Haciendo cachuelos en Venezuela para sobrevivir

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Hola Hildegard,
Me preguntaste que llevar a Venezuela. Aquí te paso una lista:

  • Papel higiénico (tengo todavía algunos rollos, pero si viajas al interior, mejor llevar)
  • Medicamentos contra diarrea, fiebre etc. (No aspirina, sino paracetamol por el dengue)
  • Shampoo
  • Si te gusta tomar leche, trae leche en polvo. Desde hace meses no he visto leche en las tiendas
  • Azúcar, si tomas café y té con azúcar. Solo se consigue papelón (la chancaca venezolana)
  • Una linterna con pilas. En Caracas aún tenemos luz, pero hay cortes en el interior del país.

Bueno, creo que es todo. Me alegro verte pronto
Gabi

Venezuela siempre ha sido un país de las colas. Solo ahora que vuelvo a Venezuela después de 10 años, hacer cola ha cobrado otro sentido: ya no significa la congestión de autos de último modelo en las autopistas de Caracas, sino las colas de personas esperando durante horas ante un supermercado para conseguir algún alimento a precio regulado.

El centro comercial de Chacaito en pleno Caracas luce desolado a las 5 de la tarde: la mayoría de las tiendas cerradas con las rejas bajadas. Cierran a las 7 pm. En la noche nadie quiere salir. No solo para ahorrar energía. Sino para no caer en mano de algún malandro. Caracas es la ciudad con la tasa de homicidio más alta en el mundo.

En la autopista es donde Caracas amanece casi normal. El parque automotor, la infraestructura de autopistas y de edificios monumentales sigue siendo impresionante para alguien que viene del Perú. Pero las tiendas y restaurantes vacíos recuerdan escenas de un país en guerra. Detrás de sus autos y edificios, se abre el abismo. Las personas solo aparecen en cualquier esquina cuando corre el rumor de un alimento o artículo de higiene que ha llegado.

Lo que va mal

Lista de precios para entender lo que va mal en Venezuela:

1 litro de gasolina: 6 bolívares (1 dólar equivale a 1.051 bolívares)
1 litro de leche: 600 bolívares
1 arepa mixta y un café grande: 1.600 bolívares
1 pasaje en avión de Caracas a Puerto Ordaz: 5.000 bolívares
1 sueldo mínimo: 15,000 bolívares
Tasa de inflación esperado al final del 2016: 720 %

(Fuente FMI. El Banco Central Venezolano ya no publica índices de inflación)

Si sería posible comer el petróleo, Venezuela estaría bien. Todos los gobiernos venezolanos han prometido “sembrar el petróleo”. El gobierno chavista ciertamente ha sido el más inepto. Para ver su fracaso voy a orillas del río Orinoco, a Puerto Ordaz, la ciudad que estaba destinada a ser el corazón industrial de Venezuela. Hoy en día, allí reinan la violencia, el miedo y el hambre.

Puerto Ordaz: “Vivimos en un estado de guerra”

Difícil que Damián Prat pierda su humor. “Antes nos gustaba mirar detrás de una bella mujer, hoy solo nos interesa qué alimento lleva en su bolsa plástico y dónde lo ha conseguido”, bromea. La crisis afecta a todo el país, pero ver la implosión del anteriormente próspero país petrolero es aún más trágico en Puerto Ordaz: la ciudad a orillas de los ríos Caroní y Orinoco fue construida hace 60 años para hacer de la ganancia petrolera una industria floreciente y perenne.

“Aquí había todo lo que se necesitaba para una industria: yacimientos de bauxita y de hierro, un río apto para represarlo y producir energía hídrica y una carretera fluvial hasta el Atlántico”, dice Damián Prat quien observa desde 1976 la gloria y la caída de las llamadas “industrias básicas de acero y de aluminio”.

En sus mejores tiempos Puerto Ordaz producía hasta el 25% de la exportación venezolana, hoy son 5%. La industria siderúrgica de Puerto Ordaz está parada. No hay electricidad, a pesar de que a 80 km funciona la represa más grande del país, el Guri, que provee el 70% de la electricidad de toda Venezuela. “Como la luz del Guri era más barata, no invirtieron ni repararon las centrales térmicas alternas”, cuenta Damián Prat. El resultado: durante cuatro horas diarias se corta la luz en todas las ciudades del interior de Venezuela.

