Holodomor, el holocausto no reconocido de la Rusia comunista

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¿Por qué se ha silenciado sistemáticamente uno de los mayores genocidios del siglo XX?


“Es difícil imaginar cómo un niño podía seguir viviendo, después de haber visto eso, sin volverse loco. Caminaba hacia la escuela, y acá un muerto, más allá otro, un poco más allá otro.”

Es el brutal recuerdo de Tatiana Tarasenko, una de las supervivientes del Holocausto ucraniano, conocido como Holodomor (“matar de hambre”), por el que varios millones de personas (algunos lo cifran en 10) murieron de hambre entre 1932 y 1933, provocada por el régimen soviético de Stalin.

Actualmente es conocida Ucrania por su potencial agrícola, debido a sus increíblemente fértiles “tierras negras”, uno de los espacios de cultivo más importantes del mundo. No en vano se la conocía como “el granero de Europa”, por lo que la pregunta es ¿cómo se pudo llegar a esta hambruna que mató entre dos y diez millones de personas y que distintos organismos internacionales, entre ellos el Parlamento europeo, en 2008, calificó de genocidio contra la humanidad?

Resistencia popular

Corría el año 1917, el triunfo de la Revolución rusa se fue extendiendo paulatinamente por los países limítrofes y, así, recaló también en Ucrania para erigirse en una de las repúblicas -tras derrocar la monarquía- que formaron en 1922 la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Tras la muerte de Lenin en 1924 en Rusia, José Stalin, se fue haciendo con el poder del Partido Comunista y eliminó a sus opositores, implantando directrices únicas en todos los ámbitos para todos los países que formaban la URSS.

Su máximo protagonismo no llegaría hasta 1929 cuando impuso la colectivización total, lo que provocó movimientos antisoviéticos en varios lugares, entre ellos Ucrania, cuyo fuerte sentimiento nacionalista era una barrera para los intereses expansionistas de Stalin. Éste mandó al Ejército Rojo para apoyar al gobierno ucraniano y sofocar multitud de revueltas protagonizadas por buena parte del pueblo (la resistencia alcanzó los tres millones de personas). Los militares, ayudados por la policía secreta, consiguieron su objetivo: laminaron la insurrección, tras la cual fueron deportados y ejecutados miles de intelectuales, eclesiásticos, empresarios, profesionales diversos y campesinos. Estos últimos nutrieron principalmente a las fuerzas insurgentes.

La gran hambruna: “Holodomor”

En 1930, se ordena que la colectivización de la tierra se complete en dos años. Todo el que se opone es denunciado y deportado. Mediante la vía “blanda” de subida de impuestos, pagaderos en cereal, se obliga a los campesinos díscolos a agruparse en las granjas colectivas, donde los gravámenes son tres veces menores.

A partir de 1931, debido al fracaso de las políticas soviéticas y a la climatología, comenzó a faltar la comida en varias regiones de la Unión Soviética, como Ucrania. Se culpó a los campesinos de este país por la falta de pan y el estricto racionamiento de alimentos en los centros urbanos. Sin embargo, los mercados occidentales estaban abarrotados de trigo ucraniano confiscado a sus productores por el régimen soviético. Según palabras de un campesino de la época: “Los rusos iban de casa en casa llevándose toda la comida que encontraban. Comenzaban por los granos, la harina, las remolachas, papas o habas que la gente guardaba en sus casas o sótanos. Pero sin confiar en la gente, registraban todo, cavaban en el piso, hurgaban en las paredes y en los hornos, destrozándolos a menudo. Así corrían de casa en casa quitándonos todo lo que pudiera ser comestible”.

Stalin creía que esto no era suficientemente aleccionador para doblegar el espíritu nacional ucraniano y dictó en 1932 la Ley sobre “el robo y dilapidación de la propiedad social”, conocida por la “Ley de las cinco espigas”, por la que fueron condenadas a muerte más de 100.000 personas. La vorágine de violencia no paró aquí, pues entre noviembre y diciembre detienen a 27.000 personas y se ordena el incremento de las cuotas de producción, lo que concluyó en el vacío de los graneros ucranianos, mientras vendía la cosecha de trigo de 1933 por debajo del precio del mercado para agotarla.

