(…) Esto es así, pero no es lo que más me preocupa, el problema más grave de apadrinar niños, como el de todo asistencialismo, es el efecto narcótico que produce sobre la sociedad (esto sí que es el opio de la burguesía). (…)
Más allá de las buenas intenciones de quien da de este modo una ayuda, no podemos olvidar nunca que, desde el punto de vista de las organizaciones que lo promueven, el apadrinamiento es una técnica de marketing. Saben muy bien lo difícil que es captar la atención de los posibles donantes –más cuanto mayor es la oferta de organizaciones benéficas- y especialmente lograr una aportación cuantiosa por parte de estos en una cultura en la que hace siglos que la limosna se convirtió en dar unos céntimos de lo que nos sobra. Pedir dinero para un centro educativo, un pozo, el saneamiento de un poblado,… no mueve los sentimientos y menos los bolsillos. Dividir el importe del proyecto entre un número determinado de niños y asignar cada niño a una persona es más efectivo. Es una táctica para conseguir socios estables que cada mes entreguen sus 10 o sus 20 euros, ya que, de otro modo, hay mucha gente que no darían con facilidad esa cantidad o no la mantendrían en el tiempo.
Es una técnica de marketing que maneja los sentimientos y el individualismo (apadrino a mi niño), y que supone especialmente una complicidad con los grupos de comunicación y las grandes empresas donantes a las ONG. Estas no se ven denunciadas por su responsabilidad en las causas de la miseria, y además, se les proporciona un nuevo cauce para sus conocidas estrategias de marketing solidario destinadas a crear una buena imagen corporativa,…
Todas estas, son prácticas que, en definitiva, ponen de manifiesto el espíritu burocrático que domina unas ONGs cada vez más impregnadas de la cultura neo-liberal que extiende sus criterios empresariales a toda la vida social, y que se rigen, sin disimulos, según los dictados de los manuales de gestión de entidades no lucrativas elaborados por conocidas escuelas de negocios. Están, por tanto, cada vez más lejos de un compromiso real por combatir al Imperialismo que impone su modelo de globalización.. Aunque esto no es nada nuevo, si recurrimos a la historia vemos como muchas de estas obras de cooperación repiten el modo de actuar de las viejas obras benéficas con que la burguesía quiso acallar las protestas del Movimiento Obrero en el siglo XIX.
Esto es así, pero no es lo que más me preocupa, el problema más grave de apadrinar niños, como el de todo asistencialismo, es el efecto narcótico que produce sobre la sociedad (esto sí que es el opio de la burguesía) y, en consecuencia, su contribución positiva a que se perpetúen el sistema económico y las formas de vida que causan el empobrecimiento de tantas familias y la muerte por hambre de 50.000 niños cada día. Los que llevamos años en la calle denunciando las causas del Hambre, el Paro y la Esclavitud Infantil y dialogamos, de este modo, sobre el tema con cientos de personas cada año, sabemos que junto a las respuesta típicas de la indiferencia (no tengo tiempo, no me interesa de momento,… ) hay una respuesta que cierra especialmente a las personas para una reflexión y un diálogo sobre las causas políticas y económicas del hambre y sobre la responsabilidad de nuestro modo de vida como enriquecidos en ellas, es la respuesta Yo ya tengo apadrinado un niño.
Si partimos de lo que nos enseñaba Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis, que el hambre es un problema político, pues con las tecnologías disponibles el mundo podría alimentar hoy a más del doble de la población actual (eso sí, no al ritmo de derroche consumista que nos parece normal a las sociedades enriquecidas), y que, por tanto, tiene solución transformando de raíz las relaciones comerciales, financieras, tecnológicas y políticas que causan el enriquecimiento de unos pocos y el aumento continuo de los que mueren de hambre, la respuesta YO YA [hago bastante] con apadrinar un niño pone de manifiesto hasta qué punto esta práctica, y cualquier otro asistencialismo más o menos disimulado, apuntala un sistema injusto y es, por tanto, una agresión objetiva a millones de empobrecidos que lo están padeciendo. Está impidiendo que se tome conciencia política sobre el problema del hambre y que la sociedad se organice para erradicarlas.
Si quiere ser honrada, la solidaridad exige un compromiso a un doble nivel. Primero no dar de lo que nos sobra, sino compartir hasta lo necesario para vivir; esta es la tradición de los Padres de la Iglesia que recordaba constantemente Juan Pablo II. Ya que lo superfluo es de justicia que se restituya a sus legítimos dueños que son los empobrecidos a quienes se ha robado, y sólo dando de lo necesario se hace solidaridad. Y segundo, un compromiso político (asociado e institucional), por lo que se habla de ella como caridad política o solidaridad política, como también afirmaba Juan Pablo II. Esto implica un cambio en nuestro estilo de vida que se sostiene con el consumo y el voto a las transnacionales, bancos y partidos responsables del genocidio del hambre. Y supone el compromiso permanente en la lucha contra el imperialismo que impone la globalización de la miseria. Recientemente Benedicto XVI ha subrayado de nuevo la necesidad de ambos caminos para ejercer la caridad cristiana en su primera encíclica.
Muchos llaman pesimismo a estas críticas al asistencialismo, sobre todo nos lo han dicho varias veces quienes temen que con ellas se reduzca la recaudación de sus campañas. Pero los hechos demuestran lo contrario, los últimos meses he recibido de www.solidaridad.net continuas informaciones de grupos organizados en la lucha nacida de la caridad política en solidaridad con los hambrientos, la mayor parte de ellos en los países empobrecidos. Sé por propia experiencia cómo grandes compañías hacen lo posible por silenciarlos, señal de que los toman en serio.
Los empobrecidos de Europa pusieron en marcha la solidaridad obrera protagonizada por los últimos. ¿Vamos ahora a impedir que los empobrecidos del Sur se organicen, anestesiándolos a base de asistencialismo-apadrina-niños? ¿Vamos a alienar, igualmente, el potencial solidario de los ciudadanos de nuestra sociedad enriquecida?
Se hace necesario un cambio en la formas de vida y un compromiso perseverante por combatir las instituciones que causan el hambre Si el hambre es un problema político, EL PRIMER PROBLEMA POLÍTICO DE LA HUMANIDAD, se hace necesaria la presencia en la vida política de un partido que se proponga su solución como el primero y principal de sus objetivos. Si no es así, por muchos que apadrinemos, los niños seguirán muriendo víctimas del hambre y de la explotación, y el sistema que los mata seguirá durmiendo tranquilo, sabiendo que se impide la solidaridad política que es la fuerza de los pobres.
Jose Ramón Peláez
(Sacerdote diocesano de Valladolid. Licenciado en teología
y experto en Doctrina Social de la Iglesia)