La Iglesia católica del Congo es bien conocida por su ejercicio sistemático de la caridad política. Durante decenios ha luchado por la democracia y la justicia social en el país, haciendo frente a toda suerte de dictaduras y corrupciones (Id y Evangelizad n.º 139). Con motivo de la ocupación en febrero de 2025 de la región de Kivu (este del Congo) por el grupo guerrillero M23 –apoyado por tropas de Ruanda–, la Iglesia católica del Congo, cooperando ecuménicamente con una agrupación de iglesias protestantes, ha formulado una propuesta de proceso para lograr la paz en la región. Está elaborada con principios cristianos, pero también con rigor técnico y capacidad de gestión política.
Escrito por Miguel Ángel Ruiz
Una y otra vez la Iglesia del Congo encarna la afirmación del Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» (Gaudium et Spes, § 1).
Y no es poco decir esto en el país con mayor número de católicos de África: unos 50 millones, aproximadamente la mitad de su población; es más, la otra mitad son también cristianos (protestantes, carismáticos o evangélicos de distintas denominaciones) y la Iglesia católica del Congo impulsa con ellos un verdadero «ecumenismo del compromiso»: el que se cimenta en la lucha y el sacrificio más allá de las palabras y los dogmas.
Las tristezas y las angustias del Congo
Violencia

El grupo guerrillero M23 ha estado presente en la provincia de Kivu Norte, al este del Congo, desde hace décadas. Sin embargo, a partir de 2021, salió del estado «latente» en que había quedado tras su derrota armada y diplomática en 2013 y reinició sus actividades militares en la región. En diciembre de 2024 lanzó un ataque relámpago de conquista territorial que lo llevo, a finales de enero de 2025, a tomar Goma, la capital del estado de Kivu Norte (ciudad de 2 millones de habitantes), y, posteriormente, el 16 de febrero, la ciudad de Bukavu (700.000 habitantes), capital de Kivu Sur.
El peor equipado y menos disciplinado (y corrupto) ejército del Congo no pudo hacer frente a unas tropas mejor armadas y ordenadas, pertrechadas por Ruanda y apoyadas por al menos 10.000 soldados de su ejército regular, el más eficaz de África.
Las tropas del ejército de la R. D. del Congo, se dedicaron en su retirada a robar a cuantos ciudadanos encontraban a su paso y a saquear negocios. Seguramente no van a ser echados de menos. Su presencia en la zona se ha manifestado habitualmente en forma de rapiña y de distintas formas de violencia (incluida la sexual). Tampoco los guerrilleros, que han llegado bombardeando poblaciones civiles y que se perciben como invasores extranjeros, van a ser recibidos con los brazos abiertos. La población se resigna a esta violencia interminable en la que los corderos son devorados por los lobos, sean de una u otra manada.
Los combates han causado en torno a 9.000 muertes, gran parte de ellas de civiles, a consecuencia de los bombardeos de las ciudades; los hospitales de Goma quedaron sin electricidad ni agua, con el consiguiente aumento de sufrimiento para la población. Según datos de Unicef, los combates han desplazado a más de 500.000 personas. Algunas han marchado a los centros de refugiados en Uganda (18.000) y de Burundi (más de 60.000). El resto se suma a los 5,4 millones de desplazados internos que según la Organización Mundial de Migraciones ya existían en las provincias congoleñas de la Región de los Grandes Lagos (Ituri, Kivu Norte, Kivu Sur y Tanganika).

