Reproducimos aquí un documento elaborado por la corriente o grupo SOCIALISTAS EN POSITIVO y que fué remitido a todos los diputados parlamentarios del PSOE y a los militantes del PSC-PSOE
Revista autogestión nº 61
enero 2006
El énfasis identitario puesto por el tripartito catalán en la redacción del nuevo Estatut, así como algunas voces estridentes en torno al posible cambio del modelo de financiación (¡Madrid nos roba!, por ejemplo) han creado desazón entre la militancia del PSC-PSOE. Aunque son pocos los que se atreven a manifestar sus críticas públicamente, todo hace creer que se ha extendido entre sus filas un malestar creciente.
Reproducimos aquí un documento elaborado por la corriente o grupo SOCIALISTAS EN POSITIVO y que fueron remitidos a todos los diputados parlamentarios del PSOE el primero y a los militantes del PSC-PSOE el segundo.
Carta a los representantes del PSOE
Apreciada/o compañera/o
Somos militantes de base del PSC y nos dirigimos a ti para poner en tu conocimiento un análisis de lo que está ocurriendo en Cataluña, distinto del que probablemente te suelen hacer llegar nuestros compañeros con cargo del PSC. Estamos a tu disposición para ampliarte la información sobre cualquiera de los puntos de la exposición que sigue.
La espiral de silencio
Ante todo queremos que te hagas cargo de hasta qué punto en Cataluña no es posible sostener públicamente una opinión contraria al catalanismo. La presión en el seno de la sociedad catalana, tras veinticinco años de normalització (control de la educación, monolingüismo catalán, control de los medios, desprestigio de todo lo español…), es enormemente eficaz y actúa como una barrera invisible.
Durante años y de manera consciente y deliberada las clases políticas dirigentes han llevado a cabo una estrategia de «espiral de silencio», es decir, una acción política que consiste en influir en la opinión general de tal modo que les permita ganar el debate evitando que se produzca. Las causas de la lengua y la construcción «nacional forman parte de esos temas tabú sobre los que no existe siquiera la posibilidad de mostrar el menor desacuerdo. A pesar de que el catalanismo supone anteponer lo propio a lo justo (lo cual lesiona el principio de solidaridad y definir lo propio desde criterios de identidad (lo cual lesiona el valor del pluralismo), desde posturas progresistas es tan difícil combatirlo como difícil fue en los años setenta denunciar el Gulag: con la misma miopía que entonces se acusaba de capitalista, hoy se acusa de nacionalista español. En ambos casos, sin embargo, lo que se reclama son libertades y derechos.
El nacionalismo implícito
Otro problema que tenemos mucho interés en explicarte es que el nacionalismo en Cataluña está obteniendo sus mayores éxitos gracias al catalanismo de nuestros compañeros del PSC. El catalanismo es en realidad un nacionalismo «implícito» que gracias precisamente a que no se reconoce como tal puede avanzar sin obstáculos hacia sus metas, que apenas se diferencian de las del nacionalismo explícito que hemos padecido hasta la fecha. Entre el nacionalismo explícito y el implícito la diferencia fundamental no es de fines, sino de medios (la estrategia del catalanismo es más efectiva): te invitamos a que lo compruebes por ti mismo, pero si deseas que nos extendamos aportando pruebas sobre este punto no tienes más que pedírnoslo. Detrás de esta supuesta superación del debate entre nacionalistas y no nacionalistas existe una estrategia diseñada por ERC y reconocida por sus dirigentes: lograr que todos los votantes seamos oficialmente catalanistas -lo sepamos o no, lo queramos o no-, una vez que se ha logrado que no exista vida pública al margen del catalanismo.
Legitimidad cuestionable
Entre los planes catalanistas y los del nacionalismo explícito del PNV, por ejemplo, existe una diferencia fundamental: la franqueza de los vascos. A los dirigentes nacionalistas vascos -que se reclaman herederos de Sabino Arana, que aluden al RH negativo de su pueblo o que reconocen que tratarán a los maquetos como alemanes en Mallorca- se les puede acusar de muchas cosas, pero no desde luego de disimular su ideología o de ocultar sus intenciones: al menos en este sentido, los votantes nacionalistas vascos nunca podrán decir que los han engañado. En Cataluña las cosas son muy diferentes, pues aquí la inexistencia de una opción política progresista no catalanista y la calculada am-bigüedad de los dirigentes políticos han empeorado un vicio que se venía arrastrando desde hace años: el abismo que separa la Cataluña oficial de la Cataluña real. Por ejemplo, nos gustaría que tuvieses en cuenta que mientras en la calle sólo un 20 por ciento de los ciudadanos catalanes opinan que Cataluña es una nación (según recoge muy reveladora encuesta de La Vanguardia, que podemos hacerte llegar si te interesa), ese porcentaje aumenta de manera abrumadora, como sabes, en el Parlament.
