HITLER ORDENÓ DESTRUIR el VATICANO y SECUESTRAR a PÍO XII

3703

El dictador alemán Adolf Hitler dio a sus generales la orden directa de secuestrar al papa Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial, porque era ´antinazi y amigo de los judíos´, pero los militares no le obedecieron, reveló ayer el principal periódico católico de Italia. El Avvenire dijo que Hitler temía que el Papa fuese un obstáculo para sus planes de una dominación mundial. Además, el dictador quería abolir el cristianismo e imponer el nacionalsocialismo como una especie de nueva religión global.

Resumimos algunas ideas de los artículos que posteriormente recogemos:

El Papa había leído «Mein Kampf» y calibró en repetidas ocasiones el peligro de las doctrinas en este libro contenidas.

En 1939-40 Pío XII hizo de intermediario secreto entre los miembros de una conjura alemana antihitleriana y los ingleses. Y corrió no pocos riesgos advirtiendo a los aliados de la inminente invasión alemana de Holanda, Bélgica y Francia. No es extraño, pues, que fuera el autor intelectual de la encíclica contra el nazismo «Mit brennender Sorge», escrita por su predecesor, cuando él era secretario de Estado vaticano.

Durante la posguerra muchos judíos famosos – Albert Einstein, Golda Meir, Moshe Sharett, Rabí Isaac Herzog y muchos otros – expresaron públicamente su gratitud hacia Pío XII. En su libro de 1967, Three Popes and the Jews, el diplomático Pinchas Lapide (que prestó servicio como cónsul de Israel en Milán y entrevistó a los italianos supervivientes del Holocausto), declaró que Pío XII «contribuyó sustancialmente a salvar a 700.000 judíos, y tal vez a otros 860.000, de la muerte segura a manos de los nazis»

En enero de 1940, por ejemplo, el Papa dio instrucciones a la Radio Vaticana para que revelara la «espantosa crueldad de la tiranía salvaje» que los nazis estaban inflingiendo a los judíos y a los católicos polacos. Al recibir noticia de dicha transmisión una semana más tarde, el Defensor Público de los judíos de Boston la apreció por lo que era: «Una denuncia explícita de las atrocidades perpetradas por los alemanes en la Polonia ocupada por los nazis, declarándolas abiertamente como una ofensa a la conciencia moral de toda la humanidad».

El New York Times escribió en su editorial: «Ahora el Vaticano ha hablado, con una autoridad indiscutible, y ha confirmado los peores presagios de terror que emergen de las tinieblas de Polonia». En Inglaterra, el Manchester Guardian elogió al Vaticano como «el más enérgico defensor de la Polonia torturada». En marzo de 1935 Pacelli escribió una carta abierta al obispo de Colonia definiendo a los nazis como «falsos profetas con el orgullo de Lucifer». Ese mismo año arremetió contra las ideologías «poseídas por la superstición de la raza y la sangre» ante una muchedumbre de peregrinos en Lourdes. Dos años más tarde, en Notre Dame de París, llamó a Alemania «esa noble y poderosa nación que será conducida fuera de su camino por malos pastores, abrazando una ideología racista».

Radio Vaticana comentó durante seis días seguidos las cartas de los obispos, en unos años en los que en Alemania y Polonia escuchar Radio Vaticana era un crimen que algunos pagaron con la pena capital. («Parece que el Papa intercede por los judíos inscritos en las listas de deportación de Francia» era el titular del New York Times del 6 de agosto de 1942. «Vichy captura a los judíos; ignorado el llamamiento del Papa Pío», recogía el Times tres semanas más tarde).

En definitiva, poco no se haría cuando en el memorial de Yad Vache, en el Valle de los Justos en Israel, se ha plantado un árbol con el nombre de Pío XII.

Es importante, además, la revelación que el Papa Pacelli hizo a don Pirro Scavizzi, el capellán que recorrió Europa recogiendo noticias sobre los perseguidos. Pío XII le dijo: «Dígales que el Papa sufre con ellos, sufre con los perseguidos, y que si a veces no alza más la voz es sólo para no provocar daños peores».

En el editorial del día siguiente [a la Navidad de 1941], el New York Times declaraba: «La voz de Pío XII es una voz solitaria en el silencio y la oscuridad que envuelve a Europa en esta Navidad… Pidiendo un ´nuevo orden auténtico´ basado en la ´libertad, justicia y amor´, el Papa se ha alineado abiertamente contra el hitlerismo».

Pero el punto de partida de esta discusión radica en la verdad incontestable de que, tanto los nazis como los judíos de aquella época, consideraban al Papa como el más importante opositor de la ideología nazi en el mundo.


HITLER PLANEÓ SECUESTRAR AL PAPA PÍO XII EN 1.944

ROMA, 15 Ene. (EP/AP/Reuters) –

Un diario católico italiano divulgó el 15 de enero de 2005 que el comandante de las SS en Roma en 1944 advirtió al Papa Pío XII de un plan de Adolfo Hitler para secuestrarle.

«Avvenire» señaló que los informes del presunto plan de Hitler para conducir fuera del Vaticano al Sumo Pontífice, aparecieron durante las pruebas del juicio de Nuremberg, tras la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, el diario, publicado por la Conferencia Episcopal italiana, indicó que habían surgido nuevos detalles durante la investigación que efectúa el Vaticano para determinar si Pío XII reúne los méritos suficientes para su beatificación.

