La evolución de la cotización del dólar en las últimas semanas y, sobre todo, los registros históricos que está alcanzando el euro manifiestan que, tras ellos, hay movimientos en las finanzas y en la economía internacional de gran envergadura…
Juan Torres López
La evolución de la cotización del dólar en las últimas semanas y, sobre todo, los registros históricos que está alcanzando el euro manifiestan que, tras ellos, hay movimientos en las finanzas y en la economía internacional de gran envergadura.
Es verdad que la breve historia del euro no permite tener una amplia visión histórica y que si se contemplase al conjunto de las divisas europeas a las que sustituyó se podría comprobar que en la mitad de los años noventa se produjo una depreciación del dólar incluso mayor que la de ahora, de modo que no es la primera vez que las divisas (la divisa ahora) europeas se encuentran tan apreciadas respecto a la moneda estadounidense.
Pero el proceso no ha terminado. Como analizaré enseguida, lo más seguro es que el dólar siga apreciándose y que, al mismo tiempo, la cotización del euro suba, quizá, hasta llegar a una cotización de 1,5 $ por euro.
El proceso tiene muchas dimensiones pero las que me parecen más relevantes son tres.
La primera, que el poder de Estados Unidos para imponer al mundo las condiciones financieras que más le benefician sigue incólume.
La segunda, que China ha entrado en juego con gran influencia en el tablero de la economía mundial. Tiene tal cantidad de dólares acumulados en sus reservas que si quisiera podría literalmente hacer saltar por los aires a todo el sistema financiero internacional. Si se me permite el tono un poco de broma, diría que nunca un partido comunista tuvo tan en sus manos el futuro de la economía capitalista. Lo que ocurre es que China está ya tan imbricada en la economía capitalista mundial que, si la hiciera saltar, la suya caería seguramente la primera.
La tercera, que es a Europa a quién le está correspondiendo el papel más triste de la historia, poniéndose una vez más al servicio de los intereses norteamericanos que coinciden, en este caso y de momento, sólo de momento, con el de las multinacionales europeas más importantes y, en cierta medida, sólo en cierta medida, con los de Alemania.
El déficit estadounidense
Para entender bien lo que está pasando con la cotización del dólar es útil recordar las palabras del antiguo Secretario del Tesoro estadounidense John Connaly en 1971. Cuando el sistema monetario internacional que Estados Unidos había impuesto a todo el mundo occidental se hundía, Connaly dijo con gran precisión: «el dólar es nuestra moneda pero es vuestro problema».
Lo que está ocurriendo ahora es que una vez más Estados Unidos utiliza el poder de su moneda para hacer que los demás países sean los que paguen el arreglo de sus problemas domésticos. Aunque es precisamente por esta razón que ya dejan de serlo para convertirse en auténticos problemas mundiales pero que el imperio resuelve en virtud del interés exclusivo de Washington.
Lo que está ocurriendo es lo siguiente.
Durante el primer mandato de Bush Estados Unidos generó un déficit comercial exterior gigantesco que en 2003 llegó a ser de casi medio billón de dólares.
Para financiar ese déficit es preciso que entren dólares en Estados Unidos. Si no entran en cantidad suficiente, lo que ocurre es que la oferta de los dólares que Estados Unidos utiliza para pagar sus compras en el exterior es menor que la demanda de dólares que los extranjeros realizan para comprar productos de Estados Unidos o para invertir en su interior.
En esas condiciones, al precio del dólar le pasa lo mismo que al de cualquier otra mercancía: baja.
El papel de China, principalmente, y de los demás países asiáticos
Durante estos años últimos, Estados Unidos ha ido resolviendo la situación gracias a que los países asiáticos y muy especialmente China han ido “comprando” su deuda
Estos países venden a Estados Unidos una gran cantidad de productos cuya ventaja competitiva proviene del bajo precio. Son productos son normalmente de baja calidad, de modo que para tener éxito en los mercados norteamericanos deben ajustar mucho sus precios. Por eso les interesa que el dólar no baje mucho, pues si se deprecia el dólar, a sus monedas les ocurre lo contrario: se aprecian.
Si se aprecian las monedas asiáticas lo que sucede es que los productos que exportan a Estados Unidos resultan más caros y dejan de ser competitivos. Por esa razón, han sostenido al dólar evitando que su cotización bajara demasiado.
Eso es fácil de comprobar si se compara la evolución del incremento de las reservas en dólares en los países asiáticos y el aumento del déficit estadounidense. Han evolucionado prácticamente de forma paralela y en cantidades casi completamente equivalentes.
