¿Qué TIENE que VER el DETERGENTE SKIP con la UNIÓN EUROPEA?

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Esta pregunta parece estúpida si no fuera porque las relaciones sorprendentes son el fuerte de la UE. La Unión Europea, esa gran institución política que nace por motivos económicos, ofrece al investigador todo un puzzle de relaciones inverosímiles.Empecemos hilando cabos. SKIP es una marca de detergente propiedad de la multinacional Unilever….



Autor: Por Isidro Jiménez

¿Qué tiene que ver el detergente SKIP con la UE? Esta pregunta parece estúpida si no fuera porque las relaciones sorprendentes son el fuerte de la UE. La Unión Europea, esa gran institución política que nace por motivos económicos, ofrece al investigador todo un puzzle de relaciones inverosímiles.

Empecemos hilando cabos. SKIP es una marca de detergente propiedad de la multinacional Unilever. Esta empresa, desconocida para el ciudadano de a pie, es dueña de productos como la crema Nocilla, el tomate frito Starlux, los helados Frigo y Solero, los congelados Frudesa y Agrigel, los platos preparados Salto, las sopas Knorr, la harina y levadura Maizena, y muchos otros dirigidos tanto al consumidor final como a la gran industria. (ver lista de productos adjunta)

Con tal cantidad de marcas no es raro que se estime en 150 millones los productos que esta empresa vende cada día entre los consumidores de medio mundo. Cuentan con sedes operativas en 88 países y comercializan sus productos y servicios en otros 60 países más. Pero esta empresa, que comenzó en 1930 con la fusión de una compañía holandesa de margarina y un fabricante inglés de jabón, sigue siendo hoy tan desconocida para la mayor parte de la sociedad como sus estrechas relaciones con la esfera política europea.

Tampoco es muy conocido el señor Morris Tabaksblat, a pesar de ser un influyente político fuera del mundo de la política. Fue director de Unilever desde 1994 hasta 1999. Poco tiempo después de dejar su cargo por otro igualmente importante en otra empresa europea, se convertía en el director de la ERT, la European Round Table of Industrialists, el más influyente lobby empresarial en el ámbito de la Unión Europea Los presidentes de otras empresas como Volvo, Philips o Nestlé, ya habían pasado anteriormente por la dirección de esta organización. Es, pues, uno más de lo que el Observatorio de la Europa Corporativa (CEO: Corporate Europe Observatory) llama «político-industrial internacional».

Lista no exhaustiva de productos Unilever

Crema Nocilla, el tomate frito Starlux, los helados Frigo y Solero, los congelados Frudesa y Agrigel, los platos preparados Salto, las sopas Knorr, la harina y levadura Maizena, la margarina Artúa, las galletas Flora, la mantequilla Tulipán, el té Lipton, las mayonesas Calvé y Hellmann´s, las mermeladas Ligeresa, el suavizante Mimosín, los dentífricos Signal y Close-Up, el Champu Timotei, la laca Sunsilk, las colonias Otelo y Atkinson, los desodorantes Rexona y Axe, el papel higiénico Suave, los limpiasuelos y cristales Cif y Vim, las balletas Ballerina, los detergentes Lucil y Surf, la vaselina Vaseline, el limpiabaños Domestos, el jabón de manos Dove, los productos cosméticos Pond´s, los perfumes Calvin Klein, y muchos otros dirigidos tanto al consumidor final como a la gran industria.

Para que una empresa pertenezca a la ERT, debe mover tal cantidad de dinero que los representantes políticos la traten como un ente político de primer orden. Y es que Unilever, por ejemplo, maneja más recursos económicos que muchos de los países de África, Asia y Oceanía. De hecho, sus cuentas se parecen más a las de un país como Irlanda o Israel, que a las de una empresa privada. Sólo en el 2000, el volumen de ventas del grupo Unilever superó los 47 mil millones de Euros (cerca de 8 Billones de pesetas), similar a la riqueza anual que generan Túnez o Hungría.

Así, los altos directivos de estas megaempresas se codean frecuentemente con los ministros de economía y comisarios europeos, especialmente con los de sus países originarios, y sobre todo cuando hay que valorar la proyección económica del país fuera de sus fronteras. Son los embajadores del neocapitalismo, desconocidos por el ciudadano, pero con tanta influencia en decisiones de política económica como los especialistas de los partidos electos. Muchas de sus decisiones, totalmente alejadas del control público, pueden tener importantes repercusiones en la economía de todo un país.

La ERT, constante en su trabajo desde hace ya dos décadas, está plagada de este prototipo de personaje, discreto y todopoderoso: unos 50 presidentes y consejeros delegados de las mayores empresas transnacionales europeas. En sus inicios, a mediados de los años 80, la ERT tuvo el apoyo de los entonces comisarios europeos Davignon y Ortoli, que más tarde, cuando abandonaron sus puestos de comisarios, pasaron a formar parte de la propia ERT. No es un hecho aislado. La década de presidencia de Jacques Delors en la UE sirvió para consolidar lo que sigue siendo hoy uno de los más evidentes casos de superestructura antidemocrática: la transferencia de personal ha sido, desde entonces, una dinámica frecuente entre la ejecutiva de las multinacionales, la ERT y la propia UE.