«Avvenire» citó una declaración escrita del general Karl Wolff, el jefe de las SS en Roma por aquél entonces, en la que anotaba que Hitler consideraba a Pío como «el amigo de los judíos » y que el propio Wolff había informado al Papa del plan de Hitler para mantenerle secuestrado.

Uno de los complots, denominado Operación Rabat, planeado para 1943, no se llevó a cabo por razones sin especificar. En 1944, poco antes de que los alemanes se retirasen de Roma, el general de las SS Karl Friedrich Otto Wolff recibió el encargo de Hitler de secuestrar al Papa. Viajó, entonces, a Roma y concertó una reunión secreta con el Papa. Wolff entró en el Vaticano con ropas de civil durante la noche, gracias a la ayuda de un sacerdote, y le contó al Papa las órdenes de Hitler. Le aseguró que no tenía intenciones de secuestrarlo, pero advirtió al pontífice que tuviera cuidado «debido a que la situación [en Roma] era confusa y llena de riesgos». Para probar las buenas intenciones de Wolff, Pío XII le pidió la liberación de dos líderes italianos de la resistencia que habían sido condenados a muerte, a lo que aquél accedió.

El Vaticano planeó trasladar al Pontífice al castillo de Liechtenstein, añade el rotativo. Finalmente no fue necesario porque, un mes después de esta audiencia, Roma fue liberada por las tropas aliadas. Según el diario Avvenire, el Pontífice pidió a Wolff una muestra de su sinceridad: el general nazi liberó a dos condenados a muerte un mes después, el 6 de junio.

Muchos historiadores, entre los que se encuentra Andrea Tornielli –autor de «Pío XII, el Papa de los judíos»–, ya plantearon con anterioridad la teoría de que Hitler pretendía deportar al Pontífice como represalia por su presunta ayuda a los judíos, y apuntaban a que fue entre otras cosas la oposición de Wolff la que lo impidió.

La paradoja es que a pesar de su pública colaboración con los judíos, Pío XII recibió al final de la Segunda Guerra Mundial duras críticas por su aparente pasividad ante el Holocausto.

Israel se ha mostrado indignado en varias ocasiones por los planes de beatificación. Algunos historiadores creen que podría haber salvado a muchos judíos si hubiera protestado abiertamente contra su persecución o excomulgado a algunos altos jerarcas nazis.

El Vaticano, por el contrario, siempre ha sostenido que la iglesia salvó miles de judíos «en silencio» y que una oposición abierta a Hitler habría provocado todavía crímenes peores, ya que hubiera aumentado la persecución de los judíos e impedido la intervención de la Santa Sede.



HITLER ORDENÓ DESTRUIR EL VATICANO Y SECUESTRAR A PÍO XII
Fuente: Zenit
Andrea Tornielli: Hitler ordenó destruir el Vaticano y secuestrar a Pío XII, en venganza por la ayuda que ofreció el Papa a los judíos

El escritor e historiador italiano Andrea Tornielli, desvela en su nueva obra «Pío XII, el Papa de los judíos» las destructivas intenciones del líder nacionalsocialista, Adolf Hitler, que ordenó a sus subordinados arrasar «a sangre y fuego» el Vaticano y secuestrar y confinar al obispo de Roma y jefe de la Iglesia católica en algún lugar del Principado de Liechtenstein, donde permanecería retenido como rehén del ejército alemán.

Adolf Hitler ordenó en 1943 la destrucción del Vaticano y la deportación del papa Pío XII como represalia por la presunta ayuda del Pontífice a los judíos y por la oposición de la Iglesia al régimen nazi, según el historiador italiano Andrea Tornielli.

Tornielli explica en su libro, que el «Führer» montó en cólera tras la firma del armisticio entre el Gobierno italiano del mariscal Badoglio y los aliados el 8 de septiembre de 1943, y ordenó al cuerpo de élite de las SS arrasar «a sangre y fuego» la Santa Sede.

El líder nacionalsocialista habría dispuesto el traslado del Papa al principado de Liechtenstein, donde debería haber permanecido como rehén de los alemanes.
El plan no llegó a cumplirse gracias a la firme oposición del oficial que iba a dirigirlo: el general Karl Wolff, entonces comandante de las SS en Italia, quien logró disuadir a su superior.

El ex primer ministro italiano Giulio Andreotti ha defendido la validez de la tesis de Tornielli y rechazó las críticas que recibió el Pontífice al final de la Segunda Guerra Mundial sobre su pasividad ante el holocausto judío realizado por los nazis. «La hostilidad contra el papa Pacelli no se debió a su debilidad contra el nazismo, sino a su rechazo del comunismo», aseguró.

Los argumentos expuestos por Tornielli ya habían sido apuntados por historiadores y estudiosos en los últimos años, que citaban testimonios y documentos de la etapa de la ocupación nazi de Roma. Entre ellos figura Antonio Gaspari, autor de «Los judíos, Pío XII y la Leyenda Negra», en los que se narran testimonios de judíos que fueron salvados en Roma de la persecución nazi-fascista, gracias a la ayuda de hombres y mujeres de Iglesia, por petición misma del Papa.

Este libro sale a la luz cuando está en marcha el proceso de beatificación de Pío XII, rechazado por algunos sectores de la comunidad judía y por exponentes de derechas del actual Gobierno de Israel.

Eugenio Pacelli, Pío XII, falleció el 9 de octubre de 1958 en la residencia veraniega papal de Castel Gandolfo, tras diecinueve años de intenso pontificado.

Su acción concreta y eficaz a favor de los judíos salvó, directa e indirectamente, a 800.000 de ellos, según testimonio del investigador israelí Pinchas Lápide.

