GUILLERMO ROVIROSA: EJEMPLAR MILITANTE CRISTIANO

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(Recuerdo en el XXV aniversario de su Pascua. Publicado en VIDA NUEVA la primera semana de febrero de 1989)Por JULIÁN GÓMEZ DEL CASTILLO
HABLAR de Guillermo Rovirosa en unas pocas cuartillas es como intentar explicar en el mismo espacio la teoría de la relatividad. Fue un hombre tan a contrapelo de una sociedad que caminaba hacia el imperialismo actual, que convirtió su vida en una personal aventura de forma que cuando la sociedad marchaba hacia la gris y mediocre burocratización actual, él se embarcó, sin retorno, en la promoción de militantes, sin las ambigüedades y el unisexo actual en esta materia.

MILITANTE CRISTIANO DESDE LOS POBRES

Cuando hoy se ha escrito por un líder anarquista que en la Iglesia nunca hubo, durante el franquismo, militantes obreros, negando lo evidente, la figura de Guillermo Rovirosa se presenta como ejemplarmente militante con «los pobres del mundo». Vivió su vida cristiana como permanente proceso de conversión a Cristo y a nada más, y así puso la ciencia, el dinero, la posición social, el triunfo personal, etc., en razón de servicio a los pobres y, por ello, sus investigaciones murieron ignoradas; vivió cada día con mayor pobreza; socialmente fue menospreciado «por autodidacta» y, personalmente, difamado y perseguido.

Entendió, como Pablo, que toda vida de converso cristiano tenía que ser militante y por ello se entregó totalmente a la evangelización desde la rama de los Hombres de Acción Católica, primero, y desde la HOAC, después, de la que fue su indiscutible promotor, con una clara visión de unidad de todo el apostolado obrero, objetivo que otros rompieron y algunos no vieron. Su actitud militante fue inseparable del cristianismo, lo que queda reflejado en este pensamiento suyo:

«El cristianismo no es una cosa más en la vida del cristiano, las sobras de lo que las otras cosas permiten; sino que es lo único necesario, de tal manera que todo lo demás toma su dimensión en función del vivir cristiano.»

Ello le distanció, de día en día, de la mediocridad de la vida cristiana personal o familiar, que surge cuando los bautizados le damos a Dios alguno de nuestros ratos libres, haciendo surgir el testimonio de la vida personal y familiar de la entrega a los hermanos en razón del Reino de Dios.

La mediocridad de muchos que le rodearon le llevaría, por ello, a ser tildado de «iluminado», «radical», «exigente», «duro» y otras preciosidades por el estilo con que el egoísmo de los mediocres persigue a los testimonios que le acusan. Pero su fidelidad a la militancia cristiana llegó hasta su último suspiro.

INTELECTUAL DESDE LOS POBRES

Fue un intelectual fuera de serie. Como su amigo Gregorio Ramón, catedrático de Química Orgánica de la Universidad de Madrid, dijo a un ministro de Educación y otros catedráticos: «No digáis eso de Rovirosa. Yo sé mucho más que todos vosotros, y él sabe mucho más que yo; luego, callaos». Pero Rovirosa fue mal entendido por los que extendieron por España que era autodidacta, cuando había completado la carrera de ingeniero industrial y ejercido la investigación con éxito, hasta el punto de que la «Phillips» le quisiera comprar una máquina suya de empaquetado que hubiera suprimido el trabajo para centenares de empleadas, lo que le llevó a romper la máquina y escribir aquel pensamiento: «E1 sufrimiento de una mujer en paro es un valor superior a toda la técnica de la tierra».

¡Cuánto tienen aún que aprender nuestros políticos, empresarios y sindicalistas para llegar a entender esto!

Pero llamarle autodidacta por los listos o jaimitos de turno era intentar inutilizarle en una sociedad que algo después llegaría a nueve mil dólares de renta per cápita y cuyo dios es «las fuerzas del trabajo y la cultura». Y de lo que se trataba era de inutilizarle. Como todos los santos, estorbaba a los mediocres.

Alguien ha comparado el capítulo V de su obra, «El primer traidor cristiano: Judas, el apóstol», que acaba de reeditar el Movimiento Cultural Cristiano, con «Las Confesiones», de San Agustín. Tal era la profundidad de su pensamiento. Pero quizás, donde más se manifestaba esta cualidad, era a la hora de hacerse entender por los pobres y los ignorantes, a quienes sabía llegar con sus razonamientos científicos y teológicos con la mayor sencillez y claridad. Cuando los grandes intelectuales parece que lo son más en la medida que oscurecen las cosas, él tenía la grandeza de la claridad con los pequeños, tan exageradamente escasa en estos tiempos.

AUTOGESTIONARIO

Mucho sufrió por lo que Juan XXIII llamó el «protagonismo» de los pobres. Su gran personalidad en el apostolado obrero le condujo a ser bocado apetecible para la derecha y la izquierda políticas. Así, los primeros, a través de un ilustre sacerdote catalán con cargo en la Acción Católica Española, le harían la deshonesta propuesta de dirigir a los militantes obreros cristianos de la HOAC hacia la democracia cristiana. El diálogo de los dos se cerró diciendo Guillermo: «Eso, hágalo usted. Yo aquí sólo hago trabajo eclesial».