Pero últimamente, esa continua compra de dólares no ha sido suficiente y se produce un continuo aumento en el exceso de la oferta de dólares, lo que produce su depreciación.
Al bajar el dólar, y al saberse que la causa es el persistente déficit de Estados Unidos que no va a desaparecer a corto y medio plazo, los poseedores de dólares que juegan a especular en los mercados internacionales, o simplemente a mantener sus reservas en las mejores condiciones de rentabilidad, empiezan de deshacerse de ellos.
China y Rusia están cambiando parte de sus reservas de dólares a euros, los países petroleros a libras esterlinas y los paraísos fiscales a francos suizos.
La consecuencia es que los mercados se inundan de operaciones de venta de dólares y eso hace que su precio siga bajando, mientras que paralelamente suben esas otras divisas.
Un proceso consentido y deseado
Cuando se oye hablar a los dirigentes políticos y económicos de las grandes potencias pareciera que lo que está ocurriendo es una especie de fenómeno natural imponderable sobre el que no tienen control. Pero eso es falso.
A Estados Unidos le conviene lo que está ocurriendo y los demás países implicados están dejando hacer para que eso ocurra.
Lo primero que hay que saber es que Estados Unidos está apostando claramente por mantener el dólar muy depreciado.
Es verdad que Bush y otros dirigentes hablan de tener un dólar fuerte porque gran parte de la opinión pública identifica (equivocadamente) una divisa fuerte a poder económico y ventaja financiera. Pero la realidad es que Bush está dejando que el dólar se deprecie porque de esa forma pueden aminorar más fácilmente el déficit comercial.
Un dólar bajo abarata las exportaciones de Estados Unidos y de esa forma se puede mejorar la relación de intercambio.
Los sectores exportadores prefieren claramente un dólar bajo y están satisfechos.
Los sectores financieros (que fueron los principales apoyos electorales de Bush) preferirían un dólar alto, pero estarán de acuerdo con la estrategia porque implica subidas progresivas de los tipos de interés. Estas se irán dando sin parar en los próximos meses, procurando así una retribución más alta para los capitales y los negocios financieros.
En Europa también hay declaraciones verbales que definen la situación como preocupante.
El Presidente del Banco Central Europeo consideró que la apreciación del euro es «brutal e indeseada», el ministro francés de finanzas la criticaba y Berlusconi la consideraba una amenaza para las exportaciones. Las estadísticas disponibles muestran que ya se están empezando a ver afectadas las exportaciones y el crecimiento en toda la zona euro.
Pero lo sorprendente es que en ningún caso se pasa de ahí. No se hace nada por evitar la apreciación del euro. Si acaso, sólo se la combate verbalmente.
Es más, el poderoso canciller alemán Gerhard Shroeder dice que no es para tanto, que hay que acostumbrarse a la fortaleza del euro e incluso que es buena porque permite contener la subida de los precios al disminuir la factura petrolera.
Los efectos de la depreciación del dólar
Ya he señalado que a Estados Unidos le conviene la depreciación del dólar y que la está consintiendo y apoyando para poder enjugar su déficit exterior.
¿Qué pasa con Europa y el resto del mundo? ¿A quién le conviene que suba tanto la cotización del euro?
Un euro tan apreciado como el de los últimos meses está generando efectos muy negativos para la economía europea en su conjunto.
La apreciación del euro encarece las exportaciones. Por tanto, disminuye las ventas de las mercancías que hayan de competir a través del precio fuera de la zona euro. Además, al hacer más baratas las mercancías exteriores incentiva la sustitución de la producción nacional (europea en este caso) por la extranjera. Eso debilita la producción industrial y termina por destruir empleo y actividad económica en general.
La apreciación implica además mantener tipos de interés más altos que los que habría si se decidiera intervenir para depreciarlo y esos tipos relativamente más altos también contribuyen a que disminuya la inversión y el empleo.
Es verdad que un euro apreciado como el actual disminuye lo que los europeos pagan por el petróleo (aunque eso apenas se está traduciendo en precios finales al consumidor más bajos). Pero, al mismo tiempo, tiende a generar subida de precios por otra vía. Al encarecerse el precio de las exportaciones, las empresas tienden a buscar nuevas formas de ser competitivas, a través de la calidad, de la seguridad o fiabilidad, por ejemplo. Y esas nuevas formas de competitividad generan normalmente mayores costes, más poder de mercado y, como consecuencia de ello, subidas de precios.