Lejos de tener afinidad con Hitler, como sugirió maliciosamente Rolf Hochhuth en su obra teatral «El Vicario», el Papa se vio implicado activamente en las conspiraciones de la resistencia alemana para derribar al tirano, como demuestran los documentos del Foreign Office británico acerca de la llamada «Schwarze Kapelle», a la que estaban vinculados el Almirante Canaris, el conde Von Stauffenberg y otras personalidades alemanas contrarias al Führer.

Pacelli había leído «Mein Kampf» y calibró en repetidas ocasiones el peligro de las doctrinas en este libro contenidas. No es extraño, pues, que fuera el autor intelectual de la encíclica contra el nazismo «Mit brennender Sorge», escrita por su predecesor, cuando él era secretario de Estado vaticano.

INTELECTUALES JUDÍOS ARREMETEN CONTRA EL FILME «AMÉN» DE GRAVAS POR «INFAME». Las comunidades hebreas reaccionan por la «manipulación histórica»

Tras el estreno en España, en la SEMINCI de Valladolid (que empezó como un certamen de cine religioso y de valores organizado por la Iglesia) la película «Amén» del director Costa-Gavras, que se apunta al bando de los lapidadores de la Iglesia católica por su supuesta complicidad con el régimen nazi. Han sido muy numerosas las voces que se levantaron contra esta película cuando se presentó en la Berlinale 2002.

Paul Thibaud, presidente de la Amistad judeo-cristiana de Francia, ha dicho a propósito de la película «Amén» y del cartel promocional de la misma diseñado por Toscani lo siguiente: «Han sido muchísimos los judíos que han protestado contra la mezcla infame del cartel firmado por Toscani, precisamente porque reconocen el esfuerzo realizado por los cristianos para afrontar su parte de responsabilidad en la Shoah. Otros lo han hecho también porque se sienten ofendidos por el modo en que nuestra sociedad pisotea su pasado religioso. Y no faltan los que ven que el mundo post-cristiano trata con esto de exculparse de todo un pasado con el que esperaba haber roto definitivamente».

Odio de Hitler a Pío XII

Mariam Lau, crítica de cine del periódico Die Welt, también judía, en su comentario de la película publicó que «nada ha podido poner en duda la religiosidad de Pío XII. El odio que le profesaba Hitler era conocido por sus explosiones de ira durante las cuales juraba que quería arrojar fuera del Vaticano a esa piara de cerdos ». Concluye recordando en su crítica cómo a pesar de todo esto, fueron miles los judíos que salvaron su vida incluso dentro de los muros de un Vaticano asediado por el ejército nazi. Por otra parte, Isaac Herzog, Rabino Jefe de Israel, en un mensaje en 1944 – durante el genocidio – declaró: «El pueblo de Israel no olvidará jamás lo que Su Santidad y sus ilustres delegados, inspirados por los eternos principios de la religión que constituyen los verdaderos fundamentos de la civilización, están haciendo por nuestros desafortunados hermanos y hermanas en la hora más trágica de nuestra historia, prueba viviente de la existencia de la Divina Providencia en este mundo».

Un reciente documento judío que separa claramente a la Iglesia del nazismo es el conocido como «Dabru Emet» («Decid la verdad»). En él se puede leer: «Demasiados cristianos participaron en las atrocidades nazis contra los judíos, o las consintieron. Otros cristianos no protestaron suficientemente contra esas atrocidades. Pero el nazismo en sí mismo no fue una consecuencia inevitable del cristianismo. Si el exterminio nazi de los judíos se hubiera terminado de consumar, su furia asesina se habría vuelto más directamente contra los cristianos. Reconocemos con gratitud a esos cristianos que arriesgaron o sacrificaron sus vidas para salvar judíos durante el régimen nazi».

MIT BRENNENDER SORGE: LA ENCÍCLICA SILENCIADA DE PIO XII CONTRA EL NAZISMO

Como decía Ludwig von Mises: «Si ellos siguen repitiendo sus mentiras, nosotros tenemos que seguir repitiendo la verdad». Más aún, tendremos que dar las claves para comprender estas campañas y de paso sacar del olvido algunas cosas que algunos pretenden que no existieron.

Evidentemente no estamos ante un esfuerzo serio por establecer si la Iglesia Católica pudo haber hecho más frente al Holocausto. Si esa fuera la cuestión, alguien podría decir que quizás sí. A fin de cuentas, en cada faceta de la vida siempre se puede hacer más. Muchos otros dirán que hizo muchísimo si tenemos en cuenta los millares de judíos que fueron salvados por el Vaticano (tantos que hasta el Gran Rabino de Roma Zolli acabo abrazando la fe católica haciéndose bautizar con el nombre de Eugenio en honor de Eugenio Pacelli, Pío XII) o el hecho de que Roma condenó repetidamente el ideario y las prácticas nacional-socialistas. Sin ir más lejos, en 1937, Pío XI publicó gracias a la ayuda decisiva de su secretario de Estado, el futuro Pío XII, la encíclica Mit brennender Sorge (Con ardiente preocupación), en la que condenaba por anticristianos los planteamientos ideológicos del nazismo. En definitiva, poco no se haría cuando en el memorial de Yad Vache, en el Valle de los Justos en Israel, se ha plantado un árbol con el nombre de Pío XII.

