¿En manos de qué jóvenes está el futuro?

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Los jóvenes de hoy forman parte de la generación con más oportunidades formativas que nunca, con más posibilidades de acceso a la cultura, al deporte, al ocio, al intercambio con otros países…, y sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos, sus niveles de participación comunitaria son muy bajos.

También es preocupante su dificultad en la incorporación laboral para la toma del relevo generacional, ¿qué está pasando?

Es posible que este universo seguro y protegido que los adultos han creado para los jóvenes esté equivocado. Se volcaron en darles aquello que ellos mismos no tuvieron, en alejarles de todas las penurias que padecieron. Prepararon un continente seguro para que la juventud viviera con la libertad que ellos no tuvieron, hasta el punto de llegar a idolatrar «lo joven». Se volcaron por y para los jóvenes y en ese ejercicio de generar oportunidades, promovieron también una actitud profundamente dependiente. Han sido seducidos por la idolatría de lo joven, y han descubierto que no quieren dejar de ser jóvenes. Es muy sintomático ese ejercicio por mantenerse y parecer jóvenes y es la manifestación más explícita de no querer abandonar un lugar en la sociedad, de desear retener su turno generacional, por lo que inconscientemente no permiten que los verdaderos jóvenes ocupen su lugar. Están dispuestos a seguir comiéndose el mundo y con actitudes juveniles en su vida adulta han mantenido el liderazgo, en un ejercicio en el que han desplazado a los verdaderamente jóvenes hacia espacios psíquicos más infantiles.

Dos colectivos atrapados en un juego de roles que les permite acomodarse los hábitos de vida de una sociedad ociosa y consumista. Este juego de roles entre grupos no es el único, hay un tercero que cada día tiene más poder por número y, junto con la sociedad adulta, deja al colectivo joven en clara desventaja. Hablamos de los mayores, los verdaderos protagonistas en la Europa del siglo XXI.

Como nunca hasta ahora, ha saltado la alarma del envejecimiento global de Europa y de la dificultad existente para una renovación generacional que sostenga el sistema. Los gobiernos, los mayores y los adultos cuentan con ellos esperanzados en que contribuirán a sostener el sistema creado.

Los «adultos de espíritu joven» toman conciencia desde una perspectiva distinta del importante papel que el colectivo «realmente joven» tiene para la supervivencia de cualquier sociedad. Es imprescindible su vitalidad, su dinamismo, su fuerza porque eso es lo que impulsa la vida de cualquier grupo humano. Pero, ¿son así los jóvenes de las sociedades avanzadas? Desgraciadamente no lo sabemos del todo.

En este periodo en el que les hemos desplazado en su verdadero «rol» social como jóvenes y los hemos infantilizado, se han abotargado en su impulso natural. Estar prolongadamente en una enorme antesala a la vida adulta llena de cursos, cursillos, programas, actividades y alternativas, ha frenado el ímpetu joven. Un lugar en el que podían seguirse preparando sin límite hasta que pudieran ser ciudadanos de pleno derecho y totalmente independientes. Esa contención del impulso joven se ha producido en la sociedad de la abundancia, despreocupada y gozosa de los parabienes de todos los derechos y alejada de sus deberes. Instalados en un presente, seguros de que antes o después les proveerán de opciones en las que ellos solo tendrán que elegir. Son las víctimas de una sociedad henchida de satisfacción, de bienestar y de seguridad ficticia que ha inutilizado uno de los principales mecanismos de defensa para la supervivencia, la necesidad.

Cuando un sujeto está carente, cuando tiene dificultades, el instinto de vida le lleva a compensarlas, a superarlas y buscar soluciones, a intentar adaptarse y sobrevivir en circunstancias hostiles. El ejercicio de superación es, en sí mismo, un ejercicio de crecimiento. Estos hijos del disfrute no han conocido las carencias de las necesidades más primarias y han crecido en entornos seguros protegidos de cualquier riesgo. Viven en sociedades sobreestimuladas, desconocedores del poder del silencio; de las enseñanzas de la frustración; de la creatividad que ofrece el aburrimiento. No saben qué es la disciplina porque no han sido presionados por ella. Viven ajenos a la cultura del esfuerzo, embriagados por la cultura del disfrute. No conocen la imaginación que procura la escasez. Carecen de modelos de liderazgo próximo porque han asistido a la denostación de la autoridad adulta. Se han quedado hipotecados por los beneficios de la sociedad del bienestar, por la mercadotecnia del consumo y no pueden alzar el vuelo.