El sector servicios y en concreto el turismo procedente de fuera de la zona euro se resienten de forma singular. Algunos países se ven pues, especialmente afectados.
El caso español es paradigmático en este sentido. Un estudio reciente del Banco de España ha mostrado que la apreciación del euro en 2002 y 2003 restó un punto al crecimiento de nuestro PIB. Lógicamente, en 2004 este efecto negativo será mayor.
La apreciación del euro viene suponiendo un encarecimiento continuado de las exportaciones españolas, lo que está agravando el déficit comercial exterior.
El caso español pone de relieve, por cierto, la falacia de las tesis neoliberales o de los argumentos sobre las bondades del euro. Estados Unidos hace frente al déficit exterior con depreciación. A España, se le impone una apreciación que provoca déficit exterior. No hay mejor demostración de que en economía no hay “bueno” o “malo” sino unos intereses u otros con capacidad y poder para encontrar su propia satisfacción en cada momento.
A España le ocurre esto porque está especializad en exportaciones que tienen que competir, sobre todo, a través del precio y, por tanto, son muy sensibles a encarecimientos derivados de un tipo de cambio apreciado.
A diferencia de lo que le ocurre a España y a la inmensa mayoría de sus empresas orientadas al exterior, las grandes multinacionales europeas y especialmente la industria alemana, tienen otras determinantes.
Estas últimas pueden competir a través de la calidad y, por lo tanto, pueden soportar mucho más fácilmente la apreciación del euro. Es más, hasta un cierto nivel, les conviene que el euro esté apreciado.
Un aumento del coste causado por la apreciación del euro puede afectar mucho a un paquete turístico modesto o a una mercancía de baja calidad y precio muy ajustado, pero quizá muy poco a la hora de comprar un producto alemán que casi se vende solo, en virtud de su calidad y categoría, aunque tenga un alto precio.
Esto es lo que explica que en términos de países, y aunque esto implique una generalización menos rigurosa, pueda decirse que a Alemania (más especializada en exportaciones “nobles”) le conviene más un euro elevado y a España (que le ocurre al revés) le interesa una cotización del euro más bien baja.
Algo parecido podría decirse de otros países europeos, y es por ello que puede apreciarse ya que las declaraciones de sus dirigentes empiezan a ser contradictorias entre ellas y, sobre todo, con lo que dice el canciller alemán.
Europa, al servicio del dólar
En resumidas cuentas, el euro apreciado y el dólar depreciado interesa a las más grandes empresas europeas (y hasta un límite a Alemania) y a Estados Unidos, pero no a lo que podríamos llamar los intereses generales de Europa.
La apreciación que padecemos va a frenar el crecimiento en Europa y va a hacer que se pierda empleo y riqueza. Pero no se hace nada por evitarlo. Es sorprendente.
Todos los análisis, incluso la mayoría de los presidentes de gobierno y ministros están manifestando el daño que se está provocando. Pero nadie actúa porque por encima de ellos se impone la voluntad superior de quienes, con más poder efectivo, se benefician de la situación. La Unión Europea no está en manos de sus dirigentes democráticos sino de poderes fácticos que esconden su cara a los ciudadanos.
Si pensaran en Europa y actuaran para los ciudadanos lo que harían sería reducir los tipos de interés, impulsar el gasto público social y favorecer así las exportaciones y con ellas la creación de empleo y el crecimiento de la actividad económica. Pero no lo hacen.
Quienes gobiernan la economía europea vuelven a pensar sólo en las multinacionales y en Estados Unidos. Por eso dejan de actuar cuando el euro se aprecia con efectos tan negativos para la inmensa mayoría de la sociedad y en beneficio solamente de las grandes multinacionales y de Estados Unidos.
Es grave que lo hayan hecho siempre pero que lo hagan ahora en época de ratificación constitucional muestra lo poco que les importa Europa. No deberán extrañarse si luego los ciudadanos votamos en contra de lo que propongan quienes ahora están consintiendo todo esto.
Los costes para el Sur
La depreciación del dólar va a ser seguramente bastante importante en los próximos meses a tenor de la extraordinaria magnitud del déficit de Estados Unidos y teniendo en cuenta que no cabe esperar que Bush cambie radicalmente de política y de horizontes estratégicos en este segundo mandato.
Si eso es así, resulta que los países más pobres y endeudados van a tener que soportar unos costes considerables.