La organización cosechó sus éxitos más notables a finales de los años 80 y principios de los 90, cuando se vieron satisfechos sus deseos de un Mercado Único y la consolidación de las Redes Transeuropeas (Trans-European Networks, TENs) de infraestructuras de transporte. También dejó huellas visibles en el tratado de Maastricht de 1991, que sentó las bases de la Unión Económica y Monetaria. En definitiva, su comunicación fluída con la élite política le ha permitido aupar los paradigmas neoliberales de la competitividad y la desregulación a un lugar todavía más privilegiado de la agenda económica europea.

Pero de vez en cuando, el rastro silencioso de esta política sumergida se deja ver. Entonces, políticos y superempresarios se hacen guiños constantes y se tienden las manos para lo que llaman «un acercamiento a las preocupaciones de la industria nacional». Los grandes grupos de presión, como la ERT, UNICE, AmCham, CEFIC (el lobby de la industria química) aparecen en su forma más institucionalizada, compartiendo mesa con la élite política europea en muy distintos foros. Algunos de estos lugares comunes, donde se trabaja conjuntamente por una política económica acorde con los más exigentes requisitos neoliberales, son la Cumbre Europea de la Empresa (European Business Summit, EBS), el Consejo Asesor sobre Competitividad (Competitiveness Advisory Group, CAG) o el Encuentro Comercial Transatlántico (Transatlantic Business Dialogue, TABD).

En estos tiempos de globalización de mercados, las grandes empresas se han convertido más que nunca en el abanderado del país que las creó y anima. Inevitablemente son una de las imágenes en el exterior más efectivas que un país promueve. Por eso desde hace unos meses, los españoles no están bien vistos por muchos argentinos, que han sufrido en esta última crisis las agresivas políticas de Telefónica en el mercado latinoamericano de las telecomunicaciones.

Las grandes corporaciones europeas, considerándose representantes naturales de la política exterior del país, en muchas ocasiones ofrecen de cara adentro la imagen de valientes abanderados de la economía nacional en tierras lejanas e inhóspitas. Otras, promueven la imagen de institución moderna que lucha por el bienestar de toda la ciudadanía europea, capaz ya de enfrentarse con sus propias armas a otras potencias mundiales. No hay que ser muy astuto para darse cuenta de que los objetivos de una superempresa privada o de la élite de un sector industrial no son lo mismo que los objetivos de la ciudadanía europea ; aunque algunos insistan en que estos intereses privados, por mucho que abarquen o justamente por eso mismo, son los intereses públicos y no sólo una parte de ellos. Lo que sí representan estupendamente los grupos de presión, que desde hace 15 años vienen acompañando la gestación del Mercado Único y la Comunidad Económica Europea, es el pensamiento económico más salvaje adoptado por las élites europeas. Ese pensamiento que, no sólo se sigue mostrando absolutamente incapaz de parar la degradación social y ambiental del planeta, sino que convive con espeluznante frialdad con los datos, cada vez más dramáticos, que la ONU (institución paradójica donde las haya), publica año tras año: cada 6 minutos muere un niño de hambre en un mundo con el doble de los recursos alimenticios necesarios….

Estos supuestos representantes de la prosperidad nacional o continental, según se requiera, recomiendan de forma habitual a sus gobiernos medidas concretas para que el país de turno sea favorecido en las negociaciones entre naciones y, sobre todo, su empresa pueda beneficiarse de las decisiones políticas en el marco de la competencia de mercados. Medidas de política exterior tan variadas como las tasas de exportación/importación, desregulación del mercado de trabajo, protección de la divisa, etcétera, son claves para garantizar el éxito de las grandes corporaciones fuera y dentro de sus fronteras.

Es evidente, por lo tanto, que las decisiones sobre la ampliación de mercados entre países son fundamentales en los objetivos de los grandes grupos empresariales, que necesitan incrementar el mercado de sus productos cada año. Pero además, lo deben conseguir en las mejores condiciones de competencia, justamente para que la competencia no sea un problema. Para ello, no hay mejor aliado de nuevo que las mismas desigualdades de base, los diferentes escenarios de la economía globalizada: producción no cualificada en lugares con mano de obra barata y desregulación laboral, producción de alta tecnología en centros especializados, obtención de materias primas a bajo precio en los países del Sur, venta de productos en mercados de alto consumo…

Dice Tabaksblat en un comunicado de la ERT que «Los europeos sólo podrán resolver sus problemas a través de la cooperación, la competitividad y el crecimiento del mercado en toda su potencia dentro de un sistema económico más integrado».

La premisa de la cooperación la cumple sin ninguna duda el señor Tabaksblat, que ha estado en estos últimos años en la junta directiva de más de diez empresas multinacionales e instituciones de presión política de primer orden. Pero lo que no cumple quizás tanto es el requisito de la competitividad. Tabaksblat, como el resto de los «políticos-industriales», lucha diariamente por eliminarla. Sus objetivos políticos (políticos incluso antes que económicos) son muy básicos:v ender más. Y para eso están los europeos, para comprar más SKIP.