Se han convertido sin saberlo en los representantes de una sociedad envejecida, herederos del proyecto de sostener lo que sus padres y abuelos crearon, pero sin la capacidad de dar salida a su impulso joven más profundo. Les hicieron protagonistas de la abundancia y príncipes en sus casas y, ahora, son las víctimas de sus consecuencias.

Ahora bien, no todos los jóvenes son iguales, no se puede generalizar y contribuir frívolamente al fomento de una imagen negativa. No todos los jóvenes son así y, aunque en el todavía primer mundo haya diferencias entre unos y otros, la brecha que verdaderamente los distingue se abre entre los jóvenes del mundo desarrollado y los jóvenes de los países en vías de desarrollo.

Los países emergentes, con sociedades jóvenes y con la potencialidad del progreso, tienen un horizonte de intereses y oportunidades que sintonizan con el ímpetu propio del momento evolutivo de la juventud y con las necesidades de progresar. Sin embargo, en las sociedades envejecidas cuyos niveles de desarrollo son elevados y tienen sistemas de protección y seguridad sólidos, no han logrado incentivar la participación ciudadana ni estimular la movilización propia de la juventud.

El papel y el significado de las tecnologías en estos dos grupos de jóvenes son diferentes. Para unos, no es más que la incorporación progresiva de nuevos medios en un ambiente previamente tecnologizado y, para los otros, las tecnologías llegan en entornos carenciales lo que aumenta todavía más su protagonismo y la potencialidad de aprendizaje, ejemplo de ellos son algunos jóvenes expertos informáticos de la India. La tecnología les abre a un mundo para ellos desconocido y relega a un segundo plano su condición más mísera. Han encontrado la puerta de salida de su aislamiento y se han topado con la oportunidad de participar. Sin embargo, los jóvenes occidentales han crecido con ellos en una dimensión más lúdica propia del entretenimiento. Son aspectos que pueden condicionar la asimilación, el uso y el papel que las tecnologías puedan jugar en los jóvenes del futuro.

Los jóvenes de las sociedades desarrolladas están sobradamente preparados y en principio, tendrían muchas posibilidades de liderar el futuro. Los jóvenes de los países emergentes no están tan bien preparados pero tienen muchas más necesidades de avanzar y de progresar que los primeros, puesto que todavía no gozan de las opciones que estos tienen. Trabajaban por muy poco dinero y están dispuestos a seguir haciéndolo por tan solo un poquito más. Su punto de partida es mucho más carente, viven conscientes de que lo que pueden hacer es mejorar y cuentan con la energía para pelear por ello.

Por otro lado, las sociedades emergentes cuentan con un equilibrio en la pirámide de edad. Los jóvenes son muchos más con respecto a otros grupos y, por su naturaleza, empujan e impulsan con su energía a toda la sociedad. Situación que no acompaña a los jóvenes de los países desarrollados que son menos en número. Han sido los hijos deseados, traídos al mundo para darles las mejores opciones pero han sido tratados como niños porque sus padres querían ser ellos, ser también jóvenes.

Los jóvenes de las sociedades emergentes también tienen lastres, sufren el peso de las condiciones de precariedad generalizadas heredadas de otras épocas; sin embargo, no tienen las cargas de una sociedad envejecida. Tampoco los adultos les han querido suplantar, ni quitarles el protagonismo de su juventud. Su condición joven es su principal fuente de riqueza, su efervescencia arrolladora es el motor necesario para cualquier crecimiento colectivo.

Estas son circunstancias tan admiradas como temidas en los países con sociedades gastadas y desvaídas, poco halagüeñas para los jóvenes de la sociedad de la abundancia, criados y alimentados como príncipes y debilitados por el exceso de protección, ¿serán capaces de reaccionar a tiempo?