¿Qué hace el Rey? Esta es la pregunta que se hacen no sé cuántas personas, pero posiblemente no pocas, en estos momentos, contemplando con indignación la política del Gobierno, al comprometer a España en la injusta invasión de Iraq e intentar hacer ver a los ciudadanos que lo ha hecho para “defender la democracia y la paz”…España tiene todavía muchos problemas que abordar y resolver, entre ellos el de la superación de la violencia terrorista, y algunos relacionados con la convivencia en su seno de pueblos y culturas diversas. La cuestión de la forma de Estado no constituye un problema actual, sobre todo mientras haya un Rey que, junto con méritos personales históricos, respeta la Constitución.Esta es la pregunta que se hacen no sé cuántas personas, pero posiblemente no pocas, en estos momentos, contemplando con indignación la política del Gobierno, al comprometer a España en la injusta invasión de Iraq e intentar hacer ver a los ciudadanos que lo ha hecho para “defender la democracia y la paz”…
Sí, señores, la democracia y la paz, porque sucede que el señor Aznar, que a sus cincuenta años no ha encontrado todavía un minuto para condenar la sublevación y la dictadura franquistas, ya no podía vivir tres o cuatro meses más soportando la tiranía y la dictadura de Sadam Hussein sobre el pueblo de Iraq y ha sentido la urgentísima necesidad de correr en auxilio de éste con los barcos, aviones y soldados puestos por Bus y Blair. Tanta desfachatez –conociendo los orígenes del presidente Aznar y viendo la resistencia tan desigual como heroica de los iraquíes y las víctimas inocentes de esta guerra, que, cualesquiera sean sus opiniones sobre Sadam, se resisten valerosamente a que ocupen su patria ejércitos invasores- colma la indignación de la inmensa mayoría de los ciudadanos, que no van a perdonar el triste papel que la vesania gubernamental está haciendo jugar a España.
La mayoría absoluta parlamentaria que le fue dada al Partido Popular en un momento no le autorizaba a implicarnos en esta guerra, desoyendo las manifestaciones clamorosas y los sondeos más unánimes que se hayan celebrado nunca. Muchos españoles no saben a quién acudir a fin de parar la guerra. “Si el Rey es el jefe del Estado, ¿por qué no la para él?”, piensan algunos.
El Rey paró ya una sublevación militar el 23-F; antes se empleó a fondo en una operación política para desmontar el régimen dictatorial y abrir paso a un sistema democrático y parlamentario. ¿Por qué no intervendría ahora, cuando el Gobierno desoye la opinión del 90% de los españoles, utilizando casi dictatorialmente su mayoría parlamentaria, frente a las proposiciones que sostienen todos los partidos políticos excepto el gobernante?
La lógica aparente de este razonamiento es falsa y peligrosa; yo diría que es el producto de una mala educación política, generada por toda una historia en que el pueblo no ha sido dueño de sus destinos y dependió de la iniciativa y el poder de las personalidades que en unos u otros momentos estaban por encima. Después de que el sistema constitucional ha comenzado a funcionar, yo siempre he criticado a algunos políticos y hombres de los medios que, sin duda con muy buena voluntad, han tratado de inducir al Rey para que se pronunciara sobre temas de política y gobierno.
Probablemente mi crítica está originada por mi republicanismo; por mi experiencia de juventud, en la que tuve ya que actuar contra un Rey, Alfonso XIII, que intervenía en todo autocráticamente; por desconfianza a una tradición dinástica anterior al actual Rey, en la que figuran personas como Fernando VII y Carlos IV. Mas, en cualquier caso, para la salud de una democracia, en la que la soberanía reside en el pueblo, me parece que es éste quien tiene la responsabilidad de cambiar a sus dirigentes en el Gobierno, de modificar rumbos políticos, y en el caso concreto que nos ocupa, de sacar a España de la guerra. Y hay que decir que el pueblo español y la espléndida juventud que algunos juzgaban, libremente, “pasota”, lo está haciendo con huelgas y manifestaciones de manera consciente y determinada. ¿Que el Gobierno hace oídos sordos? Pues en mayo hay unas elecciones municipales y autonómicas que dan a los españoles la oportunidad de hacerle pagar sus faltas, y si esa derrota es inequívoca, hasta podría generar unas elecciones anticipadas que den una solución al problema.
