Ha muerto don Juan Trujillano. Recuerdos de una visita

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En estos años de pateras un colegio de Salamanca se ha hecho famoso por acoger a casi cien menores inmigrantes procedentes de Canarias. ¿De dónde salía aquello? Pues venía de atrás: de aquella Iglesia española, muy de Pío XII y muy del apostolado obrero.

El sacerdote responsable de este centro es Juan Trujillano, don Juan le llaman todos. Y es verdad que hasta un donJuan es, alguien a quien ha “perdido” el amor y de amor al prójimo algo sabe y mucho ha vivido.

En los años del Seminario conoció “a las dos personas que más me han influido: el Rector, don Baldomero Jiménez Duque, y aquel santo que fue Guillermo Rovirosa”. Nos cuenta que “nos costó mucho hacernos amigos de los obreros, empezamos a ir a trabajar los días libres en la construcción de viviendas; al principio nos menospreciaban pero ayudabas al más viejo a ‘dar ladrillos’, al otro en otra cosa… y nos hicimos amigos”. Dice que “aquello se volvió peligroso para los poderes civiles y eclesiásticos y entonces nos fueron dividiendo y a mí me mandaron a estudiar y luego –al volver- a este pequeño pueblo…”.

Nos cuenta que al llegar hizo un sencillo análisis sociológico: “No había Bautismos en los últimos años… ¿qué pasaba? Las chicas jóvenes se iban a servir a Madrid… Cuando vino el obispo, don Santos Moro Briz, le hice caer en la cuenta, le pregunté si no lo veía y él no veía nada y le tuve que decir que las chicas se iban a servir a las casas de los ricos de Madrid que bien iban a Misa pero luego llegaban hasta los abortos. El obispo me dijo que eso había que cortarlo y monté la fábrica de textiles… Después vino el colegio y todo eso…”

Cuenta con orgullo que muchos jóvenes han salido adelante profesionalmente, que ha habido momentos con unos mil alumnos internos. Cuenta también que por parte del poder ha habido muchas zancadillas, que también ha habido incomprensiones. “Lo de menores es un gran negocio; me mandan a los peores y también quieren que cierre” dice mientras esboza una limpia sonrisa.

Su fondo es radicalmente cristiano, sin imposiciones, una propuesta de amor. “Uno de los hechos que más me ha influido es una niña china que llevamos en nuestro coche a la ciudad y al llegar me dice que la llevemos a un dispensario. Cuando le pregunto que por qué… me enseña la mano destrozada por la puerta del coche al entrar… ¡no se había quejado nada! Y nos decía que por qué iba a amargarnos el viaje”. Nos dice don Juan: “eso es cultura, una sensibilidad así”. Sentencia con paz: “mis enemigos son mis mejores amigos: me hacen crecer”.

No habla con amargura de los que han medrado pero para sí mismo quiere estar abajo: “Hay que enterrarse, si no, no conoces el mundo ni le amas”. Al despedirnos nos abrazó ¡y nos pide perdón!: “No he sabido atenderos, no he sabido, a vosotros os ha traído Rovirosa”.

Por Eugenio Rodríguez