mayoría musulmana— debe haber un espacio de al menos 36 meses entre el nacimiento de sus hijos, algo que, si no se cumple, traerá consigo severos castigos para la mujer y el padre de los hijos.
El gobierno birmano pretende convencernos que la población Rohinyá es exclusivamente un grupo político de poder; no reconocerlos como personas, supone incurrir en la salvaje deriva de los totalitarismos, que acaban siempre «eliminando» al otro, porque no tiene dignidad. Esta dinámica genera un círculo de violencia, y empieza a brotar también dentro de la comunidad musulmana algunas facciones armadas. No lo permitamos.
Luis Antúnez