La izquierda, a través de un notorio político catalán, que entonces preparaba el «Frente de Liberación Popular» y que fue más tarde dirigente de «Bandera Roja» y del PCE. El tal personaje le visitaría en Montserrat para proponerle lanzar un partido político revolucionario que realizara la emancipación de los pobres sin los pobres. Tras escucharle su larga perorata, Rovirosa le preguntó: «¿Para la emancipación de los pobres?, y ¿dónde estarán los pobres?». Como le respondiera que se trataba de dirigirles, de darles una vanguardia. Rovirosa contestó: «Siempre estaré donde únicamente los pobres dirijan su vida personal y colectiva». Y el representante de la izquierda oficial se fue por donde había venido.

Para los que le conocimos de cerca no nos ofrece duda que fue este respeto autogestionario a los pobres y este amor a la Iglesia, que le impedía intentar su manipulación, los que llevaron a sus fracasados y deshonestos interlocutores a lanzar sobre él, con la colaboración de la policía franquista, la calumnia de servirse de la iglesia para fines políticos.

HIJO DE LA IGLESIA

Vivió con entereza de hijo fiel su amor a la Iglesia. De esto el padre Voillaume y otros ilustres hijos de la Iglesia pueden dar testimonio. Hoy, cuando tantas calumnias se dicen contra la Iglesia, incluso por los que tuvieron treinta años de vacaciones durante el franquismo, la eclesialidad de Guillermo tiene una relevancia especial.

Cuando algunos personajes de la Iglesia, interpretando mal un confuso informe policial sobre una reunión de cristianos presidida por un catalán y celebrada en una capilla de la basílica de El Pilar de Zaragoza, decidieron que abandonara inmediatamente todas sus responsabilidades en la HOAC «por que se había servido de la Iglesia», un obispo español le propuso ir a ver al Papa para plantearle la cuestión, y él le respondería: «Se lo prohíbo. Un hijo no se defiende nunca de su madre, es la madre la que tiene que defender al hijo». Y se retiró a Montserrat hasta que le sacamos de allí para lanzar y presidir la editorial ZYX.

Por consejo del padre Voillaume escribiría el «Cooperatismo integral», publicado hace tres meses por el Movimiento Cultural Cristiano, y algunas de cuyas experiencias se hicieron, principalmente, en Castilla, con el fin de abrir camino en lo económico al compromiso cristiano, de forma que la adultez militante cristiana llegara a este campo, por una parte, rompiendo las tradicionales formas de los cristianos en él y, por otra, buscando un testimonio eclesial en una economía sin opresión.

Se puede afirmar que el compromiso bautismal condujo a Rovirosa a un diáfano ejercicio del amor a la Iglesia, hasta la radical negación de sí mismo.

PROMOTOR DE MILITANTES

Cuando en los años cuarenta toda la izquierda española estimaba que la única salida para la clase obrera era la guerrilla o las vacaciones indefinidas, según análisis del marxismo científico (?) Rovirosa creyó que la Guerra Civil española había aplastado a la militancia obrera y que era indispensable realizar por la Iglesia, en servicio a la sociedad, una nueva promoción de militantes, y a ello consagró su vida, dándole a él razón la historia, por lo que hoy los Carrillo de turno tienen que mentir diciendo que los obreros cristianos llegaron a la acción obrera después del Vaticano II y no veinte años antes, como fue la realidad. Mientras, otros hicieron el nacional-catolicismo.

La concepción del militante que él tenía la dejó marcada en aquel intento de los vinculados. Frente al cáncer burocrático que intuía venir, extremó sus planteamientos y consiguió 73 voluntarios para vivir «una entrega absoluta al apostolado de promoción militante entre los pobres de forma que no tendrán sueldo, ni comida, ni vestido, y sólo cuando los hermanos se lo ofrezcan lo tomarán». El intento murió al nacer «porque no cabía en el Derecho Canónico».

Hoy, cuando cualquiera se lleva pesetas en las estructuras sociales, políticas y culturales, contemplar esta fe en la gratuidad del militante, lleva a pensar que por ese camino hasta el problema de las causas del hambre se podría resolver. Mientras, por el burocrático, no hace más que agravarse.

MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD HACIA ABAJO

Ante el crecimiento de las espiritualidades que pretenden hacer posible el servicio a Dios y al dinero, negándole a Cristo su afirmación. Rovirosa vivió y enseñó con su testimonio la grandeza cristiana de crecer hacia abajo, de máxima valoración de lo pequeño y escondido, de permanente contemplación de Dios en el acontecer ordinario de los pobres y del diálogo entre los hombres por el trabajo, que en el militante se convertía en gratuidad y hablar poco.

Quizá por ello fue el hombre sin cargo nombrado por nadie en las organizaciones a que perteneció, nunca elegido y que siempre lo dio todo, lo que le llevo a tener un peso y aprecio moral que le hacía indiscutible y, ello, desde el amor fraterno de la amistad. Para los amigos de no meter el hombro, fue un escándalo; para los militantes, la gran gracia de Dios en sus vidas.