Esta es una conversación con 12 centroamericanos que viven en Estados Unidos. Muchos de ellos llegaron como indocumentados y ahora trabajan en organizaciones para indocumentados centroamericanos.
“Estar en una parada como jornalero, irse a trabajar con ellos y darse cuenta de que al final del día, después de matarte trabajando, no te pagan. O estar en esa esquina, que te recoja alguien, quien sea, no lo conoces, te lleve a trabajar todo el día, de 7 de la mañana a 6 de la tarde, a veces que ni te den de comer, y luego te devuelvan a la esquina y, si te he visto, no me acuerdo. O, en otras ocasiones, tienen un patrón por una semana completa, y al final les dice: ‘fíjese que no me han pagado a mí, así que cuando me paguen, ahí les aviso’. Una semana completa. Una semana completa. Imagínese. Una semana completa”. La primera en tomar la palabra fue Yanira Ch., salvadoreña, treintañera, trabajadora social en Nueva York.
¿Cuál es el principal problema de un centroamericano indocumentado en este país?
Yanira, acaba de poner sobre la mesa la desgracia del jornalero de esquina timado. Muchos migrantes, sobre todo migrantes recién llegados que aún no pueden decir ni hello, se lanzan como “esquineros” para ganar un poco de dinero mientras descifran a este monstruo. Literalmente se paran en una esquina junto a otros migrantes y esperan a que un contratante llegue y grite: doce jardineros, o dos fontaneros, o cinco albañiles. Y los que alcanzan, suben a la cama de una furgoneta y van, sin saber a dónde, a trabajar. Algunos van solo una jornada. Otros se van toda una semana a recoger naranjas o a levantar una casa. Una semana completa. Y a algunos luego los timan. Tras una semana completa. Cuando aún deben el dinero del coyote que les cruzó la frontera. Tras una semana completa de trabajo. Cuando aún se preguntan cuándo enviarán su primera remesa. Una semana completa.
Retoma la palabra Yessenia A. del Estado de Massachusetts, a la parcita de Nueva York. “Eso es muy cierto. Incluso tenemos casos de trabajadores a los que golpean y tiran. Tenemos el caso de uno al que le dieron una paliza. Después de que salió del hospital y nos pudo contar lo que pasó nos enteramos de que fue para no pagarle el sueldo. Pasa en toda la nación”.
En 2009, mientras realizaba un recorrido en la zona de Tucson, frontera con México, un agente de la Patrulla Fronteriza intentó explicarme lo absurdo que era bajo su lógica migrar a Estados Unidos como indocumentado. Para que yo entendiera su punto me contó que en ocasiones recibían llamadas de granjeros de la zona, dueños de fincas, que habían llevado a indocumentados a trabajar y luego, para no pagarles, sacaban sus armas, llamaban a la Patrulla Fronteriza y decían que unos indocumentados estaban invadiendo su finca. Luego, con sus escopetas en mano, decían a los cansados indocumentados: “En cinco minutos llega la migra, corran”.
Yessenia continúa exponiendo otra modalidad: “Tenemos un grupo de trabajadores que trabajan recogiendo manzanas. Se los llevan, los dejan durmiendo en una granja, los explotan a trabajar, y después les dicen: te voy a pagar a 7.25 dólares la hora en cada jornada, pero les meten jornadas de 4 de la mañana a 6 de la tarde, sin pagar horas extras. Es esclavitud moderna. El problema es que muchos, si son echados de esas granjas, no solo pierden el trabajo, sino la casa, porque ahí duermen”.
Todo por enviar remesas. Ahorrarse, en ocasiones, incluso la dignidad.
“Incluso a veces les cobran renta por esos cuartos donde los dejan dormir, y así se les reduce el salario”.
Parece ser una especie de cuota que se cobra por la inexperiencia. Los recién llegados pasan amarguras que los que ya llevan años ya pasaron. Un jornalero con experiencia preguntará más detalles sobre el trabajo, quizá pedirá la mitad del pago antes. Un recién llegado suele subir a la cama de la furgoneta y esperar que no le vaya tan mal.
“Es que la gente que acaba de venir como no sabe ni decir nada, pues lo más fácil es meterse a jornalear o lavar platos o a la cocina. Nosotros llevamos un caso contra unos negocios salvadoreños donde a ninguna cocinera ni mesera le habían pagado en tres meses. El dueño decía que no podía pagar, porque el IRS (el servicio de impuestos internos de Estados Unidos) lo iba a fregar. Ese tipo, que fue un gran amigo nuestro, ahora es archienemigo. Le hicimos unas actividades frente al restaurante para decirle a la comunidad que no debía comer ahí. Esos casos se dan con los recién llegados que no tienen nada, que urgen de un trabajo”.
¿Cuáles son esas estafas más complejas?
La palabra la pide Édgar A., guatemalteco que trabaja en la bahía de San Francisco, en California.
“Para agregar un poco a lo de los trabajadores agrícolas lo que ocurre es que quienes los emplean son intermediarios, y ellos son quienes les pagan o retienen el sueldo. El dueño se lava las manos”.