Cataluña también es plural
Deseamos hacerte llegar nuestra sorpresa ante la aceptación con que nos parece que recibís en el PSOE la imagen uniforme y monolítica que se os transmite de Cataluña. Estamos de acuerdo con nuestros compañeros con cargo del PSC en que los socialistas debemos defender un modelo de Estado más plural, que se distinga del castizo y carpetovetónico del PP; pero no atinamos a calibrar la magnitud de la hipocresía de los catalanistas que exigen a España lo que reprimen en Cataluña. La innegable pluralidad de la España real está razonablemente bien recogida (a menudo incluso se han exagerado interesadamente esas diferencias) por la España oficial, pero no cabe decir lo mismo, en absoluto, respecto de Cataluña. Te damos un solo ejemplo, al que creemos que no se le concede la importancia debida: los catalanistas exigen en el Congreso el uso del catalán, lengua materna de un 6 por ciento de los españoles, al mismo tiempo que niegan en el Parlament el uso del castellano, lengua materna, de un 60 por ciento de los catalanes. Tal como lo lees: cuando un diputado osó utilizar el castellano hace años en el Parlament fue abucheado y los catalanistas abandonaron la sala. Desde entonces el uso del castellano está excluido en la práctica de las cámaras catalanas. ¿Por qué no se habla de esto en las Cortes que nos representan a todos?
Limitación de derechos
Esta limitación de derechos y del pluralismo es de una trascendencia que no acertamos a ver convenientemente valorada entre periodistas y políticos. Lo cierto es que en Cataluña se está avanzando hacia un modo de organización política que no garantiza el pluralismo y la igualdad de derechos
Utilizamos estos términos con plena conciencia de su gravedad, pero lo cierto es que describen con precisión lo que se está viviendo en Cataluña. De los tres pasos en la limitación del pluralismo que describía Hannah Arendt, en nuestro «pequeño país» ya hemos dado el primero (identidad única de la nación) y estamos a punto de dar el segundo (privilegio de esa nación sobre un territorio), si el Estatut se aprueba en los términos en que está siendo redactado. A continuación te resumimos los tres pasos:
La nación catalana es Una (paso I)
El primer paso se da cuando se permite que la identidad colectiva del «pueblo» prevalezca sobre la libertad del individuo. Este paso se ha dado ya en Cataluña, donde las políticas de cohesión social tienen como fin la creación de un «pueblo catalán» religado en torno a una lengua y una cultura únicas. Los catalanistas han logrado que sus reivindicaciones de derechos colectivos calen en los líderes políticos del PSOE menos avisados, que confunden el justo reconocimiento de las minorías con la injusta aprobación de todo tipo de restricciones de derechos individuales en el seno de esas minorías (en Cataluña la admi nistración pública reprime y sanciona: todo catalán ha de ser catalanista, lo desee o no). Además, cuando los catalanistas reclaman el reconocimiento de su identidad lo hacen limitando esos supuestos derechos colectivos a aquellos «colectivos» que disfruten de identidades apropiadas» (por descontado, los miembros de la comunidad de catalanes castellanohablantes, por ejemplo, no está previsto que sean sujeto de derechos: ni como colectivo ni a título individual).
La nación catalana es Grande (paso II)
El segundo paso está a punto de darse con el nuevo Estatut: sucede cuando a un «pueblo» definido de una manera concreta se le reconocen unos derechos «históricos» en exclusiva sobre un territorio determinado.
Repetimos: cuando los políticos catalanes hablan de «derechos colectivos» se refieren sólo a los de la comunidad definida según los parámetros del catalanismo. El resto de personas quedan excluidas de esa relación especial o privilegiada con el territorio donde viven, pues tienen identidades o sentimientos de pertenencia «impropios» y sólo podrán ser consideradas ciudadanas de pleno derecho en la medida en que se «rediman» (los textos del PSC llaman «irredentos» a los catalanes de origen murciano, gallego, extremeño o de la cultura de sus padres) de su herencia o costumbre y adopten la identidad «propia del país» (un país, por cierto, cuanto mayor, mejor: el de los Països Catalans, que incluye la denominada Catalunya Nord, los territorios levantinos y las islas Baleares, tal y como llevan enseñando diariamente los telediarios públicos catalanes y los libros de texto oficiales los últimos veinticinco años, empeñados en la normalització de la audiencia).