Avaricia
El interés de Ruanda y de su «proxy» el M23, puede encontrarse en la apropiación de los minerales que miles de mineros llamados «artesanales» –es decir, no adscritos a empresas extractoras, sin medios adecuados ni medidas de seguridad– extraen del suelo de Kivu: oro, estaño, tungsteno y coltán/tantalita (los conocidos como los 3TG siglas de su denominación en inglés: tin-tungsten-tantalium-gold), esenciales para los componentes electrónicos de nuestra civilización tecnológica. Ruanda se encarga de comercializar estos minerales por rutas internacionales que ocultan su condición de «minerales de sangre» con la complicidad de los numerosos intermediarios que los transportan, almacenan, procesan y distribuyen y, a la postre, de las empresas multinacionales que, ávidas de materias primas, los adquieren (en diciembre de 2024, el gobierno del Congo presentó contra Apple sendas demandas ante los tribunales de Francia y Bélgica; en diciembre de 2019, el despacho de abogados IRAdvocates presentó demanda ante un tribunal de los EE. UU. contra Apple, Tesla, Microsoft, Dell y Google). Expertos de la ONU han calculado que este negocio produce al M23 (y, por tanto, a Ruanda), un millón de dólares al mes como mínimo; solo la mina de Rubaya, productora del 15% del coltán mundial y en su poder desde abril de 2024, produce 800.000 dólares mensuales de beneficio. El M23 también cobra tasas a los vehículos que se desplazan por sus zonas de influencia, otro lucrativo negocio de rapiña.
Si el gobierno y el ejército del Congo se resisten a ceder tal riqueza no es tanto por una cuestión de legítima defensa de los bienes nacionales como para seguir apropiándose (privadamente) de esas riquezas, con desinterés total por los habitantes de la región y por el bien común del país.
Poder
No es la primera vez que el M23 llega a Goma. En 2012 ya tuvieron el control de la ciudad durante aproximadamente una semana. Sin embargo, tras la presión internacional sobre Ruanda –incluida la suspensión de ayuda por parte de Estados Unidos y Reino Unido– se acordó la retirada. Fue necesaria también la intervención de una fuerza africana enviada por la ONU, que ayudó a las fuerzas congoleñas a lanzar una contraofensiva que condujo a la rendición del M23 en 2013, retirándose a campamentos de refugiados en Ruanda y Uganda donde han languidecido en pésimas condiciones hasta su reciente resurgimiento.
No obstante, en esta ocasión Ruanda, un pequeño estado, con alta densidad de población y escasos recursos naturales, puede haber llegado para quedarse. Visto el éxito de la invasión rusa de Ucrania y las expectativas de ganancias territoriales y mineras que puede suponer una acción de este tipo, pese a ser contraria al Derecho internacional (lo que no ha sido obstáculo para que EE. UU. quiera sacar tajada apropiándose del coltán ucraniano), el presidente de Ruanda reclama la construcción de una «Gran Ruanda». Una prueba de las intenciones de Ruanda sería la destrucción sistemática de los registros de propiedad en las tierras conquistadas, paso previo para arrebatárselas a sus propietarios y entregarlas a nuevos detentadores designados por el gobierno de Ruanda. El presidente de Ruanda, Paul Kagame, que controla su país con mano de hierro reprimiendo toda voz crítica (pregunten a los periodistas que languidecen en sus prisiones por haberse atrevido a criticar sus políticas) es capaz de esto y mucho más.
Excusas
Ruanda justifica su apoyo al M23 en la defensa de su estado frente a guerrilleros de étnica hutu, entre los que se cuentan los causantes del genocidio que en 1994 pasó a cuchillo a más de medio millón de tutsis. La existencia de esta milicia anti-tutsi, las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR, por sus siglas en inglés), con conexiones en el ejército del Congo, es una realidad. Pero existen otras vías para poner fin a sus actividades. El propio gobierno del Congo se ha mostrado dispuesto en varias ocasiones a terminar con esta guerrilla e incluso a permitir para ello la entrada de tropas ruandesas.
Por otra parte, la innegable animadversión contra la étnica tutsi en la región está originada, en gran parte, por la violencia del M23 contra la población local, unida al empeño de este grupo armado y de su valedor, Ruanda, en reclutar a sus miembros prioritariamente entre congoleses de etnia tutsi (muchas veces a la fuerza), creando o manteniendo así una división artificial. Por todo ello, es claro que el apoyo de Ruanda a las actividades del M23 tiene, fundamentalmente, fines económicos y expansionistas.