Hay una constante: migrantes contra migrantes. O, más bien: migrantes con experiencia versus migrantes con menos experiencia. Cuando lo digo en voz alta en la sala, se hace un barullo: sí, sí, eso pasa, así es, es la misma gente contra la misma gente. Las voces de los 12 se cruzan y dan la razón.
Continúa Édgar: “Ahora, aquí viene lo complejo. Hay dos formas de pago: en efectivo y en cheque. Esta última es la que más se usa en restaurantes y fábricas. Entonces, la persona se inventa un número de seguro social para que le paguen. Eso significa que la persona está contribuyendo al fondo de retiro social con un número fantasma, pero como el número y el nombre no coinciden, ese dinero va a parar a un fondo que se llama suspended funds. Ve a ver de cuánto es ese monto”.
“Es de cientos de billones de dólares”.
“Y así podemos seguir sumando. Vos, aunque seás indocumentado, pagás al comprar alimentos, al rentar propiedades. El Gobierno Federal está dispuesto a recibir tus impuestos aunque seas indocumentado, pero ese número no te sirve para conseguir trabajo legal, es contradictorio”.
Pero pagar los impuestos no te da derecho a nada, ni cambia tu estado migratorio, ni te da derecho a seguro social ni nada de nada, solo a pagar.
“Esta fuerza laboral está contribuyendo con miles de millones de dólares a este país, sin tener beneficio a nada de nada, ni retiro, ni salud… nada”.
“Yo soy Jeannette H., soy salvadoreña, y trabajo en Boston. Hay un nuevo método de estafa. Les dan una tarjeta, como de débito, y ahí les ponen el salario, pero ellos no tienen manera de saber cuántas horas le pagaron, si ahí va sus horas extras. Lo hacen con gente que acaba de llegar, gente a la que le cuesta manejar el PIN de su tarjeta y que de ninguna forma van a calcular el porcentaje y las horas extras que les deben. Es una excelente forma de confundir”.
“En New Bedfore, Massachusetts, por ejemplo, hay un área donde hay sobre todo guatemaltecos mayas que ni hablan español. Es una de las peores situaciones. Es la nueva esclavitud. O a las empleadas domésticas. Es otro sector bien vulnerable (se escucha un murmullo de comentarios en la mesa). A la gente rica le encantan las domésticas salvadoreñas (‘sobre todo a las judías’, dice una voz de mujer). ¿Eres salvadoreña? It’s ok. Porque comienzas tu día a las 5 de la mañana y, si a medianoche el patrón quiere un café o un té, te tienes que levantar. Y el cuento no termina ahí. Luego te dicen: ‘te vamos a pagar 500 por semana, pero de ahí te vamos a descontar el cable, la luz… ¡Pero si no ven cable, están todo el tiempo trabajando!»
Todos hablan a la vez en la sala: hay una señora que… hay otra a la que le hacen esto… yo atendí a una a la que… “Hay una señora de Guatemala que, aunque tiene permiso de trabajo, la señora judía no le quiso pagar y la acusó de haberse robado unos euros. Ahora la pobre no se puede hacer ciudadana porque tiene una felonía bien grande. Y eso que ella tiene permiso, imagínate qué fácil es deshacerte de una que no tiene permiso acusándola de ladrona”.
Es el turno de Yanira, “Nosotros tenemos un caso de una señora a la que la familia judía la tiene durmiendo en el suelo”.
Se oye una voz de hombre: “Y seguro que a la pobre en su casa también le toca en el suelo”.
¿Están hacinados?
Óscar Ch.: “El hacinamiento es un problema terrible. Las cosas que la gente tiene que hacer para poder vivir aquí… tenés gente viviendo en apartamentitos hacinados porque solo así pueden vivir pagando 150 al mes y cumplir con la obligación de mandarle dinero a la familia. Esa realidad conlleva otra gama de problemas: abusos sexuales, entre otras cosas”.
Yessenia, toma la palabra: “Ahora mismo tenemos el caso de un niño que… bueno, la denuncia nos llegó porque él llora y llora, pero solo cuando está con el tío. Y es que llegó un adolescente de esa familia y tuvieron que pasar al niño a la cama del tío, porque no caben todos. El niño decidió dormir en el suelo, pero en el mismo cuarto que los papás”.
En una ocasión, a principios de 2014, mientras estaba en Raleigh, en Carolina del Norte, tomé una cerveza con tres migrantes, dos salvadoreños y un hondureño. Ellos coincidieron en que al principio, cuando se llega, uno vive como en un mesón. Uno de los salvadoreños, Arturo, de 33 años, que llegó en 2001 a Estados Unidos, utilizó una palabra más: “cuartería”. Dijo que al principio él dormía con tres hombres más en un cuartito y que separaban los espacios con sábanas. A mí se me vienen a la mente las áreas de visita íntima de un penal.
Yessenia dice que “lo que ocurre es que mucha gente viene a buscar lo que sea, a vivir como sea, porque más que migrar, huyen de la violencia, sobre todo de Honduras y El Salvador. Ahora las familias vienen completas de Centroamérica. Eso significa que son gente que ya no piensan volver allá”
Autor: Óscar Martínez (*Extracto)