Dos jóvenes tocan a la puerta de la parroquia. El padre Carlos les da dos rebanadas de pan de molde. “Me tocan hasta 20 veces la puerta para pedir comida”, dice el sacerdote que lleva 13 años al mando de la parroquia en San Félix. En mis 13 años aquí me ha tocado enterrar unos 1.000 personas asesinadas”. El perfil de riesgo son varones jóvenes entre 15 y 30 años y de tez oscura. Sea que caen en una riña entre pandillas o bien ante las redadas de la policía.

Hasta hace pocos años, San Félix era un bastión de los chavistas. “Pero hoy, la gente quiere deshacerse de Maduro”. Aunque los partidos de la oposición, que están recogiendo firmas para conseguir una revocatoria del presidente Maduro, no generarían mucha confianza en la gente, pues se les asocia demasiado con la vieja oligarquía del país.

“Todo es tan complicado”, dice Marly, madre de tres pequeños hijos. En programas televisivos obligatorios de varias horas de duración, Nicolás Maduro habla de la conspiración del imperialismo con los empresarios venezolanos. A cambio, los partidos de la oposición acusan al gobierno de ser incapaz, corrupto y antidemocrático. Los habitantes de San Félix se quedan con el miedo: miedo a la represión del gobierno, miedo a las pandillas del barrio, miedo de no poder conseguir los alimentos para el próximo día. “en el barrio cada familia tiene alguien asesinado”. El 95% de los asesinatos, queda impune.

Infiltrada en la Maternidad

Diálogo en una farmacia en Puerto Ordaz, Venezuela:
“Tiene aspirina?”
“No, solo cardipirina”
“¿Y paracetamol?” – “No, mi amor”.
“¿Insulina? – “De la que sea? Espere”.
“¿Algún remedio contra la presión alta? – “Noooo, mi amor”

Las farmacias en Venezuela están vendiendo ahora gaseosas y chucherías porque no tienen medicamentos. Dios provea al que caiga enfermo en Venezuela en estos días.

Los hospitales venezolanos son mejor vigilados que sus aeropuertos. El gobierno no quiere que la gente se entere de las condiciones de sus hospitales. La Maternidad Concepción Palacios, un enorme edificio a 10 pisos en el centro de Caracas. La doctora Gladys Zambrano es jefa del servicio de epidemiología, amablemente nos muestra las cifras sobre el zika, que en resumen no existen, porque no hay reactivos para comprobar el virus. Las otras estadísticas son aún más alarmantes: de enero a marzo del 2016 aumentó por 69% la mortalidad infantil en el hospital, en comparación con el año anterior. Curvas ascendentes parecidas presentan los gráficos del dengue y la malaria en todo el país. “Este hospital está en cierre técnico, el 30 % de las salas no funciona, no tenemos ni material para limpiar los pisos. No tenemos comida para las pacientes”. Le pregunto si no teme represalias si la cito. Zambrano ya no tiene reparos: “Soy vieja, tengo 60 años y gano si es mucho 30 dólares, que me voten pues”.

Queremos ver con nuestros propios ojos el único quirófano funcionando en el sótano. Antes de entrar un largo pasillo, una voz fuerte nos retiene: “¿Adónde van?”. La voz sale de un espacio que parece un santuario de Chávez: afiches de salmos para Chávez, Chávez con boina roja, Chávez en uniforme militar, Chávez con gorro de béisbol, Chávez con Maduro y Maduro con Chávez, detrás de un escritorio se yergue la propietaria de la voz: Francisca León, pelo gris recatado en una cola, y una voz de militar. Una heroína de la revolución chavista. Perdió un hijo en el Caracazo de 1992 y recibió una medalla de mano de Hugo Chávez. Hoy es vocera de los trabajadores del hospital. Chavista hasta los tuétanos. “Tenemos que aguantar, el gobierno ya está sembrando, la cosecha ya vendrá pronto”, dice la heroína de la revolución.

“No estamos mal.” Y repite lo que el presidente Maduro no se cansa de decir: que los empresarios nacionales en conspiración con el imperialismo estén haciendo la guerra económica al gobierno revolucionario reteniendo los alimentos que tienen guardados.

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Pero el debacle económico venezolano no empezó con la caída del petróleo en 2014. Empezó con el control de cambio introducido hace aproximadamente 10 años. Durante un buen tiempo se aprovecharon todos del dólar barato: los que compraban un nuevo carro a un cambio de dólar artificial igual que los que viajaban afuera con dólares otorgados por el estado. Las empresas compraban sus insumos afuera calculando en un cambio de dólar irrisorio que el gobierno venezolano iba a cancelar. Hasta que ya no canceló las facturas y los proveedores extranjeros dejaron de vender a empresarios venezolanos porque estos no pagaban sus cuentas. Pero en tiempos de bonanza era más barato importar que sembrar.

