Hay que reconocer que el Fondo Monetario Internacional (FMI) es muy eficaz. Desgraciadamente, no lo es en cuanto a la deuda y la lucha contra la pobreza, como pretende, sino en términos de golpe mediático y de manipulación semántica.
Damien Millet y Éric Toussaint
CADTM
El FMI acaba de anunciar que anulará la deuda que tienen con la institución 20 países pobres a principios del año 2006. Teniendo en cuenta que la opinión pública tiene dificultades para descifrar los mensajes intencionadamente confusos de los tesoreros del mundo, la maniobra es astuta: pretende hacer creer que el problema de la deuda está en vías de resolución. En realidad, el objetivo es doble, tener buena prensa después de las fuertes turbulencias debidas a su discutible papel en las recientes crisis financieras, y por otra parte tratar de desactivar la creciente repulsa popular en el tema de la deuda de los países en desarrollo. Pero varios elementos en particular causan perplejidad.
En primer lugar, es exactamente la cuarta vez en este año que los media se hacen eco de la misma decisión que implica al FMI: primero, en junio, en Londres, cuando la decisión fue tomada por los ministros de Finanzas del G7; luego, en julio, en Gleneagles, en ocasión del propio G8; a continuación, en septiembre, cuando el FMI, después de fuertes reticencias de pequeños países ricos, como Bélgica y Suiza, ratificó el acuerdo del G8 que le concernía; y, finalmente, en diciembre, en el momento en que reveló las modalidades de esta operación.
En segundo lugar, de los 20 países considerados por el G8, 18 pertenecen, concretamente, al grupo de los llamados «países pobres altamente endeudados» (PPAE), que lograron llevar a cabo una auténtica carrera de combatiente neoliberal, principalmente en la reducción drástica de sus presupuestos sociales, en las privatizaciones masivas, en una liberalización radical de sus economías, todo para el gran provecho de las multinacionales y de los inversores internacionales. Pero son golpes muy duros contra las condiciones de vida de la población pobre. Dicho de otra manera, estos países ya han pagado un alto precio por el derecho a ser seleccionados. Con el fin de que acepten estas medicinas adulteradas, el doctor FMI simula prescribir lo que parecen estrategias de reducción de la pobreza. Este impostor se montó una coartada (pequeñas sumas esparcidas sobre unos pocos proyectos sociales) que esconde graves efectos secundarios: por ejemplo, en países donde más del 40% del presupuesto se dedica a reembolsar la deuda, se prohíbe a los gobiernos reclutar y formar al personal necesario, maestros, auxiliares sanitarios, médicos, etc., en nombre de los sacrosantos principios de la reducción de la función pública y del equilibrio presupuestario. Se aplica cuidadosamente para que nunca se cuestionen estas posturas ideológicas, lo que es opuesto a cualquier gestión científica honesta.
En tercer lugar; el FMI, simulando comprender al revés el acuerdo del G8, lo ha interpretado según sus conveniencias. Mientras que el G8 había anunciado una anulación de la deuda de dichos países con el FMI, ya que eran parte de la lista de los 18, éste agregó condicionalidades que le permiten seguir siendo un protagonista del proceso, más aún, como juez y parte. En efecto, comenzará con un examen de las políticas económicas de los países beneficiarios antes de acordarles el alivio de la deuda previsto. Con eso se quiere asegurar que desde que figuran en la famosa lista, la política que apliquen continúa de acuerdo con las viejas recetas de sus expertos neoliberales. Por supuesto, los dos países de la lista que no son PPAE, Camboya y Tayikistán, ya se han sometido también a las exigencias del FMI.
Finalmente, el FMI pormenoriza sobre el monto total de la anulación que tiene que soportar: 4.800 millones de dólares, que encontrará simplemente recurriendo a los beneficios realizados en una transacción de oro, que se remonta a 1999. De todos modos, esto es muy poco frente a la deuda externa pública de todos los países en vías de desarrollo (PED), que se eleva a 1,6 billones de dólares. Por otra parte, el FMI podría hacer mucho más dado que es el tercer tenedor de oro del mundo, su stock vale más de 44.000 millones de dólares a precio de mercado, mientras que en sus cuentas aparece una cantidad cinco veces menor.
Reflexionando más sobre el caso, y para utilizar una expresión de moda, el FMI se ha ganado a pulso el mote de «terrorista financiero». Por una parte, actúa como un francotirador emboscado que desenfunda sus políticas y contempla los desastres producidos en todos los sitios donde éstas se aplicaron, desde lo alto de un hotel de cinco estrellas. Por otra parte, también es un pistolero furioso, que toma como rehenes a la población entera, privándola de su independencia y de su dignidad. Lo más razonable es, indudablemente, sacar al FMI de circulación, para que no haga más daño. Su eliminación y su reemplazo, en el ámbito monetario internacional, por una institución multilateral que respetara, por fin, los derechos humanos fundamentales, son opciones a considerar seriamente.
- Damien Millet es presidente del CADTM Francia (Comité por la anulación de la deuda del Tercer Mundo, www. cadtm.org), autor de L’Afrique sans dette, CADTM/Syllepse, 2005; Eric Toussaint es presidente del CADTM Bélgica, autor de La bolsa o la vida. Las finanzas contra los pueblos, CLACSO, Buenos Aires, 2004.
- Damien Millet y Eric Toussaint son coautores de 50 preguntas/50 respuestas sobre la deuda, el FMI y el Banco Mundial, Icaria, Barcelona, 2004.