Hambre y guerra devastan Sudán y Etiopía

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La carnicería empezó antes del amanecer. El viernes por la noche, hombres armados, vestidos con uniformes militares sin insignias, atacaron unas 20 aldeas en la frontera de Sudán del Sur y Etiopía. Actuaron rápido y sin piedad

Después de rodear las chozas, sacaron sus kaláshnikovs y dispararon indiscriminadamente contra adultos, ancianos y niños que huían despavoridos. Poco después se marcharon con el botín: secuestraron a 108 niños y mujeres y robaron 2.000 cabezas de ganado. Según el Gobierno de Etiopía, los atacantes mataron a 208 personas e hirieron a 75 más, muchas de gravedad.

En imágenes del lugar de la matanza se podían ver ayer decenas de cuerpos sin vida e incluso el cadáver de una mujer con su bebé muerto aún atado a la espalda. El incidente, que no tendría relación directa con el conflicto sursudanés ni mucho menos con una acción yihadista, se produce en una zona donde históricamente se han registrado enfrentamientos entre diferentes etnias por el robo de ganado o el rapto de mujeres. El Gobierno etíope ya se ha lanzado a la caza de los asaltantes: «Las fuerzas armadas de Etiopía han tomado medidas. Ya están cerca de los atacantes», señaló Getachew Reda, portavoz gubernamental.

El primer ministro, Hailemariam Desalegn, habló a la nación para asegurar que la matanza no quedará impune. Además de apuntar que ha pedido permiso a Yuba para que sus militares puedan cruzar la frontera durante la persecución, anunció una operación militar conjunta con el ejército sursudanés y subrayó que han matado a 60 ladrones.

El ataque ocurrió en la región de Gambela, en el oeste de Etiopía, que mantiene una frontera porosa con Sudán del Sur. En la zona viven casi 300.000 refugiados sursudaneses que huyeron de la guerra, iniciada en el año 2013 entre el presidente Salva Kiir, de etnia dinka, y los rebeldes liderados por el ex vicepresidente Riak Machar, líder de los nuer. Aunque ambas partes han alentado el antiguo odio entre diversas etnias, no se trata de un conflicto tribal sino de una lucha por el poder y el control de los recursos.

En el secuestro masivo de Gambela, que no afectó al campo de refugiados sino a aldeas vecinas, sí hay un aroma tribal. Según varios supervivientes, los asaltantes eran de etnia murle, que en el pasado ya habían protagonizado ataques similares, aunque nunca tan sangrientos, y habían robado vacas y secuestrado a niños para criarlos como propios.

Hasta este tipo de lugares, Norte de Sudán del Sur y Oeste de Etiopía, llegan los niños en las peores condiciones, los que ya no tienen fuerzas para llorar. Con temperaturas de horno, sólo se escuchan las aspas de los ventiladores y el zumbido de las moscas bien cebadas…

Sólo funcionan un tercio de los colegios en todo el país (Sudán del Sur). En muchos de ellos las clases no se prolongan más de dos horas porque los niños están demasiado débiles para atender durante más tiempo. Además, se le da a cada alumno un vaso de leche para que pueda alimentarse al menos una vez al día. Poblaciones enteras comen hojas de los árboles hervidas, insectos o bayas silvestres para poder sobrevivir.

El hambre no es inocente. En Sudán del Sur es una decisión política. Hay dirigentes que invierten todo su tiempo y su talento en crear un sistema para que toda su población coma. Otros se esfuerzan en lo contrario. Y hay algo que mata más que las balas: es la hambruna inducida como arma de guerra.

Desde la sangrienta guerra contra el vecino del norte en los años 90, los señores de la guerra saben cómo administrarla con éxito. Cerrando las carreteras al comercio para generar desabastecimiento y atacando los convoyes humanitarios y hospitales, para provocar la evacuación de las ONG. Si la gente huye de la guerra y no planta sus semillas, entonces consiguen lo que quieren, que las etnias rivales se mueran de hambre. Un tercio de sus 12 millones de habitantes está en riesgo de sufrir hambre, con severo riesgo de muerte.

Un informe de Naciones Unidas denuncia que el Gobierno de Sudán del Sur permitía a sus soldados y grupo aliados violar a mujeres como parte de su salario.

Las violaciones llegaron a convertirse en «una práctica aceptable» para aterrorizar a la población, señala el informe.

Esto revela que la situación de los derechos humanos en el país africano es «de las más horribles del mundo», con una utilización masiva de las violaciones como instrumento de terror y como arma de guerra», ha explicado el alto comisionado de derechos humanos de la ONU Zeid Ra’ad al Hussein.

El estudio refleja que además se produjeron matanzas de civiles y saqueos durante el conflinto. Entre abril y septiembre de 2015 se registraron al menos 1.300 violaciones solo en la Unidad Estatal de Sudán del Sur. Zeid Ra’ad al Hussein afirma que la cifra es solo una muestra del total.

Durante 12 meses, hasta noviembre de 2015, se estima que murieron 10.553 civiles – 7.165 de forma violenta y 829 por ahogamiento-. Los asesinatos no eran aislados ni accidentales, sino deliberados, sistemáticos y basados en el origen étnico, reza la investigación.

En el telón de fondo, una guerra por el control político de los recursos petrolíferos de estos países, sobretodo de Sudán.

Fuente: ElMundo, LaVanguardia, TVE, Agencias