La nación catalana debe ser Libre (paso III)
El tercer paso se da cuando el «pueblo» unido en torno a una identidad cerrada (primer paso) y constituido en nación con derechos sobre un te rritorio (segundo paso) reclama su derecho de autodeterminación, que no es otra cosa que la voluntad de secesión de un «pueblo» para hacer coincidir «nación» (comunidad identitaria de unos cuantos) y Estado (organización apolítica de todos).
Incrementalismo estratégico
Nos interesa mucho transmitir esta idea: los logros del catalanismo (en efecto, Cataluña es cada día más artificialmente «diferente» del resto de España) no son un fruto casual de determinadas coyunturas políticas. Si bien una aritmética parlamentaria concreta puede favorecer o entorpecer el avance hacia sus objetivos, lo relevante es que este avance sigue siempre una línea estratégica, un plan perfectamente trazado. Hay cientos de textos que recogen este concepto muy frecuentado en los círculos catalanistas: pasito a pasito, alcanzar pequeños hitos graduales que consiguen no ser rechazado gracias a su aparente intrascendencia, pero que propician la consecución del siguiente hito, y les acercan cada vez más a la meta. La dificultad para rechazar esos «pasitos» es especialmente notable ante quienes, como los catalanistas, han hecho del victimismo su más lucrativa herramienta. Pero no hay que perder de vista que cada concesión es un eslabón de la cadena con la que el catalanismo está limitando «pasito a pasito» las libertades de los ciudadanos queremos una Cataluña pluralista, abierta y en positivo. O sea: los tres pasos descritos en los puntos anteriores se siguen necesariamente uno del otro: dar por bueno el primero ha conducido al segundo, y permitir éste dará luz verde al tercero, como tratamos de explicar en el punto «El Estatut institucionaliza la idea de nación».
La normalització y la política catalana
Es probable que hayas oído hablar de normalització en Cataluña. En realidad se trata de una idea clave para el nacionalismo, pues fue la herramienta que sirvió para violentar la Cataluña normal a fin de convertirla en la Cataluña soñada por los nacionalistas: se trataba de negar lo que Cataluña «era» para aproximarla a lo que supuestamente «debía ser». Las políticas de normalització al estigmatizar como «anormal» todo aquello que se apartaba de la ortodoxia catalanista, han causado estragos en todos los ámbitos de Cataluña, entre otros en el de la política, donde todos aquellos a los que han hecho sentirse «normalizables» (por no poseer la identidad oficial) han acabado generando respuestas efectivamente «anormales». Es decir, tantos años de normalització han viciado el ambiente político catalán de tal manera que ha sido imposible la incorporación «natural» a la política de aquellos que, por sus orígenes, cultura o lengua materna, no entraban dentro de los parámetros que definen al catalán fetén.
Rebotados, conversos o acomplejados
Tres han sido esos caminos «viciados» que se han abierto ante los catalanes «normalizables» que, pese a todo, han querido participar en política:
1. El de la irritación de quienes, por rebote, han generado una postura anticatalanista tan sobreactuada que, más que anticatalanista, ha podido ser percibida como anticatalana. La mayoría de estos catalanes están en el PP.
2. El de la conversión de quienes, vencidos por la insoportable carga de una identidad «inapropiada», han optado por adoptar la identidad pata negra, y lo han hecho con el fanatismo propio de los conversos. La mayoría de estos catalanes están en ERC (y si tienen tienda, en CiU).
3. El del complejo de quienes, habiendo tenido que ser aceptados en un lugar que no les correspondía por cultura y origen, han acabado por desarrollar un sólido Síndrome de Estocolmo. La mayoría de estos catalanes están en el PSC.
Debes comprender a estos compañeros del PSC: les ha costado mucho llegar donde están, son muchos los complejos que han debido afrontar y los rasgos identitarios que han debido hacerse perdonar, han tenido que renegar de demasiadas herencias, el precio por ser considerados catalanes elegibles ha sido demasiado alto… como para pedirles ahora que tengan discurso propio.
