Se considera un hombre autogestionario que disolvería su índole étnica en busca de una proyección universal. * Lo indio no es la verdad, pero está allí. Y eso es lo que debemos aprender: amar lo que nos enseñaron nuestras gentes. Respetar a los mayores, no insultar a nadie, a la no violencia por la violencia. Estos son los rasgos que debemos acrecentar. Ser limpios. No mentir ni robar. Ver al hombre que existe allí donde parece no haber nadie, nada. Ser fraternos: ¿qué mejor futuro?«Indio es el nombre con que nos han sometido. Indio es el nombre con que nos vamos a liberar». Congreso Indio del Cono Sur
Mario Agreda es un militante de la causa de los pueblos aborígenes latinoamericanos. Nació en 1942 en Mina Pirquitas, provincia de Jujuy, Argentina, y zona limítrofe con Bolivia y Chile. Plena puna.
Se considera un hombre autogestionario que disolvería su índole étnica en busca de una proyección universal. Huérfano de padre, a los 4 años ingresa en un «Hogar para menores», en Tumbaya, en los inicios del peronismo. Recuerda esos tiempos como de adiestramiento más que de educación. De militarización escolar más que enseñanza democrática: como «cabecita negra» que era heredó una lengua hecha de restos del quechua, aymara y español antiguo. Su valedera era su abuela que se desempeñaba en la comunidad india como «agarradora», es decir: comadrona. Para todo tenían que marchar: para ir al colegio, para asistir a las fiestas, para comer. Hoy se recuerda como un niño-militar que vivía acuartelado. Todo producto del paternalismo colonizador que aún impera. Eso duró hasta sus 16 años, cuando marchó a Salta y de allí bajó a Buenos Aires, ya con estudios secundarios. Fundó organizaciones por la defensa de los derechos de los indios con 20 años e impulsó campañas de concientización y resistencia. Asistió a congresos internacionales. Viajó mucho y amplió su visión de lucha. En el 76 tuvo que dejar Argentina. Por un trivial asunto tangencial obtiene una enorme popularidad en los medios de comunicación: descubre el plagio que fue la canción «La lambada». Hoy está al frente del Congreso Indio del Exterior y preside la Asociación de vendedores de El Rastro madrileño, donde tiene un tenderete de camisetas estampadas.
Recio orador libertario, hablamos de reivindicativas causas candentes.
* Cuando llegué a Buenos Aires con mi poncho y mis ojotas, el colonialismo me hizo entender rápido sus procederes: Yo era un joven incauto y un vivillo me sacó, en la misma Estación Retiro, los pocos ahorros que llevaba, vendiéndome un anillo de bronce por auténtico oro. ¡Siempre igual! ¡Allí, ellos, con su bisutería falsa! Como Colón y los otros banqueros disfrazados de humanistas: espejitos, zapatos colorados, cuentas de vidrio y, especialmente, mucha pólvora. O los de hoy. Esas ONGs, que son colchones de los poderes y de los gobiernos. Gente fiduciaria, tal vez de demasiado buen corazón -un buen corazón acrítico, una buena alma hegeliana-: subsidiados para hacer la solidaridad, ¿se da cuenta? Y aunque parezca bueno, tampoco estoy con el 0,7 %, porque todo ése trabajo actual hace de «caballo de Troya» en los movimientos de los pueblos. Van con criterios ortopédicos a las comunidades. No escuchan sus necesidades, sino que meten en ella sus filosofías de las cosas que nada tienen que ver con la forma de ver el mundo de los nativos.
* Estoy en contra de los que reemplazan la naturaleza asamblearia de nuestros pueblos por la mera cuantía del dinero. Tratan de apaciguar un problema que seguirá existiendo. No escuchan, porque ellos mismos, desde su estrecha visión solidaria, no saben qué es esa forma no jerárquica de analizar sus asuntos en el seno de las comunidades. Quieren resolverlo todo desde sus perspectivas piramidales: «un ciudadano, un voto». Nuestros pueblos no necesitan ayuda. Lo que quieren es justicia. Esta es la razón política: las ONGs no tienen que ser intermediarias entre posturas tan asimétricas. Así es como terminan favoreciendo los perfiles más dependientes. Las comunidades resolverán sus cosas por sí mismas. ¡Rechazar a los paternalistas y a los donantes protectores!
* Lo indio no es la verdad, pero está allí. Y eso es lo que debemos aprender: amar lo que nos enseñaron nuestras gentes. Respetar a los mayores, no insultar a nadie, a la no violencia por la violencia. Estos son los rasgos que debemos acrecentar. Ser limpios. No mentir ni robar. Ver al hombre que existe allí donde parece no haber nadie, nada. Ser fraternos: ¿qué mejor futuro?