«PÍO XII. EL PAPA DE LOS JUDÍOS»,
Zenit 30-5.-2001

Un libro publicado en Italia ofrece detalles inéditos . Los silencios de Pío XII, ¿fueron simplemente silencios o más bien una manera de ayudar con más eficacia a los judíos? Es más, ¿se puede hablar realmente de silencios? A estas preguntas responde un nuevo libro publicado en Italia con algunas revelaciones inéditas.

«Pío XII. El Papa de los judíos» («Pio XII. Il Papa degli ebrei», editorial Piemme), escrito por el corresponsal en el Vaticano del diario milanés «Il Giornale», Andrea Tornielli, reconstruye con documentos que hasta ahora no habían sido publicados la polémica entorno al papa Eugenio Pacelli, quien en vida y tras su muerte recibió el reconocimiento unánime del mundo judío.

Desde los años sesenta, sin embargo, se ha puesto en discusión su figura con la obra teatral «El Vicario», en un primer momento, y, recientemente, con la publicación del libro del periodista británico John Cornwell, «El Papa de Hitler».

Pero, realmente, ¿se puede decir –como tratan de hacerlo sus acusadores– que Pío XII fue en cierto sentido cómplice de la persecución nazi? ¿No fue más bien una estrategia para ayudar con más eficacia y libertad a los judíos perseguidos por los nazis, como el mismo Papa confió a don Pirro Scavizzi?

«Tras muchas lágrimas y muchas oraciones –dijo el Papa al capellán que recogía noticias sobre los perseguidos–, he considerado que mi protesta habría suscitado las iras más feroces contra los judíos y multiplicado los actos de crueldad, pues están indefensos. Quizá mi protesta me hubiera traído la alabanza del mundo civil, pero habría ocasionado a los pobres judíos una persecución todavía más implacable de la que ya sufren».

Entrevista a Andrea Tornielli

Presentamos, a continuación, la entrevista que ha realizado a Andrea Tornielli el informativo internacional de Radio Vaticano.

¿Cómo se explica los silencios de Pío XII?

–Andrea Tornielli: Los documentos muestran con claridad que los «silencios no fueron propiamente silencios»: en el libro, cito todos los pasajes de los mensajes radiofónicos en los que el Papa Pacelli afirma explícitamente cosas muy claras. De todos modos, Pío XII no denunció públicamente a Hitler, pues trató de salvar el mayor número posible de vidas humanas. Gracias a su actitud prudente, la Iglesia, los nuncios, el Vaticano, lograron salvar, como ha calculado el historiador judío Pinchas Lapide, a unos 850 mil judíos de la persecución y de la muerte.

Uno de los aspectos más interesantes recogidos en el libro es el que se refiere a un documento en el que el Papa Pacelli condenaba el nazismo; documento que después prefirió quemar, tras ver lo que había sucedido en Holanda. ¿Existen pruebas de la existencia de este documento?

–Andrea Tornielli: En 1942, el Papa estaba a punto de publicar un documento muy duro contra los nazis, contra Hitler, contra la persecución de los judíos. Pero le impresionó profundamente lo que sucedió en Holanda. En aquel país, tras la protesta de los obispos, se agravaron las persecuciones contra los judíos. La prueba de la existencia de este documento viene de muchos testimonios, como el de sor Pasqualina Lehnert, sor Konrada Grabmeier, el padre Robert Leiber e incluso el del cardenal francés Eugène Tisserant. Estos testigos revelaron que el Papa había escrito aquel documento y que decidió quemarlo personalmente en la cocina y esperar hasta que no quedara totalmente destruido. La conmoción que le ocasionó el caso holandés fue tan profunda que prefirió quemarlo a provocar ulteriores daños a los judíos.

Usted menciona también la amonestación al arzobispo de Viena, Theodor Innitzer, que le hizo Pacelli, cuando todavía era secretario de Estado vaticano, en 1938…

–Andrea Tornielli: El caso de Innitzer es muy interesante, pues en ese año este arzobispo, junto a otro prelados austríacos, había acogido con entusiasmo la llegada de Hitler. Pues bien, Eugenio Pacelli y Pío XI convocaron urgentemente a Innitzer en Roma. Pacelli fue muy frío y obligó a Innitzer a firmar en su presencia una retractación, que fue publicada en «L´Osservatore Romano». Esto demuestra que tanto Pacelli, como el Papa, que en aquel entonces era Pío XI, rechazaron la posición de la Iglesia austríaca.

Usted habla también un complot contra Hitler con el apoyo de Pío XII.

–Andrea Tornielli: Es un caso muy importante. En noviembre de 1939, y en los primeros meses de 1940, se dio el intento por parte de algunos generales alemanes de abatir el régimen de Hitler y de volver a instituir la democracia. Los alemanes hicieron que la noticia llegara al Vaticano y el Papa se comprometió personalmente, corriendo un gran riesgo, para hacer de trámite y lograr que la noticia llegara a los aliados ingleses y estadounidenses. Luego aquellos generales no pudieron hacer nada, pero el Papa participó activamente en este proyecto.

¿Por qué se acusa ahora al Papa de connivencia con el nazismo?

–Andrea Tornielli: Se ha creado una auténtica «leyenda negra» que no tiene nada que ver con el debate histórico. Una cosa es discutir seriamente sobre la actitud del Papa y los motivos por los que decidió no hacer una denuncia pública; y otra, muy distinta, tratar de hacer de él un chivo expiatorio. Esto es lo que se ha hecho con Pío XII. Hay que reconocer que el Papa hizo todo lo posible, mientras que otros no hicieron lo que hubieran podido…

¿Cuál es el gesto de Pío XII que más le ha impresionado al realizar su investigación?