Jinetes de rodeo
Estos dirigentes del PSC con procedencias identitarias no «impecables» desde el criterio nacionalista, sobre los que algunos habíamos depositado cierta esperanza, justifican hoy -solamente en privado- su seguidismo catalanista por las dificultades que entraña ir contracorriente de un régimen bien consolidado durante los últimos veinticinco años. En realidad son como jinetes de rodeo, que limitan el ejercicio de la política al arte de mantenerse sobre el caballo, sin ir a ningún lado. Muy «aprovechables» para el triunfo del catalanismo, pero sin discurso político, tan sólo consiguen representar su propio poder orgánico. Su presencia en las listas electorales, unida a su falta de criterio, hace de estos políticos el «compañero más útil» de los catalanistas, que sí saben perfectamente a dón de se dirigen. Deseamos sinceramente poder mantener la confianza en estos compañeros, pero para ello deben mostrar su voluntad de ser algo más que «jinetes de rodeo», así como su capacidad para presentar alternativas al asfixiante catalanismo oficial.
El derecho a viure en català
La importancia estratégica que en su día tuvo el derecho a una Catalunya normalitzada, que obtuvo su más firme sostén en las leyes de política lingüística (por las cuales, entre otros logros, se ha imposibilitado que los niños castellanohablantes puedan recibir la educación en su lengua materna), hoy la tiene el derecho a viure en català («vivir en catalán»), que quiere apoyar su legitimidad en el nuevo Estatut. Si la normalització fue fundamental para dar el primer paso antes explicado en la limitación del pluralismo, el derecho a viure en català puede resultar clave para dar el segundo paso. El catalanismo exige que toda persona en Cataluña pueda desarrollar su vida en un entorno (los catalanistas hablan incluso de «paisaje» en sus textos) homogéneamente catalán. A tal fin, en Cataluña se controla administrativamente, por ejemplo, la lengua que los niños hablan en el patio o la que emplean los médicos en sus historias clínicas, y se han abierto incluso «Oficines de garanties lingüístiques» (puede resultarte muy ilustrativo visitar la web: www.infocat.gencat.net), donde se facilitan modelos para denunciar al camarero que no nos ha atendido en catalán o al tendero que no tiene su rótulo en esa lengua.
Queremos poner de relieve la amenaza a las libertades que representa esta nueva reivindicación del catalanismo: pretender que tu entorno se adecúe a tu identidad, excluyendo a las otras que conviven en tu territorio, no sólo no es legítimo, sino que puede tener derivas totalitarias («vivir en ario», «vivir en serbio», «vivir en hutu»…).
El Estatut institucionaliza la idea de nación
Nuestra gran preocupación en estos momentos es la aceptación acrítica de la idea de «nación» por parte de muchos dirigentes del PSOE. No se trata en absoluto de una mera cuestión terminológica, sino que está en la base de la estrategia nacionalista diseñada hace años y que avanza de manera exitosa. Detener el avance nacionalista en el tercer paso (o sea, no conceder la autodeterminación), concediendo el segundo (o sea, conceder la existencia de una nación homogénea cultural, lingüística e identitariamente, con privilegios sobre un territorio), es un grave error, por dos razones:
1. Porque no sólo no detiene el proceso secesionista, sino que lo aplaza fortaleciéndolo, pues legitima las permanentes reivindicaciones de futuro.
2. Porque, aunque equivocada, supone una respuesta al secesionismo, pero no a la limitación de derechos y del pluralismo, ya que sanciona la creación de una nación definida en términos históricos y culturales, no en función de derechos de ciudadanía.
¿Derechos históricos?
Todos los argumentos aportados hasta ahora valen poco o nada para un nacionalista. Muchos nacionalistas llegarán a reconocer que en Cataluña se están conculcando derechos individuales; también, en un arrebato de sinceridad, pueden conceder que se está fundando una comunidad política sobre el concepto de nación, entendido a la manera identitaria, que violenta el pluralismo y la diversidad de sentimientos de pertenencia de nuestras sociedades complejas; y sin embargo, este reconocimiento no les impedirá perseverar en su proyecto político porque, según ellos; «en el fondo» les asiste una razón «histórica». Pujol puso las bases de esta manera de pensar, que impregna también el discurso de los socialistas catalanes: para Jordi Pujol (traducimos literalmente del catalán): «El castellano en Cataluña es fruto de una violencia antigua». Quienes así piensan deberían considerar que:
1. No es cierto. Desde el siglo XV se publican en Barcelona, por poner un ejemplo, tantos libros en castellano como en catalán. A lo largo de la historia, lo específico de Cataluña no ha sido el catalán, sino el bilingüismo catalán-castellano. Sucede sólo que en Cataluña se confirma la atinada definición que dio Karl W. Deutsch en su célebre Nationalism and its Alternatives (1969): «Una nación es un grupo de personas unidas por un error común acerca de su pasado y un desamor común hacia sus vecinos».
