En el pueblo griego de Novo Vissa, todos los vecinos tienen una o más lanchas inflables. Depende de las veces que se acerquen al río Evros, que les separa de Turquía. Son lanchas que los inmigrantes usan para llegar a Europa.
Son para cuatro personas, pero los traficantes meten 15 a 500 dólares la plaza. Casi cada día encuentran una. Pero, también los cadáveres de los que no han resistido las bajas temperaturas o se han ahogado al caer al Evros. Veintinueve el año pasado, más de cien desde 2006.
Los 12 kilómetros de frontera terrestre, por donde el año pasado se colaron 40.000 inmigrantes, empiezan en Novo Vissa. Localidad pobre donde casi todos los hombres emigraron a Alemania en los sesenta. Ahora, la industria del espárrago blanco y el ajo condiciona el trabajo de los que han vuelto. Y desde hace cinco años, la inmigración ilegal. "Vienen a cientos cada día. La gente les ayuda. Les damos mantas, comida, pero siempre somos los mismos y esto no es solo un problema nuestro, también es de Europa", dice uno de los vecinos.
Los vecinos de Novo Vissa se han convertido en los guardas de la frontera más permeable de toda Europa, por donde entran nueve de cada diez sin papeles, según el Frontex, la agencia europea de Fronteras. Dan mantas en invierno y alimento a quienes cruzan. Pero también avisan a la policía cuando un grupo cruza. Pese a las detenciones, el Gobierno calcula que casi 130.000 inmigrantes lograron entrar en Grecia en 2010. El objetivo es llegar a Atenas o a otro país Schengen en busca de un visado de refugiado.
La mayoría vienen de Oriente Medio o del norte de África. Turquía es para casi todos la forma más sencilla de llegar a Europa. La excepción de visado, como en el caso de Irán, Libia o Marruecos, y sus 8.000 kilómetros de frontera terrestre, lo convierte en el corredor favorito de las mafias de inmigrantes. La mayoría recala en el barrio de Aksaray, junto al Gran Bazar, con sus calles llenas de mercaderes callejeros y un incesante goteo de prostitutas de Europa del Este. En este distrito de Estambul, los locutorios y las agencias de viaje locales anuncian visas que permiten pasar a otros países. Todo forma una economía extraoficial que adquiere enormes beneficios.
Si pagan 1.000 dólares, un bus hace los 220 kilómetros entre Estambul y Edirne, en la frontera con Grecia. Los facilitadores les dan lanchas con las que cruzar el río Evros, que el Frontex patrulla. A pie es más barato: unos 100 dólares a cambio de indicarles un punto seguro por donde cruzar. Aquí el negocio está en manos de particulares, según las autoridades locales, que el año pasado detuvieron a 500 facilitadores. Cruzan de noche, cuando los campos se cubren por la niebla. Es también cuando se patrullan las afueras y se intensifican los retenes del puente.
Llegar a Grecia es un riesgo sin garantía de éxito, como lo demuestra el hacinamiento de los centros de retención, donde esperan hasta dos meses para ser repatriados. 11.000 inmigrantes pasaron el año pasado por los tres centros de la prefectura del Evros. "En el centro de Soufli, con capacidad para 80 personas, hay días en los que hay más de 140 detenidos. En el de Feres, para 35, dimos sacos de dormir a más de 115 detenidos. Una mujer con problemas ginecológicos nos dijo que dormía en los baños porque no había otro sitio. Hace poco, en el centro de Fylakio, las celdas se inundaron con el agua residual de los inodoros rotos. Además, aquí los inviernos son duros, y en los centros las calefacciones no funcionan y no hay agua caliente".
Las autoridades no saben la nacionalidad de los inmigrantes que viajan indocumentados. "Los que vienen de África dicen que son de Somalia; los de Oriente Medio, de Palestina y Afganistán, justo los países con los que Turquía no tiene acuerdo de repatriación" explica Gökhan Sözer, gobernador de Edirne. Tras dos meses en los centros, los inmigrantes vuelven a las calles de Estambul.
No es más fácil para los que siguen el cauce legal e intentan conseguir un estatus de refugiado en Turquía. Muchos se quedan atrapados en la maraña burocrática a la espera de un documento que puede tardar entre cinco y diez años en llegar. «Muchos se cansan de esperar e intentan cruzar la frontera». Turquía recibe cada año 9.000 demandas de asilo, que se suman a las más de 20.000 que el Gobierno tramita actualmente. Durante el trámite, los solicitantes deben permanecer en ciudades satélite, donde, sin derechos como un permiso de trabajo, pasan a engrosar la economía sumergida del país. "Europa no puede tapar todos los agujeros. Una valla no va a parar a esta gente»; afirma el responsable de un programa de refugiados.
Y esto es lo que el Gobierno heleno quiere: bloquear la entrada con una valla de tres metros de alto y 12 kilómetros de largo en la frontera de Grecia con Turquía. La valla, empezará en los campos de Novo Vissa. Tan solo los habitantes de la zona tienen permitido el paso a esos campos, y los del lado turco deben aportar una identificación especial que les acredite como tales.
Según el Ejecutivo de Atenas, la valla será similar a la erigida por España en su frontera con Ceuta, con alambrada, cámaras térmicas y sensores de movimiento. Aunque estas defensas fronterizas son una violación del Convenio Europeo de Derechos Humanos, según el cual ninguna persona que pide protección debe ser rechazada en la frontera, esta iniciativa cuenta con un apoyo del 73% de los griegos.
Al otro lado, las autoridades turcas, impotentes para combatir el flujo de emigrantes. "Comprendemos la gravedad del problema que la inmigración ilegal supone para Grecia", declaró el primer ministro, Erdogan. «Apoyar la valla es una forma que tiene el Ejecutivo de respaldar a Grecia, su principal aliado en sus negociaciones con la UE", explican desde la asociación Helsinki Citezen's.
Está claro que entre las numerosas personas que cruzan Turquía hacia Europa hay muchas que están escapando de la violencia y la persecución. Mientras las altas esferas discuten y las excavadoras empiezan a hacer su trabajo, los vecinos de ambos lados de la frontera rememoran cómo ésta fue un animado mercado en los años treinta del siglo pasado. De esa época solo quedan las historias de los abuelos y un nombre, Pazarkule -en turco, la torre del bazar-, con el que aún se conoce la franja fronteriza. La valla separará aún más ambos lados de la frontera, donde el café se prepara igual y las comidas se acompañan por el mismo licor anisado. "La valla es un nuevo muro de la vergüenza", dicen.
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