En primer lugar, porque casi todos ellos mantienen sus reservas en dólares y, por tanto, perderán una buena parte de su valor.
En segundo lugar, porque tendrán que hacer frente a tipos de interés más elevados que aumentarán la hipoteca de la deuda externa.
En tercer lugar, porque cabe esperar que Estados Unidos, Europa, Japón y China extremen sus estrategias encaminadas a ganar posiciones en el comercio internacional y, lógicamente, los más atrasados van a encontrarse con muchas más dificultades a la hora de mantener la cuota parte, ya de por sí reducida y menguante, que les viene correspondiendo.
Finalmente, porque, si se mantienen, la combinación de todos estos factores va a provocar seguramente una nueva fase recesiva que disminuirá el crecimiento, el empleo y la actividad económica en todo el mundo.
Mientras que los más fuertes tienen defensas más potentes para hacer frente a etapas de recesión, los débiles se van a encontrar, una vez más, indefensos. Aumentará su dependencia, su vulnerabilidad y empeorarán sin duda sus condiciones económicas en general.
El coste para Estados Unidos
El hecho de que la depreciación que se viene produciendo del dólar sea la estrategia impuesta por el gobierno de Bush para ayudar a paliar el déficit exterior de Estados Unidos y que se trate de un procedimiento cuyos costes van a recaer fundamentalmente sobre el exterior, como una expresión más del carácter imperial de la política estadounidense, no significa, sin embargo, que su nación esté exenta de costes.
La depreciación del dólar conviene ahora a los grandes exportadores norteamericanos y a los financieros que van a beneficiarse en el futuro inmediato de tipos de interés más favorables.
Pero esas medidas van a contraer de nuevo el crecimiento de la economía y van a provocar más desaceleración y pérdidas de empleo. Además, en tanto que implican optar por estrategias de competencia basadas en el ahorro de costes, fortalecerán las tendencias a empobrecer la actividad laboral, lo que se traducirá en nuevas pérdidas de poder adquisitivo.
En realidad, lo que va a ocurrir en los próximos meses es el fortalecimiento de las tendencias de años anteriores. Bush ha sido el presidente con peor registro en cuanto a empleo y bienestar de los últimos decenios y eso va a seguir siendo así. Difícilmente va a controlar el déficit fiscal porque los recortes en gastos social se compensarán con más gasto armamentista y reducción de impuestos para los más ricos, tal y como ha venido ocurriendo.
De hecho, ni siquiera la depreciación podrá compensar suficientemente el déficit exterior porque no podrá superar determinados niveles (que sean demasiado dañinos para Alemania, excesivamente costosos para China o demasiado recesivos en el interior).
Estados Unidos se va a encontrar en los próximos meses en una situación harto complicada. Los déficits no se podrán controlar suficientemente, seguramente aumentará de forma considerable el desempleo y se agudizará el desequilibrio macroeconómico. La pobreza seguirá subiendo, y lo lógico es que lo haga más del 12% anual de los últimos años.
Los ciudadanos estadounidenses pagarán también, están pagando ya, los costes de esta estrategia imperial.
2005
Por tanto, de cara al interior, Bush tendrá que recurrir a mecanismos que le permitan seguir mirando “a otro lado”, de forma que la opinión pública siga sin darse cuenta de cuál es el auténtico quid de su actuación gubernamental: la ingente redistribución de renta a favor de los ricos y a costa de un desequilibrio económico insostenible a medio plazo. No será extraño, por lo tanto, que enseguida recobre y redoble su retórica parafascista para disimular los efectos realmente negativos de su política económica sobre la mayoría de la población.
En el exterior, a Bush se le abrirá un nuevo frente cuando los demás países comiencen a sufrir directamente los efectos de sus desequilibrios.
Como he señalado, para salir de ellos habrá de agudizar los remedios: alcanzar una depreciación suficiente y alzas colaterales en los tipos de interés. Pero ambas cosas serán muy dañinas para la economía internacional.
Lo será muy especialmente para áreas hoy día escoradas hacia un claro sentimiento antiimperial, como América Latina. Quizá podrían reaccionar, por ejemplo, comenzando a plantearse la legitimidad de una deuda cuyos costes se incrementan como consecuencia de la estrategia financiera unilateral de Estados Unidos. Brasil, por ejemplo, se enfrentaría a dificultades extraordinarias, quizá insoportables, si los tipos de interés se elevaran demasiado.