2. No es justo. En efecto, la diversidad de la Cataluña real es fruto de siglos de convivencia, de cien
tos de desplazamientos, matrimonios, ilusiones y proyectos compartidos, inversiones, etc., pero en caso de que fuera cierta la existencia de una Cataluña mítica y esencial cuyo camino se frustró in illo tempore, ¿sería legítimo hacer responsables del Decreto de Nueva Planta -o del compromiso de Caspe, más antiguo aún- a los catalanes que hoy no tenemos la identidad catalana oficial? El pasado no justifica en absoluto los atropellos que se hacen en el presente.
3. No es positivo. Este argumento debería hacer recapacitar a más de un nacionalista: aunque fuera cierto su sueño histórico, y aunque fuera justo su atropello de derechos, seguiría siendo poco inteligente reclamar para Cataluña el regreso a la identidad del siglo XIV: Cataluña es mucho más que el país provinciano que nos quieren imponer. Limitar su realidad presente para acercarla a sus mitos del pasado es empobrecer irremediablemente -y en todos los sentidos- su futuro.
El Estado debe garantizar la igualdad de derechos
La función básica del Estado es garantizar los derechos fundamentales de todos los ciudada-nos, con independencia del territorio del Estado donde vivan. Parece innecesario tener que recordar esta obviedad, pero la tácita aceptación por parte del ejecutivo central de algunos de los extremos del nuevo Estatut (en especial los que van a figurar en el Preámbulo y Título Preliminar) puede implicar que en Cataluña muchos catalanes quedemos desamparados por el Estado. Nos preocupa la posible dejación de responsabilidades del Estado, si no considerase de su incumbencia el régimen político interno que se podrá derivar del desarrollo de los nuevos preceptos, limitadores de la libertad y el pluralismo, que se quieren introducir en el Estatut de Cataluña. El nuevo Estatut define a Cataluña como una nación de identidad única, se niega a reconocer expresamente en su articulado la diversidad y la pluralidad de los ciudadanos de Cataluña, introduce el deber de conocer el catalán (un deber, por cierto, no meramente retórico, sino que tendrá consecuencias graves) y lo consagra como única lengua «normalmente» utilizable en el espacio público. Por supuesto, cuando se tramite el Estatut en las Cortes Generales deberá prestarse atención a la financiación o a las competencias, porque las «supuestas» diferencias no hacen acreedor a nadie de efectivos privilegios. Pero lo que pretendemos decirte con esta nota es que no sólo debería prestarse atención a estos temas, sino también -y preferentemente, pues es la función esencial del Estado- a si el Estatut sirve para garantizar valores superiores como el pluralismo interno de Cataluña y la igualdad y libertad de sus ciudadanos, o si por el contrario va a lesionarlos.
Pedimos apoyo al PSOE
Hemos creído necesario escribirte esta larga nota porque, en nuestra opinión, que en Cataluña estemos llegando a esta situación de limitación de derechos y del pluralismo ha sido posible sólo gracias al concurso indispensable del PSC. Los políticos catalanistas -o «nacionalistas implícitos»- con cargo del PSC han optado por un modelo de sociedad no plural y se sienten cómodos gestionando la diferencia para sacarle provecho. Por ello no cabe esperar del PSC posiciones políticas que sirvan para articular el ordenamiento jurídico de Cataluña con fundamento en principios de radicalidad democrática. En Cataluña no existe opción política progresista libre de nacionalismo. Al PSOE le corresponde tomar la iniciativa ideológica y ejercer cuantas acciones sean precisas para conseguir que la Cataluña plural y diversa se vea representada en sus normas jurídicas. Responder adecuadamente no es limitarse a reaccionar y parar los excesos, sino defender de manera proactiva un modelo de sociedad abierta y plural, no sólo para España, sino también para cada una de las partes que la conforman. Esperamos que Rodríguez Zapatero, que tanta importancia otorga a los derechos civiles, no nos falle a la hora de exigir que el nuevo Estatuto de Cataluña garantice derechos fundamentales que hacen posible una sociedad democrática y libre