Según la información (Religión Digital, 20 de junio de 2011), D. Gregorio Peces Barba, allá por tierras de Laredo, ha alertado de la «influencia excesiva» que, a su juicio, sigue teniendo la Iglesia católica en España, y ha afirmado que «en otros países… la Iglesia se ha adaptado a los tiempos modernos y ha aceptado que la sociedad sea secularizada».
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De un hombre cuya vida está ligada
al mundo del saber universitario uno tiene derecho a esperar algo más que
impresiones y alertas, que más parecen nacidas de prejuicios, si no de fobias,
que de razonamientos.
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El respeto que debo a la libertad de
las personas, me impide calificar de «excesiva» la influencia que pueda «tener»
en ningún sitio quien propone a los demás las propias ideas, las propias
convicciones, los propios anhelos sobre lo que crea oportuno opinar.
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Por otra parte, la autoridad que se
tiene para dirigirse a los demás, para proponer a todos una visión de las cosas,
para orientar, para denunciar lo que se crea oportuno, para defender lo que se
haya de defender, esa autoridad no se recibe de un poder que esté por encima de
las personas, sino que nace con la persona misma. Ni el señor Peces Barba recibe
su autoridad de la Iglesia, ni la Iglesia la recibe del señor Peces Barba.
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Claro que quienes se entretienen en
negar a la persona su dignidad antes de que nazca, luego se creen legitimados a
concederla según propio y superior criterio a los ya nacidos. Estos dueños del
corral parecen empeñados en sacar a la Iglesia del ámbito de la política, como
si fuese un ámbito reservado a una casta de privilegiados.
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Olvidan que la fe cristiana tiene
una irrenunciable dimensión política. La casta pretende que seamos una
religión ocupada en calmar el mal humor de los dioses. No han caído en la cuenta
de que Alguien nos ha llevado más allá de la religión, y somos una humanidad
nueva que se ocupa en caminar con el hombre desde la muerte a la vida. Esta
humanidad nueva sabe de justicia, de solidaridad, de libertad, de paz.
Esta humanidad nueva no dejará de hacer
política, porque no puede dejar de ocuparse del hombre, para que viva.