Intolerancia y fanatismo
Aprovechando el desorden, islamistas del ADF (Allied Democratic Forces) afiliado a ISIS y opuesto al gobierno de Uganda (que por ello tiene 2.000 soldados en la región) han cometido asesinatos en varias localidades de Kivu Norte y de Ituri. Por ejemplo, secuestraron a mediados de febrero a unas 100 personas en Maiba, seguramente para transportar material. A los pocos días, en el Centro Evangélico y Bautista del Congo y África de la localidad de Ksanga, a solo unos kilómetros del lugar el secuestro, encontraron degolladas a 70 de ellas –hombres, mujeres, ancianos y niños– probablemente porque, ya agotados, eran inservibles para los terroristas. También en la provincial de Ituri, otra milicia, denominada CODECO, de etnia lendu, mató al menos a 80 miembros de la comunidad hema, en su mayoría desplazados.
Los islamistas de ADF son, junto al M23, los grupos más letales de las decenas de grupos armados congoleses y extranjeros que operan en la región tratando de hacerse con el control de la extracción de minerales o el cobro de tasas por desplazarse por la región. El elemento que une a estas manadas de lobos y diferencia unas de otras puede ser la identidad étnica o religiosa o, incluso, el hecho de haber sido agraviados por unos u otros, pero todas ellas ambicionan poder y dinero.
¿Y el gobierno (corrupto) del Congo?
Félix Tshisekedi triunfó en las elecciones celebradas en 2018, derrotando al corrupto Laurent Kabila. Aunque las elecciones no fueron limpias –según reveló el riguroso monitoreo, capitaneado por la Iglesia católica y corroborado por varias instituciones internacionales, que daba como ganador a Martin Fayulu–, se le concedió la victoria a Tshisekedi para evitar males mayores. En las elecciones de 2023 un nuevo fraude –también denunciado por la Iglesia católica que las calificó de «catástrofe electoral»– dio nuevamente como ganador a Tshisekedi. En los meses previos a las elecciones, Tshisekedi, en lugar de dialogar con Ruanda, programó ataques al M 23, con intención de mejorar su reputación de cara a las elecciones, presentándose como el pacificador de Kivu y el garante de los recursos del Congo (de los que se apropian su ejército y su administración). Pero esta acción seguramente consiguió acelerar la ofensiva que ha terminado con la toma de las capitales de los dos Kivu. En la misma línea, sus proyectos de facilitar la explotación del coltán mediante la construcción de nuevas carreteras tomando como socios únicamente a Uganda (carretera Beni-Goma) y a Burundi ha despertado ansiedad en Ruanda ante el riesgo de perder su acceso al coltán del Congo, esencial para su economía.
Tshisekedi ha sido acusado repetidamente de corrupción e ineficacia. Su interés prioritario es conservar el poder a toda costa. En octubre, el jefe de su partido, la Unión para la Democracia y el Progreso Social, Augustin Kabaya, lanzó una campaña a favor de la revisión constitucional. Los líderes de la oposición, Martin Fayulu y Moïse Katumbi acusan al presidente de buscar un «tercer mandato» constitucionalmente prohibido mediante un «golpe constitucional» y denuncian su «deriva dictatorial». La Iglesia católica también expresó su firme oposición.
¿Y la comunidad internacional… y sus intereses?
Tras la toma de Bukavu, a finales de febrero, el Consejo de Seguridad de la ONU condenó la ofensiva conjunta del M 23 y Ruanda. Sin embargo, la misión de paz de la ONU en el Congo (MONUSCO) no ha podido hacer nada para frenar la agresión. Tampoco han sido eficaces hasta la fecha los intentos de mediación de Angola en el marco del mandato recibido para ello de Unión Africana.