Muchas granjas y fincas fueron expropiadas o sus dueños extorsionados, entregados a los campesinos, pero sin fiscalizar su empeño. Hoy el gobierno venezolano no quiere admitir que fracasó y por esto no admite la importación de alimentos o medicamentos donados.

Los médicos y enfermeros en Venezuela eran los primeros a perder el miedo. “El otro día llegaron tres niños intoxicados, porque el padre solo logró traer arroz picado a la casa. Es un arroz para animales, mezclado con impurezas y excremento de ratas. El niño de cinco años murió”, dice entre indignación y lágrimas la enfermera Yarisma Molero. “Estamos trabajando con solo las uñas en el hospital”.

El doctor Guarecuco nos lleva a emergencias: camas sin colchones, ni guantes o inyectadoras hay. No hay rayos X, faltan los reactivos para revelar las imágenes. “Operamos con solo diagnóstico clínico”, confirma el Guarecuco. Algunos equipos tienen varios años sin funcionamiento.

En la noche, cadena televisiva, una alocución del presidente Maduro, todos los canales de televisión y de radio lo tienen que transmitir. Maduro, en pose jovial revolucionario con polo y camisa abierta, habla desde el palacio de gobierno; en la parte derecha de la pantalla se ve una asamblea de personal médico que está aplaudiendo frenéticamente. La ministra del Poder Popular de la Salud anuncia que van a cambiar el concepto de salud por uno de salud integral y con medicinas alternativas, para hacerse independientes de las grandes transnacionales farmacéuticas.

El hambre

Hace treinta años vi por primera vez un niño con el estómago hinchado por el hambre. Fue en Venezuela, yo trabajaba entonces como joven voluntaria en una comunidad cristiana en un barrio marginal de Barquisimeto. Fueron los años 80, cuando había una ancha clase media venezolana con dos autos, aire acondicionado en todas las habitaciones y viajes semestrales a los centros comerciales en Miami. Era la época cuando Caracas fue un lugar anhelado por muchos peruanos.

Pero era también la Venezuela de los barrios (como se llaman los pueblos jóvenes en Venezuela), de las personas que nunca recibieron nada de la bonanza petrolera, que tenían que rebuscarse la comida diaria sea como sea. No creo que la pobreza en Venezuela era mayor que la peruana, pero era más escandalosa, más descarada porque convivía a los ojos de todos con el mayor derroche posible. Ni siquiera pretendieron que les importaran los pobres – hasta que llegó Hugo Chávez y los convirtió en soberanos y en sus más fieles seguidores, algunos lo son hasta hoy día a pesar de que el fracaso del chavismo ya es evidente.

Una maestra en un caserío dice que cada día vienen menos niños a las clases. “Los padres no tienen para darles a comer”. La indignación es grande. Igual que el miedo. Diosdado Cabello, hombre fuerte del gobierno, ya dijo en público que personas que firmaran la revocatoria no tendrían cabida en el estado bolivariano. Los maestros temen por sus trabajos, los que han recibido una casa temen que ya no les den los papeles para sus casas o simplemente temen por no obtener la bolsa de comida. Las desconfianzas y las grietas en la sociedad venezolana son hondas.

A pesar de que la gente está presa por los miedos a la represión y desesperada por invertir horas y horas para conseguir los alimentos y productos más básicos, un estallido social está inminente, si la situación de abastecimiento no mejora. No tanto por las llamadas de la oposición a salir a la calle, sino por la pura desesperación. Cada día hay más saqueos en todo el país que la guardia nacional reprime cada vez con más violencia.

De sorpresa escucho varias veces durante el viaje una mención al Perú. El Perú se ha convertido en un referente de esperanza para muchos venezolanos. “Han pasado por lo mismo y han logrado resurgir”, dice un amigo. No le quiero recordar que antes del despegue democrático, el Perú tuvo que pasar 10 años de Fujimori. No quiero ser aguafiestas para la poca esperanza que queda. Comparando con lo que Venezuela está viviendo ahora, 10 años de Fujimori casi suenan a paraíso.

Autor: Hildegard Willer (*extracto)