¿ESPAÑA LAICA, o ESPAÑA LIBRE?

1930

Como no puedo pensar que el Presidente del Gobierno añore el laicismo sistemático y casi siempre feroz de los antiguos países socialistas, ni que pretenda buscar en la Historia una sociedad plenamente laica-laicista; ni creo que sueñe en desnaturalizar por completo su admirado paradigma literario y cívico El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ni en convertir la catedral de León en una sala de conciertos, ni en acabar con el patronazgo de Sant Jordi sobre su fiel Pascual Maragall y todo el antiguo Reino de Aragón, ni en borrar el nombre y el primer apellido del fundador del PSOE, me quedo envuelto en una densa incertidumbre.


¿ESPAÑA LAICA, o ESPAÑA LIBRE?

Por Víctor Manuel Arbeloa
Revista Autogestión
enero de 2005

Se preguntaba un comentarista político inglés durante la última campaña electoral para el Parlamento europeo qué podría entender el cabeza de lista socialista español, José Borrell, hoy presidente de ese Parlamento, por una Europa laica, repetido estribillo de su campaña.

La confusión es grande en torno a la palabra-concepto laicismo. Laico, del adjetivo griego laikós, del sustantivo laós (pueblo), se refiere a alguien dentro de la Iglesia que no tiene órdenes clericales ni pertenece a la jerarquía. Es el correspondiente a nuestro lego dentro de las órdenes y congregaciones religiosas.

Pero, por extensión, se denomina así comúnmente el seglar (secular, del siglo), que modernamente, y por influencia francesa, suele llamarse laico. Pero, según los diccionarios, una segunda acepción de la palabra viene a decir «independiente de cualquier organización o confesión religiosa», que tiene muchos matices y variaciones. Y así, tanto en español como en casi todas las lenguas romances, laico, referido a cualquier institución, puede significar bien la distinción neutra y respetuosa entre aquélla y una confesión religiosa (laico-no confesional), bien la separación tajante, la independencia absoluta de una institución, hombre o sociedad, de cualquier confesión o influencia religiosa (laico-laicista). La distinción entre los sustantivos es más cómoda: laicidad y laicismo.

España aconfesional, no laica

De ahí el equívoco constante de estos términos, con los que cada uno parece decir y querer decir cosas distintas. Pero hay que poner un poco de claridad. Y así, verbi gratia, la Constitución española debe llamarse no confesional (laicidad) mejor que laica (que puede querer decir laicismo). Y como España, casi todos los Estados de la Unión Europea, algunas de cuyas Constituciones se abren nada menos que invocando a Dios o a la Santísima Trinidad, sin que se conlleve confesionalidad de ninguna clase. Es laico, por definición constitucional, el Estado francés, pero, en contradicción aparente con eso, tiene relaciones con la Santa Sede y, lo que es más llamativo, mantiene el concordato napoleónico limitado a las regiones de Alsacia y Lorena; Gran Bretaña es un Estado confesional anglicano, pero con absoluta libertad de cultos; Grecia es, en la práctica, un Estado confesional ortodoxo; algunos países escandinavos tienen Iglesias nacionales luteranas; Holanda, una Iglesia nacional calvinista, etc. ¿Quería Borrell acabar con todas estas muestras de religiosidad, confesionalidad o reconocimiento de una realidad confesional? Ahora tiene una buena ocasión desde el Parlamento europeo para intentarlo. ¿O pretendía algo más? ¿Acaso terminar con todas las prácticas, denominaciones e instituciones religiosas con influencia en la sociedad? No parece que su bien conocido laicismo llegue a tales desmesuras.

No sé tampoco qué quiere decir nuestro Presidente del Gobierno, tan confuso en casi todo, con ese lema mitinesco de la España laica. España ya lo es en sus instituciones jurídico-políticas, en el sentido histórico arriba explicado, y algunos, antes y después del Concilio Vaticano II, trabajamos tanto o más que él por conseguirlo. Pero no sé si él está demasiado seguro de ello, ya que acaba de hablar de nuevas leyes laicas contrapuestas a leyes carcas. Lo entiendo bien mal, que diría Cervantes. Todas las leyes votadas en las Cortes españolas por los representantes del pueblo (laós) español son leyes laicas. ¿O está hablando de leyes que molesten especialmente a la Iglesia católica? Ésas serían, en todo caso, leyes anticlericales o antieclesiásticas o, en el peor de los casos, antirreligiosas, como fueron muchas de la Segunda República y de ciertos Gobiernos liberales de los siglos XIX y XX. En definitiva, ¿es el Presidente partidario de la laicidad o del laicismo de moda?

Claro que ministros, Secretarios de Estado o Directores Generales dicen a menudo lo suficiente como para que la sospecha siga creciendo: «No vamos a pasar a la etapa anterior de hegemonía de una confesión religiosa…»; «España camina, por fortuna, hacia el pluralismo religioso…», y otras más ásperas que parecen cuestionar la vigencia de los Acuerdos con la Santa Sede o, con el colmillo retorcido, la ayuda económica a la Iglesia católica. Esas declaraciones, sobre todo por su inoportunidad, tono acre o énfasis injustificado –según algunos, con un no sé qué de masónico tradicional–, unidas a la machacona propuesta de leyes de la nueva moral laica, crean el clima propicio para cierto desasosiego.

Lo que me pasma es que, entre los doce principios enumerados en la conclusión del último congreso socialista por José Luis Rodríguez Zapatero, esté nada menos que una sociedad laica. No ya un Estado o unas instituciones políticas, no: una sociedad. Uno creía que los políticos deben desear ante todo una sociedad libre que elija sus ideales, valores y principios. Ahora viene Rodríguez Zapatero y hace votos públicos por una sociedad laica. ¿Cuál? ¿Separada quizás totalmente de cualquier confesión o práctica religiosas? ¿Indiferente, agnóstica, atea? Porque distintas y separadas constitucionalmente ya las tenemos.

Una densa incertidumbre

Como no puedo pensar que el Presidente del Gobierno añore el laicismo sistemático y casi siempre feroz de los antiguos países socialistas, ni que pretenda buscar en la Historia una sociedad plenamente laica-laicista; ni creo que sueñe en desnaturalizar por completo su admirado paradigma literario y cívico El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ni en convertir la catedral de León en una sala de conciertos, ni en acabar con el patronazgo de Sant Jordi sobre su fiel Pascual Maragall y todo el antiguo Reino de Aragón, ni en borrar el nombre y el primer apellido del fundador del PSOE, me quedo envuelto en una densa incertidumbre.

Desde luego, no se trabaja coherentemente por una sociedad laica yendo a visitar solemnemente al Papa Juan Pablo II y regalándole un cuadro; o nombrando para la cartera de defensa al único ministro que se confiesa católico. Menos aún se promueve una sociedad laica llevando las dos hijas a clase de Religión católica en una escuela pública, como tuvo a gala decir en la COPE, unos días después de ser elegido Presidente del Gobierno. ¿En qué quedamos? ¿De qué laicidad-laicismo hablamos?