El poder, por boca de los administradores locales – léase gobiernos- dice que quiere inmigrantes, si, pero “legalizados”, que puedan acceder a trabajos y coticen en hacienda, agrega, que las diferentes –y cada vez más duras leyes de extranjería- son para luchar contra las mafias que introducen “ilegales”. Los movimientos migratorios en masa mayoritariamente lo son por hambre, el hambre y la desesperación tienen tiempos distintos de los de la burocracia….
ILEGALES. Por Rafael Amor
Yo pienso, que cuando hablan de ilegales hablan de pobres. Pobres sin permiso de trabajo, sin pasaportes, que no pagan los impuestos. Pobres, ocupados en las tareas más sufridas, trabajando sin estar asegurados – explotados precisamente, por los mismos que se llenan la boca hablando de los problemas que trae la inmigración – con miedo de la policía que los persigue, encerrados en centros de detención para extranjeros –donde existen denuncias de vejámenes, sobre todo a mujeres- deportados en el mejor de los casos o – como la mayoría – devueltos a la calle con un papel de expulsión en los bolsillos, lo que les impide conseguir trabajo y los empuja normalmente, a la delincuencia. Hay quienes asocian la condición de extranjero con la de delincuente, empujados por la constante prédica de los medios de propaganda del sistema – antiguamente: “medios de comunicación”- cuando está demostrado por estadísticas serias, que el porcentaje de la delincuencia extranjera en España es minoritaria.
Me enteré que un ex funcionario del régimen franquista y luego ministro con la UCD, fue nombrado director de una multinacional hidroeléctrica en Chile y que revisando los mapas del aquel país suramericano, “eligió”determinadas tierras para construir represas – pantanos, fijación que le quedó como herencia- para generar energía para su empresa. Los Chilenos le dijeron que no podía ser por que esas tierras eran de los Mapuches – pueblo originario de América de antes de la llegada de la “civilización”- a lo que contestó: – “fuera los Mapuches”-
en un clásico estilo de conquistador a la manera de Cortéz cuando decidió no dejar una piedra sobre otra de Tenochtitlán. Para muchos este señor sería un “impetuoso hombre de empresa”. A nadie se le ocurriría – y menos a los cipayos de las administraciones locales, los mismos que son tan escrupulosos y severos a la hora de devolver a gente humilde en las inmigraciones de las aduanas- considerarlo un “ilegal”.
El sistema en el que vivimos, sobrevivimos o padecemos, es, según algunos señores que se suelen reunir en pantagruélicas comilonas donde se juegan el destino del planeta y sus habitantes, “creador de riquezas” y lo es, pero para ellos y unos pocos más, porque lo que mejor ha hecho el capitalismo es crear pobreza. Digan lo que digan, ese es un fracaso irreversible de este sistema. Solo hay que mirar todo el mapa de la realidad, de frente, la realidad total, no parcial. El círculo de la riqueza se va cerrando y los pobres suben desde el sur de su miseria, a buscar un poco de pan y vida digna. Cuando llegan, como están haciéndolo, cada vez en mayor cantidad y virulencia, los mismos que crearon la pobreza en sus países –porque es evidente y está demostrado que hoy los países que están bien, lo están porque hay otros muchos que están mal- los tachan de “ilegales” y además siembran entre los “pobres locales” y “los recién llegados de otras pobrezas de por ahí”, la discordia. Tiran un pan y esperan a que se pelen los pobres entre si. En su desesperación por salvarse, unos y otros se enfrentan sin visualizar así al enemigo verdadero, que es el que les roba aquí, allá y acullá, el verdadero “ilegal” en la convivencia humana del planeta. Vemos como trasladan lo que ellos son en esencia a los demás, y para sostener este “nuestro modo de vida”, como suelen decir: el “orden” –más que orden es obediencia- , la “libertad” – libertad de explotar, someter y especular – la “ley” – la que, rascándola bien, es siempre una manera de salvarse ellos, porque los desgraciados reciben su peso, sin piedad – cuentan con un nutrido ejército de: políticos, informadores –o viceversa- jueces, policías, inteligencia, espionaje, y por supuesto las fuerzas armadas, que recientemente hemos visto como, ante el clamor mundial, fueron empleadas, invadiendo un país supuestamente soberano, metiéndose en su vida política particular, con la excusa de la “democracia” y en realidad, para rapiñar el petróleo que les ayude a sostener sus economías en clara decadencia. Pues para estos señores, esa es la “legalidad” y la “ilegalidad”: es cuando un Senegalés o un Ecuatoriano se encuentran a tomar algo de sol en la plaza de Lavapies o un marroquí, aterido de frío, temblando, medio muerto por el desamparo y el hambre, llega a las costas del sur de Europa en una patera.
El poder, por boca de los administradores locales – léase gobiernos- dice que quiere inmigrantes, si, pero “legalizados”, que puedan acceder a trabajos y coticen en hacienda, agrega, que las diferentes –y cada vez más duras- leyes de extranjería son para luchar contra las mafias que introducen “ilegales”. Los movimientos migratorios en masa mayoritariamente lo son por hambre, el hambre y la desesperación tienen tiempos distintos de los de la burocracia. He visto colas en Buenos Aires, de interminables horas para conseguir los papeles y poder venir a vivir a España. Gente que estaba agobiada por la situación de mi país y quería sacar un poco la cabeza del pozo. Creo que la gran mayoría no lo consiguió por los impedimentos burocráticos, ralentizados muchas veces, para provocar el abandono de la lucha por la “legalidad”. En los lugares donde la hambruna es tal, que las enfermedades son devastadoras, que la vida humana no vale nada, es imposible que alguien pueda pensar en hacer cola para pedir permiso para comer, licencia para sobrevivir. La urgencia lo “legaliza” al ser humano a buscar cobijo, almuerzo para sus tripas, tal como en la era de los grandes depredadores: una cueva, una raíz, tiempo después un fuego. Hoy el depredador de los pobres de este planeta –casa común y patrimonio de toda la humanidad, del que se han adueñado unos pocos con el cuento de la propiedad privada, que no es más que la historia de la expropiación por un puñado de “legales” de la propiedad, por la fuerza o la especulación, de la mayoría, que se vuelve “ilegal”, contestataria y hasta terrorista – son los acumuladores, ellos son los que manejan los discursos, las leyes, la información, la verdad y la mentira, el amor y el odio, la vida y la muerte. Saurios de la era de los grandes imperialismos, de los que el humano tiene legítimo derecho a defenderse y a cobijarse de su amenaza. Por eso pienso que en tales circunstancias, la burocracia aplicada a los parias que buscan salida a sus angustias, es decididamente servir a los depredadores, por más visos de “legalidad” que se le de a la cosa.
Rafael Amor
Navacerrada, Madrid a 4 de julio de 2003