–Andrea Tornielli: Los gestos son muchos: de las negociaciones que realizó, utilizando todos los canales posibles e imaginables para detener las inspecciones en el ghetto de los judíos en Roma, hasta las instrucciones precisas que se dieron a los nuncios, sin olvidar el hecho de que él mismo gastó sus bienes personales para enviar dinero a los nuncios con el objetivo de aliviar los sufrimientos de los judíos.

Es importante, además, la revelación que el Papa Pacelli hizo a don Pirro Scavizzi, el capellán que recorrió Europa recogiendo noticias sobre los perseguidos. Pío XII le dijo: «Dígales que el Papa sufre con ellos, sufre con los perseguidos, y que si a veces no alza más la voz es sólo para no provocar daños peores».


EL BIÓGRAFO OFICIAL DE CHURCHILL ALABA LA ACTITUD DE PÍO XII

SIR MARTIN GILBERT, JUDÍO, célebre historiador y biógrafo oficial de Winston Churchill, recuerda el gran número de hebreos salvados por Pío XII y otros miembros de la jerarquía católica.

Ha sido durante una entrevista en exclusiva concedida a la revista Inside the Vatican de este mes de agosto, con ocasión de publicarse en Nueva York su septuagésimo segundo libro: The Righteous: The Unsung Heroes of the Holocaust [Los Justos: héroes anónimos del Holocausto].

El encendido elogio de Gilbert, que es judío y fue galardonado con el título de «Sir» por la reina Isabel en 1995 por sus méritos como historiador del siglo XX, está basado en el cuidadoso análisis de miles de testimonios y un amplio elenco de pruebas documentales.

Según este prestigioso investigador, muchos cristianos, y católicos en particular, arriesgaron sus vidas y las de sus familias para rescatar judíos durante las persecuciones nazis. «Es especialmente importante para el pueblo judío y yo mismo soy judío», afirma Gilbert, «comprender cuántos libertadores cristianos hubo. El número de los que han sido identificados como Justos por Israel asciende en la actualidad a 20.000. Hay por supuesto muchos más que fueron asesinados tras ser capturados junto con aquellos a quienes intentaban salvar, y cuyas historias aún no han visto la luz del día».

De esos 20.000, casi todos salvaron a más de una persona, por lo cual «podemos estar hablando de hasta 100.000 judíos salvados». Estos «Justos de entre las Naciones» [gentiles] son los así calificados por el Yad Vashem, institución israelita encargada de la memoria del Holocausto. Pero según Sir Martin Gilbert, son tantos los todavía desconocidos que «medio millón de judíos salvados no constituiría una cifra exagerada». El historiador menciona los innumerables «héroes no católicos» de distintas confesiones protestantes y obediencias ortodoxas según los países. Pero, señala, «la Iglesia predominante en Europa era la Iglesia Católica, y el clero predominante era el clero católico, bajo el liderazgo del Papa Pío XII».

En relación a este pontífice, tan calumniado en los últimos años, indica que «afirmar que Pío XII mantuvo «silencio» sobre los asesinatos de masas de los nazis, es un serio error histórico», y recuerda sus múltiples intervenciones de toda clase: verbales, como el mensaje de Navidad de 1942; y prácticas, mediante instrucciones cursadas a las jerarquías eclesiásticas correspondientes, en especial durante la ocupación de Roma.

En conclusión, «a la vista de todos los hechos, creo que moral y políticamente Pío XII actuó de forma adecuada y tomó la decisión correcta», con una prudencia que nada tuvo que ver con la cobardía y menos aún con complicidad. Dada la gran dificultad de las circunstancias y los múltiples intereses a tener en cuenta, habría sido, dice Gilbert, «altamente irresponsable» si hubiese actuado «de forma provocativa».

«Creo que los católicos deberían dar más publicidad a estos hechos… y elevar esta bandera con orgullo hasta el lugar más alto», remata en esta interesante entrevista.


EL PAPA JUSTO

Una cuidadosa recopilación de documentos sale en defensa del Papa Pacelli, contra quienes aún le tachan de antisemita y de coquetear con el régimen nazi. Cincuenta años de estima y reconocimiento por parte de judíos de todo el mundo

Rabino de Nueva York, David Dalin es una de las personalidades de relieve del mundo judío estadounidense. Uno de sus libros, Religion and State in the American Jewish Experience ha sido destacado como uno de los mejores trabajos académicos de 1998. Ha dictado conferencias sobre las relaciones judeo-cristianas en las universidades de Hartford Trinity College, George Washington y Queens College de Nueve York. En el artículo que extractamos ampliamente en estas páginas, publicado en The Weekly Standard (semanario que representa la máxima expresión de la elite neoconservadora americana), el rabino David Dalin pide que Pío XII sea reconocido como «justo», en virtud de cuanto hizo por salvar a los judíos del Holocausto.

Ya antes de la muerte de Pío XII en 1958, en Europa se le acusaba de haber sido favorable al nazismo, un lugar común de la propaganda comunista contra occidente.

La acusación quedó sepultada durante algunos años bajo la oleada de homenajes que siguió a la muerte del Papa, procedentes tanto del ámbito judío como de los gentiles, para reaparecer de nuevo en 1963 con la publicación de Il Vicario, una pieza teatral de un escritor alemán de izquierdas (que perteneció a la Hitler Jugend), llamado Rolf Hochhuth.

