INCURSIONES A LO INDECIBLE

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El trapense Thomas Merton recoge en estas palabras escritas en 1966 el escándalo de los «buenos» de «los cuerdos», la locura de la «cordura colectiva». Sus palabras tienen plena actualidad ante los campos de concentración de hoy, donde millones de niños esclavos trabajan para nosotros aunque no lo sepamos; ante el genocidio silencioso de millones de hambrientos y empobrecidos de la tierra todos somos responsables.

13/12/2002
Revista Autogestión

«Uno de los hechos más inquietantes que se manifestaron en el proceso de Eichmann fue que un psiquiatra le examinó y le declaró perfectamente cuerdo. No lo dudo en absoluto, y eso precisamente es lo que encuentro inquietante.
Si todos los nazis hubieran sido psicópatas, como probablemente eran algunos de sus jefes, su horrenda crueldad hubiera sido más fácil de comprender en algún sentido. Mucho peor es considerar a ese tranquilo funcionario «equilibrado», impertérrito, despachando su trabajo burocrático, su empleo administrativo que daba la casualidad de que era la supervisión del crimen en masa. Era meditativo, ordenado, sin imaginación. Sentía un profundo respeto hacia el sistema, la ley y el orden. Era obediente, leal: un fiel funcionario de un gran Estado. Un funcionario que servía muy bien a su Gobierno.
No le inquietaba mucho la culpabilidad. No sé que llegara a tener ninguna enfermedad psicosomática. Al parecer, dormía bien. Tenía buen apetito, por lo visto. Cierto que cuando visitó Auschwitz, el jefe del campo, Hoess, con ánimo de diabólica malignidad, trató de fastidiar al gran jefe y asustarle con alguno de los espectáculos. Eichmann se inquietó, sí, se inquietó. Hasta Himmler se había inquietado, y le habían temblado las piernas. Quizá, del mismo modo, el director de una planta siderúrgica, podría sentirse inquieto si tuviera lugar un accidente mientras por casualidad estaba él allí. Pero, claro, lo que ocurrió en Auschwitz no era ningún accidente: sólo el desagrado rutinario de la tarea diaria. Había que arrimar el hombro a la carga de monótono trabajo diario por la Patria. Sí, hay que sufrir incomodidad y hasta náusea con espectáculos y ruidos desagradables. Todo esto forma parte del concepto de deber, abnegación y obediencia. Eichmann estaba consagrado al deber, y orgulloso de su trabajo.
La cordura de Eichmann es inquietante. Consideramos la cordura equivalente de un sentido de justicia, de humanidad, de prudencia, de capacidad de amar y comprender a los demás. Nos fiamos de la gente cuerda del mundo, confiando en que lo preservarán de la barbarie, de la locura, de la destrucción. Y ahora empezamos a caer en la cuenta de que precisamente los cuerdos son los más peligrosos.
Los cuerdos, los bien adaptados, son los que pueden, sin espasmos, ni náusea, apuntar los proyectiles y apretar el botón que inicie el gran festival de destrucción que han preparado ellos, los cuerdos.[…] No podemos seguir suponiendo que porque un hombre sea cuerdo esté «en su juicio». El concepto entero de cordura en una sociedad donde los valores han perdido su significación, también carece de significación. Un hombre puede estar «cuerdo» en el limitado sentido de que no esté incapacitado por sus emociones desordenadas para actuar de un modo frío y ordenado, conforme a las necesidades y dictados de la situación social en que se encuentre. Puede estar perfectamente «adaptado». Bien sabe Dios que quizá semejante gente puede estar perfectamente adaptada aun en el mismo infierno.
Y así me pregunto yo. ¿cuál es el significado de un concepto de cordura que excluye el amor, lo considera sin valor, y destruye nuestra capacidad de amar a otros seres humanos, de responder a sus necesidades y sufrimientos, de reconocerles, pues, como personas, de percibir su dolor como nuestro?. Evidentemente, eso no es necesario para «la cordura» en absoluto.[… ]
Empiezo a darme cuenta de que la «cordura» ya no es un valor y un fin en si misma. La «cordura» del hombre moderno le es tan útil como el gran tamaño y los músculos al dinosaurio. Si estuviera un poco menos cuerdo, si durara un poco más, si se diera un poco más de cuenta de sus absurdos y contradicciones, quizás habría una posibilidad de superviviencia. Pero si está cuerdo, demasiado cuerdo… quizá hemos de decir que en una sociedad como la nuestra la peor locura es no tener en absoluto angustia, estar totalmente «cuerdo».