Todo era un programa de Stalin para doblegar el orgullo resistente de los ucranianos, que tuvo como resultado la muerte por hambre de entre dos y 10 millones de seres humanos, sin distinción de edades, sexos y religión. Un genocidio con el que se regodeaba maquiavélicamente todos los días con pasquines en todo el país donde se leía: “Comer niños muertos es salvajismo» y donde el castigo por robar variaba, desde la muerte hasta realizar trabajos forzados en un Gulag durante 10 años.

Se calcula que morían diariamente de hambre 25.000 personas, mientras que la ayuda envidada por emigrantes ucranianos en distintos lugares del mundo era requisada por las autoridades soviéticas. Fue el Holodomor (“matar de hambre”), uno de los mayores genocidios del siglo XX, cuyo eco no ha sido suficientemente divulgado en la opinión pública mundial, como lo ha sido el de los judíos a manos de los nazis por parte de la industria cinematográfica estadounidense –por citar un caso-, dirigida mayormente por hebreos.

Colaboradores del olvido

A esta desmemoria sobre este atentado contra la humanidad, colaboraron socialistas ilustres como Bernard Shaw, Sidney y Beatrice Webb y el Premier Edouard Herriot de Francia, pues durante una gira por Ucrania entre 1932-33 proclamaron que los informes de la hambruna eran falsos. Shaw anunció: “No he visto una persona desnutrida en Rusia.” El corresponsal del New York Times Walter Duranty, que ganó un premio Pulitzer por su presentación de informes de Rusia, escribió que las denuncias sobre la hambruna eran “propaganda maligna”. El New York Times nunca ha repudiado la postura de Duranty.

Por otro lado, ninguno de los asesinos soviéticos que cometieron el genocidio fue juzgado. Uno de los más sanguinarios, Lazar Kaganovitch, murió pacíficamente en Moscú hace unos años, todavía conservaba la Orden de la Unión Soviética y disfrutaba de una generosa pensión del Estado.”

En 2010, un periodista ucraniano negó el genocidio, aunque no la masiva muerte de civiles, por lo que fue llevado a juicio en su país, del que fue absuelto en base a la libertad de opinión.

Postura de la comunidad internacional

El concepto de “genocidio” fue introducido en el campo internacional por una Resolución de la ONU del día 11 de diciembre de 1946, que rezaba: “De acuerdo a las normas del derecho internacional, el genocidio es un crimen, que es condenado por el mundo civilizado y por su realización los principales culpables deben estar sujetos a castigo”.

En noviembre del año 1989 la Comisión J. Sandberg, auspiciada por el Congreso de Estados Unidos, publicó su veredicto. Las causas primordiales del hambre en Ucrania fueron la excesiva recolección de granos, precedida por colectivización forzada y el deseo del Gobierno Central de combatir el “tradicional nacionalismo ucraniano”.

En 2008, el Parlamento Europeo calificó de genocidio y de crimen contra la humanidad la masacre ocurrida en Ucrania en aquellos años.

Según el científico estadounidense James Mace: “La colectivización forzada fue una tragedia para todo el campesinado soviético, pero para los ucranios fue una tragedia en particular. Tomando en cuenta la casi total destrucción de las elites urbanas, la colectivización representaba su aniquilamiento como organismo social y factor político, quedando relegados a una situación que los alemanes denominan naturfolk (‘pueblo primitivo’)”.

La Iglesia del silencio

El avance contra toda manifestación de identidad ucraniana adquirió diversas formas. Por un lado, se desató la persecución masiva y sangrienta de la Iglesia Ortodoxa del país. Esta persecución se manifestó en la aniquilación física de toda la jerarquía y prácticamente todo el clero, la destrucción de un 80% de las iglesias, en su mayoría joyas del arte medieval y barroco.

A partir de 1939 la persecución comunista se hizo mucho más sangrienta. En 1946, una parodia de sínodo devastó a la Iglesia Católica ucraniana con la supresión de obispos y sacerdotes. Desde ese año y hasta 1956, religiosos y laicos fueron forzados a abjurar de su fe. Los templos se cerraron y con ellos, escuelas y demás instituciones. Los religiosos fueron a prisión o enviados a campos de concentración en Siberia u otros lugares. Entre ellos estuvo el cardenal Josyf Slipyj quien pasó 18 años prisionero en un campo de concentración de Siberia, donde sufrió todo tipo de torturas. Al fallecer, el 7 de septiembre de 1984, el pueblo ucraniano lo reconoció como su gran héroe nacional.

Fuente: Aleteia