Id y Evangelizad 142 «La esperanza que nos salva»

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La esperanza, principio estructurante de la vida cristiana. 

Editorial

El Papa Francisco ha convocado un jubileo centrado en la esperanza. Todo jubileo desde la Edad Media está vinculado a la Esperanza: la confianza (fe) en el amor de Dios que nos perdona, nos libera y nos salva. Se trata de un año santo, es decir, un tiempo de gracia durante el cual los fieles pueden recibir indulgencias plenarias: la remisión total del castigo temporal por los pecados. Los jubileos en la Iglesia Católica, al igual que en el Antiguo Testamento, están vinculados a la penitencia, la reconciliación y la conversión, confluyendo en una renovación de la fe y un acrecentamiento en la comunión con Dios. En definitiva, es expresión de la confianza en el amor de Dios que se manifiesta en actos tangibles para la construcción de su Reino en este mundo. Sin embargo, ¿Cómo hablar de un Dios que se revela como amor ante una realidad marcada por el odio, la opresión y la guerra? ¿Cómo hablar del Dios de la vida a aquellos que experimentan la muerte prematura, violenta e injusta de amigos y familiares? ¿Con qué palabras decirles a aquellos que ven aplastada su dignidad que son hijos de Dios? ¿Con qué argumentos anunciar la verdad a las personas inmersas en la era de las ideologías y la dictadura del relativismo, con el horizonte cierto de una muerte sin sentido?

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         Ante esta realidad, la propuesta neo-pagana consiste en falsear la esperanza en la vida de todas las personas, especialmente entre los más empobrecidos. Esta ingeniería social y espiritual, tiene una raíz demoniaca y como brazos ejecutores al capitalismo y al comunismo: el primero, promoviendo la primacía del dinero por encima de la dignidad humana, el egocentrismo y la cultura del bienestar como respuesta a los anhelos de la humanidad, haciendo oídos sordos al sufrimiento de millones de hermanos; el segundo, promoviendo la lucha de clases como forma de alcanzar la justicia y la sumisión al Estado como nueva esperanza de salvación. Ambos confluyen en un replanteamiento de la vida espiritual del hombre; desde una antropología inmanentista que, negando la vocación sobrenatural del hombre, lo reduce todo a mero solipsismo, con propuestas de seudo-espiritualidades centradas en el yo, sin ningún compromiso hacia el otro; con la manipulación del lenguaje, buscando sustituir la virtud de la esperanza con el optimismo moderno que es la actitud positiva ante lo incierto desde el voluntarismo; promoviendo la insolidaridad, que niega la vida asociada, haciendo un planteamiento social desde la lucha por la existencia e instaurando el escepticismo y el pesimismo.

Sin embargo, la vida de los millones de cristianos que han atravesado la historia de la humanidad, especialmente los santos y los mártires, siguen actualizando la afirmación del apóstol Pedro: solo Cristo tiene palabras de vida eterna. Por eso, para los cristianos la esperanza no es una emoción, un concepto, una ideología o un sistema político o económico presente (capitalismo) o futuro (comunismo); es radicalmente una persona: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Él no solo concede la esperanza, sino que es en sí mismo la Esperanza: por eso es virtud teologal porque proviene de Dios y es virtud en el hombre porque, hecho a imagen de Dios, está vocacionado hacia Él. En este sentido, la fe en Dios concede al creyente una nueva cosmovisión, que le permite tener una mirada teologal de la existencia, viendo constantemente los signos de esperanza donde el Señor manifiesta su voluntad; también concede una corvisión, esto es, una manera de amar teologal, haciendo propio los gozos, las angustias y las alegrías del prójimo; junto con una acción, que sigue la lógica del verbo encarnado, es decir, asumir para redimir, entendiendo que la historia no es la mera repetición de hechos sin sentido, sino historia de salvación, actualización perenne de la obra salvífica de Dios a lo largo de los siglos.

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Esta esperanza, alimentada por la fe y la caridad, inspira y sostiene la construcción del Reino de Dios, mostrando la novedad absoluta del mensaje cristiano ante los ídolos humanos. Con ello pone de manifiesto: una novedad teológica, porque Jesús revela al Dios encarnado, misericordioso y redentor; una novedad moral, estructurada desde el mandamiento del amor, amando a Dios y al prójimo, como pauta de comportamiento; una novedad socio-política, porque es un llamado para denunciar y luchar contra las causas de las injusticias que padecen los hermanos; y una novedad escatológica, porque pone de manifiesto el auténtico sentido de la historia, llamada a consumarse en el Señor.