Por su parte, Francia y Reino Unido han tardado en condenar y sancionar a Ruanda por su invasión y Luxemburgo vetó varios intentos de sanción por parte de la Unión Europea que solo a mediados de marzo impuso sanciones. Francia tiene buenas relaciones con Ruanda, pues, en el pasado, ha prestado sus tropas para defender intereses petroleros franceses en Mozambique frente a ataques islamistas; también Reino Unido ha mantenido buenas relaciones con Kagame, habiendo llegado a un acuerdo para la expatriación de inmigrantes ilegales (finalmente no implementado al caer el gobierno conservador que lo firmó); Luxemburgo, a su vez, pretende desarrollar Kigali (capital de Ruanda) como un centro financiero africano. La Unión Europea inició recientemente negociaciones para la cooperación minera con Ruanda. También la ONU se ha beneficiado de las tropas ruandesas para sus misiones de paz (cascos azules).
También los EE. UU. de Trump se mostraron inicialmente pasivos ante la agresividad de Ruanda, aunque finalmente acordaron algunas sanciones. Su pasividad era coherente con el alardeado aislacionismo de Trump durante la campaña. Sin embargo, al parecer, las cosas cambiaron a finales de marzo cuando incitada su avaricia y delirios de grandeza por lobistas o intermediarios a sueldo del gobierno del Congo para ejercer presión ante los órganos de gobierno de los EE. UU., ha entrevisto la posibilidad de obtener minerales a cambio de su participación en la pacificación de la zona (algo similar a lo que pretende hacer en Ucrania). Según la revista Africa Report, se trataría de obtener concesiones mineras, a cambio de ayuda para gestionar la paz en la región. Con este fin, EE. UU. habría facilitado una mediación de Qatar, dirigida personalmente por su emir, Tamim bin Hamad Al Thani, entre los presidentes de Ruanda y RDC que, sorpresivamente, ha logrado un acuerdo de alto el fuego que deberá ir seguido de ulteriores negociaciones. Pero hay que preguntarse, ¿es esta la solución a largo plazo que necesita la región? ¿Un nuevo actor con sus propios intereses económicos y su propia agenda? Al día siguiente del alto el fuego acordado en Qatar, Ruanda ocupó la ciudad minera de Walikale.
Los gozos y las esperanzas de los discípulos de Cristo
Pacto Social por la Paz y la Convivencia en la RDC
Los recursos para la paz no están solo del lado de los poderosos. El día de Navidad de 2024 –cuando el avance imparable del M23 era ya imparable–, los obispos de la Conferencia Episcopal Nacional del Congo (CENCO) y los representantes de la Iglesia de Cristo en el Congo (ICC), una plataforma formada por más de sesenta iglesias protestantes (anglicanas, baptistas, evangélicas, menonitas, pentecostales, calvinistas y metodistas), publicaron simultáneamente sendos mensajes de Navidad con el título «Mi prioridad es la paz» invitando a todos los cristianos y hombres de buena voluntad a considerar el año 2025 como: «Año de la Paz y la convivencia en la República Democrática del Congo y los Grandes Lagos» y a favor de construir un «Pacto nacional» en este sentido.
A finales de enero –con la campaña relámpago del M23 a toda máquina–, los representantes de las iglesias firmantes presentaron una «hoja de ruta» para alcanzar el «Pacto por la paz y la convivencia en la República Democrática del Congo y los Grandes Lagos». Se preguntaban en el documento: «¿a dónde han ido a parar nuestros valores sociológicos y espirituales de Ubuntu, que fueron el fundamento ontológico de nuestra identidad africana? ¿No es posible desarrollar nuestros respectivos países de una cultura de buena vecindad transfronteriza, sin derramar sangre a miles de personas inocentes? ¿Es necesario utilizar las armas para reclamar derechos? ¿Qué mundo estamos dejando a las generaciones futuras? ¿Por qué no somos capaces de resolver nuestros problemas bajo el “árbol del parloteo” como nuestros antepasados supieron hacer sabiamente?». Planteaban de este modo la necesidad de acudir al método tradicional africano de resolución de conflictos a través del diálogo. El “árbol del parloteo” (palaver tree) no se refiere a un árbol con propiedades mágicas, sino al lugar de encuentro tradicional (bajo un árbol), donde se llevan a cabo los festivales, la narración de historias, los debates… y la resolución de conflictos.
