Guerras civiles contemporáneas. La violencia en los suburbios de Iberoamérica

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De acuerdo a los datos de la OMS, Iberoamérica es el Continente con más homicidios del mundo con una tasa de 27,5 víctimas al año por cada cien mil habitantes, comparada con 22 víctimas en África, 15 en Europa del Este y 1 en los países industrializados.

Venezuela, probablemente el país más violento del mundo


Venezuela duplica la media iberoamericana con una tasa de 57 asesinatos; en los barrios donde vivo llega a 130. Algo similar ocurre en la mayoría de los demás suburbios o barrios periféricos de las grandes ciudades venezolanas. Venezuela es, probablemente, el país más violento del mundo, junto con El Salvador y Honduras. Caracas es la capital más sangrienta de la Tierra, llegando a 70 y hasta más homicidios cada fin de semana. Un venezolano asesinado cada media hora. 16.000 jóvenes en un solo año.


Los motivos para asesinar son conocidos: muchos homicidios son consecuencia de un robo en el que se pone resistencia o en el que la víctima reconoce al victimario; lo robado puede ser insignificante: unas zapatillas de marca o simplemente una gorra. Otra sin-razón para matar es considerarse herido en el amor propio: un despecho amoroso («levantar» la novia a otro), mirar mal al asesino, haber discutido, insultado o empujado al que te va a matar, a veces fortuitamente. También hay muertos como fruto de una «bala fría» (un enfrentamiento entre delincuentes que disparan indiscriminadamente); el hermano de una militante cristiana, un muchacho lleno de vitalidad y bondad, recibió una bala fría proveniente de un carro que pasó disparando a los que estaban velando el cuerpo de otro joven abaleado.


Los homicidios planificados


Más frecuentes son los asesinatos premeditados, que tienen dos motivaciones principales: el enfrentamiento entre bandas y los «asuntos pendientes», que aquí se llama «tener una culebra con alguien».


Respecto a las bandas: cada barrio tiene la suya, a veces conviven dos o tres; entonces se reparten las zonas y cada una sabe qué cuadras o calles son de su dominio y cuáles son de la otra. De vez en cuando estalla la guerra entre algunas de las bandas (por un negocio sucio, por una novia, por un soplo…); cuando eso ocurre sabemos que en los siguientes meses van a caer 4 ó 5 muchachos como mínimo. Las bandas llegan a quemar las casas de las familias de sus enemigos, expulsando del barrio a los allegados y hasta vengándose en familiares inocentes. En Sudamérica todavía no se conoce la crueldad extrema de las maras centroamericanas pero estamos muy cerca, como lo hace ver el aumento significativo de asesinatos de mujeres, cosa desconocida hasta no hace mucho.


Un tipo de banda especial es la sindical, concretamente del ramo de la construcción. Por ley es obligatorio que en toda obra haya un sindicato, el cual tiene la prerrogativa de contratar a una significativa proporción de obreros. Esta práctica ha derivado en tremenda corrupción, ya que los sindicatos venden a los trabajadores elegidos a dedo el «reporte», es decir el puesto de trabajo y –además- colocan a un liberado o delegado sindical por cada 6-7 obreros. Pensemos en obras grandes (edificios, puentes, estadios…): si hay 100 obreros, el sindicato va a vender unos 25 reportes a una considerable suma y va a tener unos 15 liberados cobrando el sueldo máximo sin hacer absolutamente nada. El problema es que la decisión de qué sindicato va a ser el responsable de la obra no la toman los obreros, sino que se decide ¡a tiros! Sindicato de la construcción es sinónimo de hampa y matonismo en nuestra tierra. En Venezuela fueron asesinados casi 90 sindicalistas en 2009, más que en la propia Colombia; pero, las agencias de información lo silencian por intereses políticos.


