El Informe sobre la Desigualdad Global 2026 (WIR 2026) representa la tercera edición de esta serie de análisis académicos sobre desigualdad mundial, elaborada por más de 200 investigadoras e investigadores afiliados al World Inequality Lab y coordinado por economistas como Ricardo Gómez-Carrera, Lucas Chancel y Thomas Piketty. Su objetivo es ofrecer datos robustos y análisis sobre cómo se distribuyen los ingresos, la riqueza, otras formas de desigualdad y de falta de oportunidades en el mundo.
El 10% de la población mundial concentra el 75% del patrimonio mundial y capta el 53% de los ingresos totales.

Desigualdad económica extrema
El informe muestra que la desigualdad global sigue siendo muy alta e incluso persistente. Los datos clave incluyen:
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El 10 % más rico de la población mundial recibe más ingresos que el restante 90 % y posee tres cuartas partes de la riqueza total del planeta.
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En contraste, la mitad más pobre posee solo el 2 % de la riqueza global y obtiene menos del 10 % del ingreso total.
El grupo ultrarico del 0,001 % más adinerado (menos de 60 000 personas) controla en la actualidad tres veces más riqueza que la mitad más pobre combinada, y su participación ha crecido desde el 4 % en 1995 hasta superar el 6 % hoy en día.
Estas cifras no solo reflejan una desigualdad muy marcada, sino también una acumulación acelerada de riqueza en los segmentos más altos, mientras que las mejoras para los sectores más pobres son débiles y lentas.
Desigualdad y contaminación de los ricos
El informe amplía la manera de pensar sobre desigualdad al relacionarla con la crisis climática global. No se trata únicamente de emisiones individuales vinculadas al consumo, sino también —y de forma fundamental— de emisiones asociadas a la propiedad del capital privado:
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El 10 % más rico aporta aproximadamente el 77 % de las emisiones globales vinculadas a activos privados, mientras que la mitad más pobre contribuye con apenas el 3 %.
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Dentro de este grupo, el 1 % más rico es responsable de una proporción especialmente alta de estas emisiones.
Esta dimensión muestra que la crisis climática es también un problema de desigualdad y por tanto de injusticia, porque los que más emisiones generan —y tienen más recursos— son los que menos sufren las consecuencias, mientras que las poblaciones pobres enfrentan la mayor vulnerabilidad.
Desigualdad en educación
El acceso a la educación es otra forma crucial de desigualdad:
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El gasto promedio en educación por niño en África Subsahariana es alrededor de los 200 € (PPP), frente a más de 7 400 € en Europa y 9 000 € en Norteamérica y Oceanía.
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Esta brecha de casi 1 a 40 no solo es mayor que las diferencias en PIB, sino que también define las oportunidades vitales de generaciones enteras, cementando jerarquías globales de riqueza y bienestar.
Estas disparidades limitan el acceso a oportunidades económicas, perpetuando ciclos de desventaja en muchas regiones del mundo.
El sistema financiero global y la desigualdad estructural
El WIR 2026 también documenta cómo el sistema financiero internacional refuerza la desigualdad:
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Países con monedas de reserva (como EE. UU. o la UE) pueden pedir prestado más barato, atraer capital e invertir en activos de alto rendimiento.
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En cambio, los países en desarrollo enfrentan costos de endeudamiento elevados y una salida continua de recursos, lo que limita su capacidad de inversión en educación, salud y desarrollo.
Este patrón crea una forma moderna de intercambio estructuralmente desigual, donde las economías ricas se benefician del sistema financiero global en detrimento de las más pobres.
Territorio, política y redistribución
También se destacan las divisiones territoriales dentro de los países—por ejemplo, entre grandes ciudades y áreas rurales—que erosionan la cohesión social y dificultan la formación de coaliciones políticas a favor de políticas redistributivas. Adicionalmente, la influencia desproporcionada de la riqueza en la financiación política amplifica las voces más adineradas y restringe la capacidad de legislar reformas equitativas.