Pero Estados Unidos no podría dejar que se extendiera la más mínima rebeldía, lo que quizá le lleve a abrir cuanto antes líneas de actuación, digamos, mucho más activas o combativas en esta zona. ¿Tendría que ver eso con el nombramiento de Condoleezza Rice?
Por otro lado, es difícil aventurar el papel que puedan tener otos focos de poder económico. China parece haber apostado por una estrategia lenta de penetración económica en la periferia y seguramente sólo jugará su excelente mano de cartas en beneficio propio. Rusia aún se encuentra con graves problemas internos y en su entorno inmediato. La Unión Europea no acaba de encontrar una posición común, fundamentalmente, porque, en el seno de una unión monetaria tan imperfecta y asimétrica, los intereses de los diferentes países no son idénticos. Aunque habría que tener en cuenta que Alemania se encuentra ya muy cerca de la frontera de la recesión provocada que no puede superar y quizá se vea también obligada a impulsar propuestas de contención de la estrategia estadounidense.
Sin contrapesos, sin poderes democráticos
El problema de todo esto es que en realidad apenas si existen contrapesos.
La situación actual de los mercados de divisas puede derivar en una nueva fase recesiva de la economía mundial. Pueden perderse millones de empleos y aumentar el malestar y las desigualdades.
No es nada nuevo. En realidad es lo que viene ocurriendo recurrentemente en los últimos decenios. Y una vez más lo que sucede es que se hace frente a estos problemas sin que se pueda intervenir con estrategias alternativas a las que establecen los grandes poderes económicos.
Bush y los dirigentes estadounidenses mienten cuando manifiestan que luchan por un dólar fuerte mientras que están dejando que se deprecie en los mercados. Los dirigentes europeos quedan en situación patética cuando señalan los inconvenientes de la apreciación de euro mientras que no hacen nada para corregirla. Y no lo es menos la de los dirigentes comunistas (si es que esta palabra ya significa algo) chinos, cuyo auténtico papel en el mundo es realmente difícil de dilucidar, sumidos como están entre el absolutismo, la desideologización y la explotación más infame de sus ciudadanos.
Nadie parece que sea el responsable de lo que ocurre. ¿Cómo es eso posible?
Se nos quiere hacer creer que los mercados tienen entidad propia, que sus designios son incontrovertibles y que por eso las autoridades políticas no actúan. Que sólo responden a las intervenciones asépticas de las agencias técnicas como los bancos centrales, que nada tienen que ver con la discrecionalidad indeseable e inapropiada de los gobiernos. De esa manera dejan hacer a los poderos difusos de nuestra época que desestabilizan las economía y que generan el desorden global en el que vivimos.
Lo que sucede en realidad es que la economía mundial está al albur de poderes ocultos y oscuros y, precisamente por ello, antidemocráticos. Que tienen nombres y apellidos pero que no expresan sus preferencias sino que las imponen gracias al poder que acumulan y que doblega a los gobiernos y a las instituciones representativas.
Frente a todo ello, es más necesario que nunca que los ciudadanos denunciamos la falsedad de estas creencias, la insinceridad de quienes afirman que es imposible corregir el rumbo de los hechos económicos. Y es más urgente que nunca que reclamemos para las mayorías sociales el gobierno de las relaciones económicas. Hay que exigir a los gobiernos que intervengan y que lo hagan teniendo en cuenta las preferencias sociales. Los ciudadanos tenemos derecho a manifestar cuál es el tipo de sociedad y de economía que queremos y todo eso se traduce en algo tan elemental como llevar la democracia a las relaciones económicas. Eso es lo único que puede permitir compensar el poder de los poderosos, impedir que sólo las minorías privilegiadas impongan su designio a toda la sociedad.
Los próximos meses serán conflictivos. Casi con toda seguridad, la situación económica se deteriore gravemente. Y, teniendo en cuenta su origen que he analizado, es también muy posible que Estados Unidos tenga que forzar su posición para evitar que su poder imperial se ponga en cuestión.
El dólar es la punta de lanza del imperialismo norteamericano, la expresión simbólica de su poder, además de su sofisticado instrumento de dominación económica. Cuando el dólar está en cuestión, está cuestionado también el poder que representa y al que sirve, y se obliga a que Estados Unidos actúe con toda contundencia, si es que quiere preservar su posición de predominio en el planeta.
Eso es lo que hay y esto es lo que viene. Si frente a Estados Unidos no se levanta con fuerza una comunidad internacional dispuesta a evitar la unilateralidad y a forjar un orden mundial multipolar y verdaderamente democrático podemos esperar lo peor.