Il Vicario era una obra muy fantasiosa y polémica, en la que se sostenía que la preocupación de Pío XII por las finanzas vaticanas le había dejado indiferente ante el exterminio de la población judía de Europa. La obra de Hochhuth despertó un notable interés en la opinión pública, desencadenando una controversia que se prolongó a lo largo de los años 60. Ahora, transcurridas tres décadas, aquella controversia ha vuelto a estallar de repente por razones que no resultan del todo claras.

Pero la palabra «estallar» no describe suficientemente la actual marejada de polémicas. En los últimos dieciocho meses han salido a la luz nueve libros que hablan de Pío XII: Hitlers Pope de John Cornwell, Pius XII and the Second World War de Pierre Blet *, Papal Sin de Garry Wills, Pope Pius XII de Margherita Marchione, Hitler, the War and the Pope de Ronald J. Rychlak, The Catholic Church and the Holocaust, 1930-1965, de Michael Phayer, Under His Very Windows de Susan Zuccotti, The Deformation of Pius XII de Ralphy McInerny y, recientemente, Constantines Sword de James Carroll.

Dado que cuatro de estos volúmenes – los de Blet, Marchione, Rychlak y McInerny – se alinean en defensa del Papa (y dos, los de Wills y Carroll, implican a Pío XII sólo como una parte de un más amplio ataque contra el catolicismo), el cuadro puede parecer equilibrado. Además, leyendo detenidamente los nueve libros, se puede concluir que las argumentaciones de quienes defienden a Pío XII son las más convincentes.

Y, sin embargo, los libros que difaman al Papa han sido los que han centrado la atención mayoritaria.

Einstein, Golda Meir, Herzog…

Curiosamente, casi todos los que hoy están en esta línea difamatoria – desde los ex seminaristas John Cornwell y Garry Wills, hasta el ex cura James Carroll – son ex católicos o católicos heterodoxos. A los líderes judíos de la generación precedente la campaña contra Pío XII les resultó, en el mejor de los casos, sorprendente. Durante la posguerra muchos judíos famosos – Albert Einstein, Golda Meir, Moshe Sharett, Rabí Isaac Herzog y muchos otros – expresaron públicamente su gratitud hacia Pío XII. En su libro de 1967, Three Popes and the Jews, el diplomático Pinchas Lapide (que prestó servicio como cónsul de Israel en Milán y entrevistó a los italianos supervivientes del Holocausto), declaró que Pío XII «contribuyó sustancialmente a salvar a 700.000 judíos, y tal vez a otros 860.000, de la muerte segura a manos de los nazis».

La verdad es que el libro de Lapide sigue siendo la obra más seria escrita por un judío sobre este asunto, y en los treinta y cuatro años que han transcurrido desde su publicación se ha podido acceder a muchos materiales, tanto de los archivos vaticanos como de otras fuentes. Se han recogido muchos testimonios directos y un número impresionante de entrevistas con supervivientes del Holocausto, capellanes militares y civiles católicos. En vista de los recientes ataques, ha llegado la hora de salir nuevamente en defensa de Pío XII.

En enero de 1940, por ejemplo, el Papa dio instrucciones a la Radio Vaticana para que revelara la «espantosa crueldad de la tiranía salvaje» que los nazis estaban inflingiendo a los judíos y a los católicos polacos. Al recibir noticia de dicha transmisión una semana más tarde, el Defensor Público de los judíos de Boston la apreció por lo que era: «Una denuncia explícita de las atrocidades perpetradas por los alemanes en la Polonia ocupada por los nazis, declarándolas abiertamente como una ofensa a la conciencia moral de toda la humanidad». El New York Times escribió en su editorial: «Ahora el Vaticano ha hablado, con una autoridad indiscutible, y ha confirmado los peores presagios de terror que emergen de las tinieblas de Polonia». En Inglaterra, el Manchester Guardian elogió al Vaticano como «el más enérgico defensor de la Polonia torturada».

«Espiritualmente semitas»

Cualquier lectura honesta y minuciosa de los hechos demuestra que Pío XII no dejó nunca de expresar su crítica al nazismo. Basta con tener en cuenta algunos puntos destacados de su oposición antes de la guerra. De los cuarenta y cuatro discursos pronunciados por Pacelli en Alemania como nuncio apostólico entre 1917 y 1929, cuarenta denunciaban algún aspecto de la pujante ideología nazi.

En marzo de 1935 Pacelli escribió una carta abierta al obispo de Colonia definiendo a los nazis como «falsos profetas con el orgullo de Lucifer». Ese mismo año arremetió contra las ideologías «poseídas por la superstición de la raza y la sangre» ante una muchedumbre de peregrinos en Lourdes. Dos años más tarde, en Notre Dame de París, llamó a Alemania «esa noble y poderosa nación que será conducida fuera de su camino por malos pastores, abrazando una ideología racista».

En privado, les decía a sus amigos que los nazis eran «diabólicos». A sor Pascalina, que fue su secretaria durante muchos años, le dijo que Hitler estaba «totalmente obsesionado». «Todo esto no es un obstáculo para él, es un destructor… este hombre es capaz de caminar sobre cadáveres». En 1935, durante una entrevista con el heroico antinazi Dietrich von Hildebrand, Pío XII declaró: «No hay posibilidad de conciliación» entre el cristianismo y el racismo nazi porque «son como fuego y agua».

