Inmigración selectiva

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(…) Un espectáculo dantesco. Escenas así sólo se habían visto en películas de nazis, con el trasfondo de las barreras metálicas de Auschwitz y en las razias en busca de esclavos.

Según la Comisión Económica para África, de Naciones Unidas (CEA), entre 1960 y 1989, 127.000 especialistas africanos altamente cualificados dejaron el continente. La hemorragia es especialmente preocupante en los sectores científico y tecnológico, en los cuales los países africanos están obligados a suplir las deficiencias provocadas por la emigración de masas, e importar personal cualificado, precisamente de los países occidentales. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), las salidas se cifran en 20.000 al año, desde 1990. Estos africanos, muy bien cualificados, abandonan el continente atraídos por los nuevos programas de inmigración selectiva, desarrollados por los países occidentales. Es un fenómeno que priva a África de sus mejores cerebros, colocándola en un círculo vicioso de pobreza y retraso social. Y, además, según un informe de la OIM, el fenómeno de la fuga de cerebros le supone a África un coste de 4.000 millones de dólares al año, en concepto de pago a profesionales extranjeros, sobre todo en el campo sanitario.


África sufre el 24% de las enfermedades mundiales, pero sólo cuenta con el 3% de los trabajadores del sector del planeta, y consume menos del 1% de los gastos internacionales en salud. En Sudáfrica, el 37% de los médicos y el 7% de los enfermeros han emigrado a Alemania, Australia, Canadá, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Gran Bretaña o Portugal. En Zimbabue, el 11% de los médicos y el 34% de los enfermeros también se trasladaron a otros países en busca de empleo.


 


 El verdadero efecto llamada


Pobreza, hambre, desempleo y miseria son algunas de las causas más poderosas que inducen a millones de personas a abandonar su país de origen y a enfrentarse a una nueva vida, donde sea posible superar estas carencias, acompañadas, generalmente, de guerras y persecuciones. Es muy fácil detener la inmigración no deseada: favoreciendo el desarrollo de los países de donde procede esta inmigración. El problema es saber si se quiere realizar este proyecto, que exige un cambio estructural de la economía y del comercio a escala planetaria.


La causa grave, profunda, estructural, de la estampida de jóvenes del Sur hacia el Norte tiene dos vertientes: la pobreza en los países de origen y la riqueza en los países de destino. Éste es el verdadero efecto llamada, del que tanto se ha hablado en algunas ocasiones. Esto evidencia el fracaso de la economía a nivel planetario y el mal que aqueja a un desarrollo desaforado para disfrute de una minoría, que implica la depauperación de la mayor parte de la Humanidad. Todos los analistas aseguran que en el planeta hay recursos más que suficientes para que todos los habitantes de la tierra podamos satisfacer holgadamente las necesidades alimentarias.






El inmigrante no nace, se hace. Y lo hace precisamente un sistema económico desigual.
El inmigrante no nace; se hace. Y lo hace precisamente un sistema económico desigual. Casi todos los inmigrantes lo son a su pesar; los crea la desigualdad. Hay otro problema más, del que apenas se habla: al abandonar miles de jóvenes sus países de origen, dejan una población de ancianos y de niños que no pueden trabajar para mejorar su futuro. Los países del Sur se empobrecen aún más y serán todavía más dependientes del Norte, generando así una especie de apartheid mundial entre el centro y la periferia. Si a esto añadimos en algunos países africanos –sobre todo subsaharianos– la escalada mortífera del sida, el panorama es bastante sombrío.


Nos puede resultar éticamente detestable que el 20% de la población usufructúe hoy el 80% de los bienes de la tierra, y que el 80% de la población tenga que conformarse con el 20%. Pero, para establecer lo que en tiempos se llamó un nuevo orden económico internacional, ¿quién tiene que mover ficha? Porque la realidad que se vislumbra es ésta: cuanto mejor se viva en el Norte y peor en el Sur, más se alimentará el sueño de unos seres que nacieron para ser libres y vivir con dignidad.


 


¿Por qué arriesgan la vida?


La respuesta es tan clara como el sol del mediodía en pleno mes de julio: la necesidad. Nadie, a no ser el suicida, se sube a una barca sabiendo que puede ahogarse, y más, como es el caso muchas veces, si no sabe nadar. Si lo hace, es porque espera resolver su problema del hambre, que le acucia hasta límites desesperados. No acaba de entender que en una orilla haya un problema de obesidad, porque se come demasiado, y en la suya se mueran de hambre demasiadas personas.


