La compraventa de órganos humanos es un fabuloso negocio privado que crece cada año una media del 30%
La Vanguardia 22-02-2008.
Periódicamente, a los indios se les recuerda lo que cuesta un riñón. El último escándalo les ha puesto al corriente de los precios de mercado: menos de 900 euros para el desgraciado que se ve forzado a venderse un órgano y hasta 35.000 euros para el infortunado que necesita un riñón apremiantemente y no tiene problemas ni reparos para pagar dicha cantidad.
El pasado 4 de febrero la policía nepalí confirmó la detención, con más de un millón de euros en efectivo, de Amit Kumar, el capo de la red internacional desmantelada a lo largo de las dos últimas semanas en un suburbio rico de Nueva Delhi, que habría trasplantado más de 500 riñones de forma ilegal.
Durante una década, Kumar habría sobornado a decenas de políticos – incluso diputados-, policías y médicos indios para que el negocio siguiera viento en popa, a pesar de que a mediados de los noventa ya había sido detenido – y soltado- por las mismas actividades ilegales. Ninguno de los nombres de estos peces gordos ha salido a la luz y se teme por la vida del propio Kumar, chivo expiatorio de un fabuloso negocio en que sólo uno pone el riñón mientras los demás se tapan los ojos y alargan la mano.
Kumar, a diferencia de las decenas de cirujanos que necesariamente trabajan para él, no tiene conocimientos médicos – aunque se presentara como especialista en el barrio de lujo, en Toronto, donde reside su familia.
El fenómeno no es nuevo, pero esta vez lo que ha puesto los pelos de punta ha sido pillar en flagrante delito a una de estas clínicas móviles y que los supuestos donantes voluntarios – pobres todos, musulmanes muchos- declararan haber sido engañados con promesas de trabajo, retenidos contra su voluntad y operados sin su conocimiento. Algunos pacientes griegos han sido arrestados in situ.
Luego se ha sabido que por lo menos tres pacientes turcos han muerto en los últimos años mientras se les practicaba un trasplante, aunque al parecer Kumar había conseguido las complicidades forenses y policiales para atribuir el fallecimiento a paradas cardiacas lejos de sus clínicas. Norteamericanos y canadienses pueden haber utilizado los mismos servicios, evitándose facturas millonarias o esperas interminables, que en Canadá alcanzan a los seis años.
Algunos vienen por su cuenta y pululan por Delhi o Bombay, a la espera de encontrar un contacto. Pero la mayoría llega con un paquete cerrado, que a menudo incluye hoteles de lujo y visitas al Taj Mahal. En muchos casos, son las propias aseguradoras occidentales las que incitan al paciente, para ahorrarse años de diálisis.
Los trasplantes ilegales son la cara más fea del turismo médico, un fabuloso negocio privado que en India crece un 30% anualmente. Una de sus firmas más conocidas, Apollo, la mayor de Asia, con más de nueve hospitales privados en toda India, declara haber realizado 10.000 trasplantes de riñón y garantiza que el cliente saldrá con un órgano nuevo en menos de una semana. La misma empresa sanitaria afirma haber tratado a 60.000 pacientes extranjeros en los últimos cinco años. Una eficiencia sólo al alcance de bolsillos adinerados.
Mientras, el Estado indio dedica a sanidad un presupuesto irrisorio y el riesgo de contraer infecciones en los hospitales públicos es muy elevado. La falta de escrúpulos del personal sanitario ha convertido en norma que el marido de una parturienta tenga que pagar un soborno para que esta tenga una cama de hospital o devolverla a casa. Se han dado varios casos de diagnósticos falsificados con el único objetivo de cobrar el dinero de una intervención quirúrgica innecesaria.
El hecho de que finalmente se haya destapado una trama que ha funcionado impunemente durante tantos años abre una ventana a la esperanza.