La violencia no es tan indiscriminada como dicen


Los Medios de Comunicación repiten que esta violencia es indiscriminada, que le puede tocar a cualquiera. No es del todo cierto. La violencia está concentrada en un círculo amplio pero muy específico de la población: joven varón de 14 a 30 años, desempleado o explotado laboralmente, con fracaso escolar, de familia desestructurada, mestizo y «de barrio» (suburbio). Es decir, los jóvenes pobres y sin expectativas. Ellos son las víctimas y los victimarios en un 90% de los casos. Los papeles son totalmente intercambiables: hoy matas tú, pero sabes que mañana te va a tocar, inexorablemente, que te asesinen a ti. Algunos de estos jóvenes apenas duermen, viven sobresaltados, cambiando de domicilio, drogados. Una noche me despertaron unos gritos de unos jóvenes que estaban peleando cerca de mi ventana y llegué a escuchar que se estaban amenazando con matarse por alguna «culebra» que tendrían. Ya casi separándose, el uno le dijo al otro: «voy a matarte y si tú me matas antes no me importa porque ¿para qué es la vida sino para perderla?». Literalmente. Han pasado años y todavía recuerdo la escena vívidamente. Nacer en estos barrios donde más de la mitad de los jóvenes no termina su bachillerato y sólo un 10% tendrá una profesión, donde estás condenado a ser mano de obra esclava, donde –al tiempo- te bombardean con publicidad («tanto tienes, tanto vales»)…, es nacer y crecer con la convicción profunda de que la vida no vale nada y que quizá su principal valor sea perderla en algo excitante que te haga olvidar que eres la basura del mundo. Muchos de los jóvenes de los que hablamos sólo encuentran camaradería y valoración entre sus compinches: «ahí soy gente; en mi casa no» decía uno de ellos.


Pero si no perteneces a esa clase maldita, puedes vivir tranquilo, basta con que tomes las medidas normales de protección y sepas con quién vas y por dónde te metes. Claro que hay víctimas en las clases media-alta: esas son las únicas que van a salir en las portadas de los periódicos, aunque no lleguen a ser el 10% de los asesinados. Suelen ser fruto de atracos con mucha resistencia o secuestros mal resueltos. La violencia no es tan aleatoria como cuentan, aunque siempre sea horrorosa y reprobable.


En nuestros barrios no habrá una sola familia que no haya estado de luto por un hijo, un primo o algún otro familiar asesinado. Una de las mujeres más comprometidas de la comunidad ya ha enterrado a dos hijos muertos a tiros; y tuvo que abandonar su casa porque ella misma y sus otros hijos fueron amenazados.


Los organismo policiales y judiciales


Ellos son parte del problema. Según datos oficiales, en el 20% de los homicidios está involucrada la propia policía, por ejemplo a través de los «ajusticiamientos»: cuando en el barrio vemos que entran varias patrullas y motos policiales (sobre todo de determinados cuerpos armados) la gente comenta: «alguien va a caer» y, efectivamente, al día siguiente la prensa publica -en página de sucesos- la noticia de que «Fulanito cayó abatido al repeler violentamente la acción policial».


Sólo en 9 de cada 100 homicidios hay algún detenido (que no acusado) en Venezuela y ese exiguo 9% representa a casos que afectan a personas con influencia, dinero o –en el mejor de los casos- con una tenacidad y valor fuera de lo común. En el barrio todos conocemos a asesinos que tienen 10, 15 y hasta más víctimas sobre sus espaldas. Nadie les denunciamos porque están protegidos o compinchados con la propia policía, la cual les va a informar enseguida sobre la identidad del denunciante. Además, en el juicio nadie se atreve a testificar porque los jueces también se venden y muchos son los casos de asesinos detenidos «in fraganti» que son liberados a la semana siguiente, después de desembolsar grandes sumas. La desconfianza del pueblo en todas las instituciones policiales y judiciales (incluyendo el negocio que hacen muchos abogados dilatando los casos) es absoluta. Sabemos que son los organismos más sobornables de todos; unos cuantos billetes son suficientes para que no te multen o incluso para librarte de la cárcel y hasta para desaparecer expedientes de altas instancias. Si no tienes el dinero, «estás fregao».


