¡Hambre!

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Un barrio. La cola de Mercal. Una muchacha saluda a su amiga: “chama, no te vi ayer”. “Es que no salí en todo el día, –responde la amiga— es que tengo mucha hambre y para olvidarme, me echo a dormir, a dormir todo el día”.

En Venezuela siempre hemos tenido pobreza, injusticia, incluso miseria, pero hambre pura y dura, como para echarse a dormir y así olvidarse de ella, sinceramente, no. Para una gran parte de nuestro pueblo no hay comida ni dinero para comprarla. Eso sí es nuevo. En un barrio este estado de cosas es muy grave. Tendría que ser una persona muy aislada, hombre soltero proveniente del interior, sin familia, que se encierra en una habitación alquilada, para que algo así le sucediera, pero que diga eso una muchacha con familia, con amigas, joven, nos habla de una situación que va, más allá de lo individual, a un problema colectivo, extendido. En un barrio siempre se tiene quien ayude: “cónchale, chama, no he comido”. Alguien resuelve. Por tradición solidaria sabemos que “un plato de comida no se le niega a nadie”. Pero ya hemos llegado al momento en que las tradiciones solidarias venezolanas, los mecanismos de la cultura contra el hambre, están fallando, están siendo desmantelados por la necesidad. Mi vecina, que tiene una bodeguita mínima, me confiesa: “Aquí llega gente sin comer y yo no puedo darles comida porque apenas tengo para mí y mi familia”. El otro ya no resuelve porque tampoco tiene.

Alguien que trabaja en CANIA, Antímano, me dice que siempre les han llegado niños desnutridos. Ahora han aumentado de manera brutal, exponencial. Pero hay más: “Lo dramático –dice— es que, cuando se les ofrece un plan de recuperación, la familia revela que no puede cumplirlo. Eso hasta ahora no sucedía”.

Acaban de salir los resultados de la encuesta sobre condiciones de vida (Encovi 2015), profundo estudio de las más prestigiosas universidades del país. Nos habla de la peor situación socioeconómica de las familias a lo largo de toda nuestra historia. Un 75% de los venezolanos están en pobreza de ingresos, o sea, pobreza pura y dura. Tres de cada cuatro. Cifras, números, información fría. La caliente, la trágica, la que va más allá de la catástrofe general, uno la vive, la palpa en las lágrimas que enjuga, en la desesperación que contrae las arrugas de los rostros, en la mueca de rabia que brota de saberse impotente.

Maduro preguntó quién tenía Facebook, Instagram, y, entre carcajadas, “¿Todos tienen hambregram?” Chiste malo, moralmente inaceptable, moralmente perverso. No, hambregram no, HAMBRE, HAMBRE y HAMBRE.

Autor: Alejandro Moreno (sacerdote salesiano, psicólogo, filósofo, teólogo y Doctor en Ciencias Sociales. Profesor de la UCAB y director del Centro de Investigaciones Populares)