Para el éxito del pacto las iglesias consideran necesario «un apoyo masivo y entusiasta de sus fieles y de las comunidades locales». Con este apoyo, esperan «influir en los dirigentes políticos de África en general y de la Región de los Grandes Lagos en particular para que se sumen a esta iniciativa socio-espiritual».
Buscando apoyos políticos nacionales e internacionales que permitan crear sinergias en torno al proyecto –tal como indicaba la hoja de ruta–, representantes de las iglesias se reunieron a principios de febrero –a la vez que Goma era tomada por el M23– con el presidente del Congo, Félix Tshisekedi, y con personalidades de la oposición. El 12 de febrero, se reunieron en Goma con Corneille Nangaa, jefe de la Alianza del Río Congo (AFC), el brazo político del M23, y, al día siguiente, con el presidente ruandés Paul Kagame. Sin embargo, el partido del presidente Tshisekedi amenazó con la quema de templos si continuaban estos encuentros. La iniciativa ha logrado el respaldo del secretario de estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolín, y de la Comunidad de San Egidio.
El 20 de febrero, ambas iglesias presentaron una «Guía para la paz» detallando la hoja de ruta aprobada. En una primera fase se organizarán «Talleres ciudadanos» divididos en «Comisiones Temáticas» que versarán sobre: defensa y seguridad (desarme, desmovilización y reintegración de combatientes, retirada de grupos armados extranjeros, etc.); participación de la diáspora en el proceso de paz; cohesión social e intercultural (diálogo interétnico; resolución de la cuestión de los refugiados y desplazados, etc.); reconstrucción de la economía nacional y transfronteriza (mediante mecanismos de cooperación y solidaridad); gobernanza nacional (necesidad de políticos moralmente irreprochables); cooperación política en la Región de los Grandes Lagos; arte y deportes como instrumentos de paz; apoyo financiero y organizativo internacional al proceso de paz; académicos, investigadores y escritores por la paz; infraestructuras estratégicas nacionales y transfronterizas. Las comisiones estarán integradas por expertos de alto nivel nacionales e internacionales, personalidades con amplia experiencia profesional, representantes de la sociedad civil y líderes comunitarios; elaborarán recomendaciones concretas que puedan aplicarse en plazos determinados e indicadores de seguimiento para el control de su cumplimiento. Las comisiones garantizarán la coherencia de las propuestas que hagan con los compromisos regionales e internacionales ya asumidos, en particular los contraídos en el marco de los acuerdos de Nairobi y Luanda, así como en otras iniciativas de la Unión Africana, de las Naciones Unidas y de organizaciones subregionales (como EAC y SADC).
En la segunda fase se desarrollará un «Foro nacional para el consenso», que, partiendo de las propuestas de las Comisiones, elaborará el «Pacto para la paz y la convivencia». En este pacto se incluirán: las prioridades económicas, sociales y culturales de la nación a satisfacer en 2060; un marco general para la gobernanza eficaz de la RDC; un tratado de buena vecindad transfronteriza y convivencia en la región de los Grandes Lagos; un convenio de buen entendimiento intercomunitario nacional y un programa nacional de educación para la cultura de la paz y de la convivencia.
La tercera fase consistirá en la celebración de una Conferencia Internacional de Paz en la que lograr el compromiso de los organismos internacionales como la ONU, la Unión Africana (AU), la Comunidad Africana Oriental (EAC) o la Comunidad para el Desarrollo de África Austral (SADC), para garantizar la sostenibilidad (política y financiera) de las acciones emprendidas en el marco del «Pacto Social».

Conclusión
La Iglesia del Congo nos recuerda las palabras del Concilio Vaticano II, que, a su vez, se hacen eco del Evangelio: «No todos los que dicen: “¡Señor, Señor!”, entrarán en el reino de los cielos, sino aquellos que hacen la voluntad del Padre y ponen manos a la obra. Quiere el Padre que reconozcamos y amemos efectivamente a Cristo, nuestro hermano, en todos los hombres, con la palabra y con las obras, dando así testimonio de la Verdad, y que comuniquemos con los demás el misterio del amor del Padre celestial» (Gaudium et Spes, § 93).