Una verdadera guerra civil


La mentalidad burguesa llama a este problema «inseguridad ciudadana» y les duele principalmente por la pérdida de sus bienes y la limitación en sus movimientos. Pero, el problema va muchísimo más allá de la inseguridad: es una verdadera guerra de exterminio, con las características de guerra civil porque se enfrentan –mayormente- pobres contra pobres, hermanos contra hermanos. En los últimos diez años murieron asesinado más de 125.000 jóvenes venezolanos. Súmense a ellos los otros centenares de miles (millones) de víctimas de los demás países iberoamericanos: ¿habrá alguna guerra actual con esta cantidad de víctimas humanas? No creo, si exceptuamos la guerra del hambre, la del aborto y la de los Grandes Lagos de África. Y si es así: ¿por qué no dicen nada los organismos internacionales y los gobiernos? Sólo encuentro una razón: porque esta guerra civil mata a los pobres y es una estrategia de control demográfico y político. Un control demográfico que sale muy barato y «limpio» porque es muy fácil culpar a los propios pobres y seguir alimentando el mito de su ignorancia y brutalidad. Uno de los principales miedos del Norte enriquecido son los jóvenes pobres del Tercer Mundo que aspiran a mejorar su situación a través de la emigración: ¿no es esta guerra civil uno de los mejores medios para acabar con este «enemigo»?. Basta con crear las condiciones para la violencia y taparse los ojos, echando las culpas a los de siempre, los de abajo.


Y un control político que interesa, sobre manera, a gobiernos con pretensión totalitaria ya que la violencia promueve el miedo, el individualismo (cada uno llora su muerto detrás de las rejas de su casa) y la desvertebración social.


No hay voluntad política para acabar con la violencia. Colombia, Brasil o México duplicaban –hace apenas 10 años- los índices venezolanos de muertes violentas. Hoy se han cambiado los papeles porque allí se aplicaron planes específicos y aquí se mira para otro lado.


Esperanza en medio del llanto


La esperanza es la virtud de los fuertes. Es la virtud de los pobres. Lo he comprobado en la dignidad de la mayoría de las familias de las víctimas, sobre todo en las mujeres. Algunas de esas mujeres se han asociado y realizan acciones no violentas para generar una cultura solidaria de reconciliación.


Han salido perseverantemente una vez al mes con sus pancartas a uno de los nudos de comunicación más importante de la ciudad. Han organizado caminatas de varios kilómetros con un calor superior a los 35º para que la comunidad tome conciencia y para exigir a todas las instituciones que asuman su responsabilidad. Han llenado la ciudad de pintadas. Y hacen reivindicación política muy concreta: exigen fomentar el empleo digno y la cultura de la vida; un plan de desarme y el fin de la impunidad. Se calcula que hay un arma ilegal por cada dos venezolanos.


Ellas, además de ayudarse y enjugarse las lágrimas unas a otras, están amando políticamente porque luchan contra las causas que provocan esta guerra civil de exterminio contra los pobres. Ellas están sembrando vida, pariendo una nueva sociedad.


Ya he dicho que la violencia tiene causas políticas y económicas, pero hay algo mucho más profundo: la violencia es hija de una cultura pagana, materialista. Estamos retrocediendo a la época de la barbarie, a la era pre-cristiana, tan querida por algunos de nuestros gobernantes. La raíz de la violencia es la destrucción de la conciencia de la dignidad de toda vida humana. Es el triunfo de ideologías neo-totalitarias, llámense de mercado, de género, indigenistas o ecologistas.


La respuesta a la violencia está en la formación y en la asociación solidaria de los pobres y  en una acción que lleve al protagonismo de los pobres, de las familias y de los pueblos.