Hermann Scheipers

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Nací el 24 de julio de 1913 y en 1937, a los 24 años me ordeno sacerdote. Haber sobrevivido corporal y espiritualmente al infierno de Dachau se lo debo exclusivamente a mi fe cristiana.

Mi condena se formuló en los siguientes términos: Scheipers es un defensor fanático de la Iglesia católica. Es propenso a generar intranquilidad a la población por lo que ordenamos su internamiento en el campo de concentración de Dachau. Y así me convertí en enemigo del Estado y pasé de 1941 a 1945 internado en el campo de concentración. Fue el primer campo de concentración que se abrió en Alemania en 1933 para presos políticos.

Tanto Hitler como Stalin y sus seguidores en China y en todo el mundo querían algo más que el poder. Exigían tus creencias y entrega incondicional a su ideología. Esto era una nueva religión. Se le denomina dictadura ideológica, pero es más que eso, es un totalitarismo dictatorial. Exigían de ti aquello que sólo Dios nos puede pedir. Tenías que creer en su ideología y tu entrega total. Eso lleva al desprecio de la persona, a la inhumanidad, en los nazis con los campos de concentración y en los comunistas con los gulags.

Pero nosotros los cristianos sólo nos debemos a Dios. La humanidad necesita la sanación porque está enferma. Yo como cristiano siempre he tenido la firme convicción de que sólo Cristo nos puede traer la curación con su entrega y amor hasta la muerte en cruz. Debemos obedecer más a Dios que a los hombres, por eso la fe cristiana es irreconciliable con el nacionalsocialismo o con el comunismo. Goebbels escribió en su diario: El Führer es profundamente religioso pero totalmente anticristiano. Ambas dictaduras se impusieron con gran brutalidad, pero también con mentiras y creando confusiones muy refinadas.

Este drama lo describe el apóstol san Juan en el último libro de la Biblia cuando habla de la lucha entre la luz y las tinieblas: La luz vino al mundo, pero los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.

Un viejo prisionero me decía: Aquí sólo puedes blasfemar o rezar. Los que verdaderamente rezaban luchaban, eran santos. Tengo especialmente presente al Dr. Bernhard Wensch de Dressden. Cuando me llevaron al barracón de los invalidos no sólo me llevó la eucaristía a escondidas en una cajetilla sino que cuando se enteró que me iban a llevar a la cámara de gas vino, protegido por la oscuridad de la noche, al barrancón y me regaló lo más valioso que tenía, su ración de pan. La que tenía para todo el día. Eran cuatro rodajas. En realidad yo no debía haber aceptado ese trozo de pan porque él sufría una terrible diarrea y era lo único que aún podía comer. Su acción fue de hecho irracional. Me regaló, muriendo, su pan. Y me hablaba de los jóvenes de Emaús que reconocieron al Señor al partir el pan. Él me regaló su pan igual que Jesucristo en la última cena cuando partió el pan como señal de ofrenda. Pocos días después murió.

Yo digo que la injusticia y la maldad en Dachau eran patentes, en gran formato. Aquello no se podía comprender humanamente. Digamos que la maldad era irracional pero el bien también. Muchos entregan sus vidas como ofrenda para aliviar el sufrimiento de otros o salvarnos de la muerte. Siempre que celebro la eucaristía y parto el pan me viene a la memoria aquello que hizo el Dr. Wensch por mí.

 

Traducido por Mª Isabel Rodríguez Peralta