El fenómeno no es nuevo, pero nunca fue tan visible. Mateo Alemán pone en boca de Guzmán de Alfarache el siguiente consejo, cuando la palabra solidaridad no existía ni en los diccionarios: «Haz honra de que esté proveído el hospital de lo que se pierde en tu botillería o despensa; que tus acémilas tienen sábanas y mantas y allí se muere Cristo de frío. Tus caballos revientan de gordos y los pobres se te caen muertos a la puerta de flacos».


 


Nuevos muros


No deja de ser sorprendente que, después de la caída del muro de Berlín, que pretendía separar dos modos de pensar, se levanten ahora nuevos muros para separar dos modos de vivir. Lo mismo en Europa que en Oriente Medio y en Estados Unidos. ¿Es para que no vean los pobres lo bien que viven los ricos, o porque se tiene miedo de que los lázaros asalten las despensas repletas de los epulones?


Nadie tiene derecho a ser feliz, ni a vivir dignamente, a costa de la infelicidad y de la indignidad de los demás. La vara para medir el nivel de nuestra categoría humana está en los otros, no en nosotros mismos. Si no entendemos esto, nunca comprenderemos qué significa ser realmente persona.


 


Desprecio a seres humanos


La desesperación de los hambrientos no podrá contenerse con leyes más o menos drásticas, ni con muros de alambradas, ni redoblando la vigilancia aduanera, ni siquiera blindando las costas de España. Se reforzaron el año pasado las vallas en Ceuta y Melilla, se firmaron acuerdos con Marruecos para perseguir a los emigrantes que llegaban a sus costas. ¿Y qué se consiguió? Ocultar la tragedia, después de ver algunas imágenes tan patéticas como vergonzantes: decenas de negroafricanos vagando por el desierto marroquí, otros esposados en autocares, jirones de ropa colgando de alambradas con púas, restos de sangre joven, algunos zapatos descabalados… Un espectáculo dantesco. Escenas así sólo se habían visto en películas de nazis, con el trasfondo de las barreras metálicas de Auschwitz y en las razias en busca de esclavos.


Lo sucedido en Ceuta y Melilla fue mucho más que un incidente fronterizo y un problema de emigración. Se despreció a seres humanos de una manera inmisericorde. ¿Tal vez por ser negros? ¿Se imagina alguien a suizos, franceses, canadienses, ingleses, norteamericanos, tratados de ese modo? ¿Y en qué se diferencia esencialmente un blanco del Norte de un negro del Sur?


Los Gobiernos europeos tienen que entender que o se tienden puentes de solidaridad entre el Norte y el Sur, o tendrán que contemplar el espectáculo de pateras hundidas, rodeadas de cadáveres y soportar la mirada acusadora de quienes logran llegar salvos a la orilla de la opulencia.


 


No hay futuro sin África


África es un gran territorio con más de 30 millones de kilómetros cuadrados. Se estima que, dentro de 30 años, África será la segunda o la tercera potencia en número de habitantes, detrás de la India y de China. Los africanos seremos casi 1.500 millones. En 2050, por lo menos seis países africanos tendrán más de 100 millones de habitantes: Nigeria 250 millones, la República Democrática de Congo 180, Etiopía 150, Egipto 130 y Uganda más de 100. Además, contaremos con la población más joven del mundo. Y esto es una ventaja.


Dentro de 25 o 30 años, seremos la mayor obra del mundo, porque en África hay que hacerlo casi todo. Seremos casi el mayor mercado del mundo. No puede haber futuro sin nosotros, sin nuestras materias primas, sin nuestra juventud, sin un medio ambiente equilibrado en África.


Hoy, la situación es dura, muy dura; pero no hay futuro sin África. Si la situación en África sigue degradándose, ningún continente estará a salvo. Menos aún nuestros vecinos europeos, porque están al lado. Ningún visado ni muro podrá detener a 1.500 millones de pobres que no tienen un dólar al día para comer. No hay que hacerse ilusiones. Basta con ver a los jóvenes que intentan pasar las vallas y que dicen: «A pesar de todo, iré a Europa». No quieren morir y están determinados a luchar para sobrevivir.


Alpha Oumar Konaré
Presidente de la Comisión  de la Unión Africana