En el periodo en que Pacelli fue consejero particular de su predecesor, Pío XI, el pontífice hizo la famosa declaración de 1938 ante un grupo de peregrinos belgas en la que afirmó que «el antisemitismo es inadmisible; espiritualmente nosotros somos todos semitas». Y el mismo Pacelli escribió el borrador de la encíclica de Pío XI Mit brennender Sorge, una condena de Alemania que se cuenta entre las más ásperas que ha pronunciado la Santa Sede. Como consecuencia, en los años 30 Pacelli fue extensamente difamado por la prensa nazi como el cardenal de Pío XI «amigo de los judíos», a causa de las más de cincuenta cartas de protesta que les envió a los alemanes como secretario de estado vaticano. A estos se pueden añadir algunos episodios sobresalientes de la acción de Pío XII durante la guerra.

El New York Times

Su primera encíclica, Summi Pontificatus, publicada apresuradamente en 1939 para impetrar la paz, era en buena parte una declaración de que la tarea propia del Papado era la mediación entre las partes beligerantes, más que el decantarse por una u otra. Pero citaba con agudeza a san Pablo: «Ya no hay judíos ni gentiles», utilizando significativamente la palabra «judíos» en el contexto de un rechazo de la ideología racista. El New York Times recibió la encíclica con un artículo en primera página el 28 de octubre de 1939: «El Papa condena a los dictadores, los violadores de los tratados y el racismo». Fuerzas aéreas aliadas arrojaron miles de copias del periódico sobre tierra alemana en un intento de avivar los sentimientos antinazis.

En 1939-40 Pío XII hizo de intermediario secreto entre los miembros de una conjura alemana antihitleriana y los ingleses. Y corrió no pocos riesgos advirtiendo a los aliados de la inminente invasión alemana de Holanda, Bélgica y Francia.

Cuando en 1942 los obispos franceses publicaron varias cartas pastorales contra las deportaciones, Pío XII envió a su nuncio a protestar ante el gobierno de Vichy contra «los arrestos inhumanos y las deportaciones de los judíos de la Francia ocupada a la Silesia y a algunas partes de Rusia». Radio Vaticana comentó durante seis días seguidos las cartas de los obispos, en unos años en los que en Alemania y Polonia escuchar Radio Vaticana era un crimen que algunos pagaron con la pena capital. («Parece que el Papa intercede por los judíos inscritos en las listas de deportación de Francia» era el titular del New York Times del 6 de agosto de 1942. «Vichy captura a los judíos; ignorado el llamamiento del Papa Pío», recogía el Times tres semanas más tarde).

En el verano de 1944, tras la liberación de Roma, pero antes del fin de la guerra, Pío XII dijo a un grupo de judíos romanos que fueron a darle las gracias por su protección: «Durante siglos los judíos habéis sido tratados injustamente y despreciados. Ya es hora de que se os trate con justicia y humanidad, Dios lo quiere y la Iglesia lo quiere. San Pablo nos dice que los judíos son nuestros hermanos. Pero deberíamos acogeros también como amigos».

Ya que estos ejemplos y otros centenares más son desacreditados uno por uno en los libros que recientemente atacaban la figura de Pío XII, el lector puede perder de vista su peso específico, su carácter general, que no deja resquicio a la duda sobre la posición del Papa, y menos que a nadie a los nazis. En el editorial del día siguiente [a la Navidad de 1941], el New York Times declaraba: «La voz de Pío XII es una voz solitaria en el silencio y la oscuridad que envuelve a Europa en esta Navidad… Pidiendo un «nuevo orden auténtico» basado en la «libertad, justicia y amor», el Papa se ha alineado abiertamente contra el hitlerismo».

En la valoración de las acciones que Pío XII hubiera podido llevar a cabo, muchos (entre los que me encuentro) habrían deseado verlo pronunciar excomuniones explícitas. Los nazis, de tradición católica, ya habían incurrido automáticamente en la excomunión con todos sus actos, desde la casi nula participación en la misa, a la inexistente confesión de homicidios y el repudio público del cristianismo. Y, como se deduce claramente de sus escritos y de sus conversaciones, Hitler había dejado de considerarse católico – es más, se consideraba un anticatólico – mucho tiempo antes de llegar al poder.

«Suicidio voluntario»

Los supervivientes del Holocausto, como Marcus Melchior, rabino jefe de Dinamarca, observaban que «si el Papa hubiera tomado posición abiertamente, probablemente Hitler habría exterminado a más de seis millones de judíos y tal vez a diez veces diez millones de católicos, si hubiera tenido la posibilidad». Robert M.W. Kempner, refiriéndose a su experiencia durante el proceso de Nüremberg, afirmó en una carta a la redacción después de que el Commentary publicara un extracto de Guenter Lewy en 1964: «Cualquier movimiento propagandístico de la Iglesia católica contra el Reich hitleriano no sólo habría significado un «suicidio voluntario», sino que hubiera acelerado la ejecución capital de un mayor número de judíos y de sacerdotes».

No se trata de una cuestión puramente especulativa. Una carta pastoral de los obispos holandeses que condenaba «el despiadado e injusto trato reservado a los judíos» fue leída en todas las iglesias católicas holandesas en julio de 1942. La carta, a pesar de sus buenas intenciones, y probablemente inspirada por Pío XII, tuvo consecuencias inesperadas. Como observa Pinchas Lapide: «La conclusión más triste y que da más que pensar es que, mientras el clero de Holanda protestaba con más fuerza, más abiertamente y con mayor frecuencia contra las persecuciones a los judíos que la jerarquía religiosa de cualquier otra nación ocupada por los nazis, el contingente más numeroso de judíos deportados a los campos de exterminio procedía precisamente de Holanda – casi 110.000, el 79% del total -.