El Rey actuó como un líder político en la transición, y ése fue su gran mérito. Actuó como un líder político el 23-F, porque el Gobierno y los líderes políticos estaban prisioneros en el Congreso y era el único que, afrontando riesgos, estaba en libertad de actuar. Y éste es, sin duda, otro de sus grandes méritos, que ha logrado que en un país en el que hasta la derecha, con Franco, había dejado de ser monárquica, la popularidad y la estima por don Juan Carlos sean elevadas.
Pero en la transición democrática, las fuerzas que teníamos una tradición republicana y que comprendimos, dada la correlación de fuerzas que la República no era una opción posible, conseguimos una fórmula, la de la Monarquía parlamentaria, que incorporaba a la Constitución un principio republicano, consagrado por la gran revolución americana, un principio que hay que mantener en pie: el de que la soberanía reside en el pueblo.
Y un tercer mérito de don Juan Carlos ha sido aceptar y cumplir rigurosamente ese principio, respetar una Constitución que restringía radicalmente los poderes que había heredado y de los cuales él mismo contribuyó a despojarse con iniciativas políticas personales que a otra persona sin su experiencia y su sentido político le hubieran inducido a conservar mucho poder personal e incluso a tomárselo por su cuenta; poderes fácticos existían en este país que hubieran visto esta desviación con simpatía. Y no cayó en lo que hubiera sido un tremendo error.
Yo no sé lo que piensa el Rey de esta guerra, y no sé si alguien lo sabe exactamente; probablemente no. Afortunadamente, en España no existe una Corte, ni validos que estén en los secretos reales. Según la Constitución, el Rey tiene que atenerse a las posiciones que mantenga el Gobierno y su mayoría parlamentaria. Pero mi experiencia me dice que si el Rey viera con entusiasmo esta guerra, estaría cada lunes y cada martes en la televisión, exaltando el belicismo, con gran alegría de Aznar, que, a pesar de la disciplina de cemento del PP, percibe que está muy solo y lo muestra intentando huir de su responsabilidad y demonizando a la oposición. Comprendo que me aventuro mucho con esta interpretación y no quiero comprometer a nadie al hacerla. Pero es que no comprendería que nadie con sentido político esté contento con el callejón en que nos ha metido Aznar.
Y aunque más de una vez he revisado intelectualmente en mi fuero si acerté yo y cuanto lo compartimos, al hacer el compromiso de la Transición con la Monarquía, algunos acontecimientos me han hecho desechar cualquier duda. Uno de ellos, el significativo gafe cometido por el gobernador del Estado de Florida, hermano y muñidor electoral del presidente Bush, cuando se refirió al señor Aznar llamándole “presidente de la República Española”. Pensar que si a esta hora tuviéramos una República, probablemente presidencialista –siguiendo las tendencias hoy dominantes- Aznar podría ser el jefe del Estado, me lleva a la más negra melancolía; no habría quien tosiera a este personaje, que sólo en seis años de permanencia en el poder se siente atraído por las glorias imperiales de Felipe II y casa a su hija en el Monasterio de El Escorial.
¿Qué hace el Rey? Pues respetar su papel costitucional. Y hay que desear que siga haciéndolo en lo sucesivo y con cualquier Gobierno elegido democráticamente. España tiene todavía muchos problemas que abordar y resolver, entre ellos el de la superación de la violencia terrorista, y algunos relacionados con la convivencia en su seno de pueblos y culturas diversas. La cuestión de la forma de Estado no constituye un problema actual, sobre todo mientras haya un Rey que, junto con méritos personales históricos, respeta la Constitución. La presencia de banderas republicanas en las manifestaciones significa, a mi entender, que nuestro pueblo es celoso de la soberanía popular y está atento a cualquier peligro de violación. Federico de Prusia, en sus comentarios sobre El Príncipe, de Maquiavelo, escribía que “el Rey es el primer funcionario de la República”. ¡Pues eso!