Nos podríamos preguntar qué podría ser peor que el genocidio de seis millones de judíos y la respuesta es: la masacre de otros cientos de miles. El Vaticano trabajó para salvar a todos los que pudo. Y los datos son elocuentes: mientras que el 80% de los judíos europeos halló la muerte durante la Segunda Guerra Mundial, el 80% de los judíos italianos se salvó.

En los meses en los que Roma estuvo bajo la ocupación alemana, Pío XII dio instrucciones al clero italiano sobre cómo salvar vidas por todos los medios a su alcance. Desde octubre de 1943, Pío XII dispuso que iglesias y conventos de toda Italia sirvieran de escondite a los judíos. Como resultado – y a pesar de que Mussolini y los fascistas habían cedido ante la exigencia de Hitler de comenzar la deportación de los judíos de Italia – muchos católicos italianos desobedecieron las órdenes de los alemanes.

Rabat-Fohn

Sólo en Roma 155 conventos y monasterios dieron asilo a casi cincuenta mil judíos. Al menos treinta mil hallaron refugio en la residencia estival del pontífice en Castel Gandolfo. Sesenta judíos vivieron durante nueve meses dentro de la Universidad Gregoriana y muchos fueron escondidos en el sótano del Pontificio Istituto Bíblico. Varios centenares se refugiaron dentro del mismo Vaticano. Siguiendo las instrucciones de Pío XII, muchos sacerdotes, monjes, monjas, cardenales y obispos italianos se emplearon a fondo para salvar miles de vidas judías. El cardenal Boetto de Génova salvó a al menos ochocientos; el obispo de Asís escondió a trescientos judíos durante más de dos años; el obispo de Campagna y dos de sus parientes salvaron a 961 en Fiume.

Pero, una vez más, el testimonio más elocuente es el de los propios nazis. Documentos fascistas publicados en 1998 (y recogidos en el libro Papa Pio XII de Marchione) revelan la existencia de un plan alemán, denominado «Rabat-Fohn», que hubiera debido llevarse a cabo en enero de 1944. El plan preveía que la octava división de caballería de las SS, disfrazados de soldados italianos, conquistara San Pedro y «eliminara a Pío XII con todo el Vaticano» y apunta explícitamente a la «protesta del Papa a favor de los judíos» como la causa de tal represalia.

Una historia análoga se puede dibujar a través de toda Europa.

Pero el punto de partida de esta discusión radica en la verdad incontestable de que, tanto los nazis como los judíos de aquella época, consideraban al Papa como el más importante opositor de la ideología nazi en el mundo.

Ya en diciembre de 1940, en un artículo aparecido en el Time magazine, Albert Einstein rendía homenaje a Pío XII: «Sólo la Iglesia se ha declarado abiertamente contra la campaña de Hitler por la supresión de la verdad. Nunca antes había tenido un amor especial por la Iglesia, pero ahora siento un gran afecto y admiración porque sólo la Iglesia ha tenido el coraje y la tenacidad de alinearse en defensa de la verdad intelectual y de la libertad moral. Por ello, me veo obligado a confesar que ahora aprecio sin reservas lo que durante mucho tiempo desprecié».

En 1943 Chaim Weizmann, que llegaría a ser el primer presidente del estado de Israel, escribió que «la Santa Sede está prestando su poderosa ayuda donde es posible, para aliviar la suerte de mis correligionarios perseguidos».

Moshe Sharett, viceprimer ministro israelí, se entrevistó con Pío XII al término de la guerra: «le dije que mi primer deber era darle las gracias a él, y a través de él a toda la Iglesia católica, en nombre del pueblo judío, por todo lo que han hecho en diversos países para proteger a los judíos».

El rabino Isaac Herzog, rabino jefe de Israel, envió un mensaje en febrero de 1944 declarando: «El pueblo de Israel no olvidará nunca lo que Su Santidad y sus ilustres delegados, inspirados por los principios eternos de la religión que se hallan en la base de la auténtica civilización, están haciendo por nuestros desventurados hermanos y hermanas en la hora más trágica de nuestra historia, una prueba viviente de la Divina Providencia en este mundo».

En septiembre de 1945, Leon Kubowitzky, secretario general del Congreso judío mundial, agradeció personalmente al Papa sus intervenciones, y este organismo donó 20000 dólares al Óbolo de San Pedro «como signo de reconocimiento por la obra desarrollada por la Santa Sede salvando a los judíos de las persecuciones fascistas y nazis».

Benevolencia y magnanimidad

En 1955, cuando Italia celebró el décimo aniversario de su liberación, la Unión de las comunidades judías italianas proclamó el 17 de abril «Jornada de agradecimiento» por la asistencia recibida del Papa durante la guerra.

Negar la legitimidad de la gratitud expresada hacia Pío XII equivale a negar la credibilidad de los testimonios personales y de los juicios expresados acerca del mismo Holocausto. «Más que de ningún otro», señalaba Elio Toaff, un judío italiano que sobrevivió al Holocausto y llegó a ser rabino jefe de Roma, «hemos tenido la oportunidad de experimentar la gran y compasiva benevolencia y la magnanimidad del Papa durante los años infelices de la persecución y del terror, cuando parecía que para nosotros ya no había salida alguna».

* Véase la entrevista de Andrea Tornielli al P. Pierre Blet, encargado de la publicación de los documentos de los archivos vaticanos sobre la Segunda Guerra Mundial, en Huellas n. 2 – 2000.