¿QUIÉN DEFIENDE a la IGLESIA?. Por Juan Manuel de Prada

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Baste recordar cuál ha sido la posición de la Iglesia ante la reciente guerra de Irak; baste recordar las diatribas del Papa contra el capitalismo rampante y deshumanizado; baste recordar el compromiso de la Iglesia con los pobres, que no se limita a dedicarles hermosas palabras en los foros internacionales, como hacen nuestros políticos, sino que atiende su dolor, empeñando medios materiales y entregando vidas en el esfuerzo. Que los medios de comunicación silencien esta ingente labor de la Iglesia no significa que no exista; sólo demuestra que a los que manejan el cotarro no les interesa que se conozca. A la postre, lo que fastidia tanto a la izquierda como a la derecha es que la Iglesia, cuya única ideología es el Evangelio, no se amolde a las veleidades del cambalache político.


 

ABC , 4 de octubre de 2004
Juan Manuel de Prada

TIENE más razón que un santo mi amigo Fernando Iwasaki cuando, en su artículo «El velo zen», escribe que «ni todos los católicos son de derechas, ni todos los agnósticos son de izquierdas».

«ni todos los católicos son de derechas, ni todos los agnósticos son de izquierdas». Creo, sin embargo, que sucumbe a cierta caracterización tan falsorra como caricaturesca cuando presenta al PP como «paladín de la Iglesia Católica».

Creo, sin embargo, que sucumbe a cierta caracterización tan falsorra como caricaturesca cuando presenta al PP como «paladín de la Iglesia Católica». No negaremos que la facción política que hoy se lame las llagas en el purgatorio de la oposición pretendió en fechas recientes atraerse a las jerarquías eclesiásticas con gestos de apariencia amistosa que en realidad encubrían un «abrazo del oso»: pero ni la Iglesia la componen únicamente las jerarquías, ni su doctrina concuerda con los principios ideológicos de la derecha. Baste recordar cuál ha sido la posición de la Iglesia ante la reciente guerra de Irak; baste recordar las diatribas del Papa contra el capitalismo rampante y deshumanizado; baste recordar el compromiso de la Iglesia con los pobres, que no se limita a dedicarles hermosas palabras en los foros internacionales, como hacen nuestros políticos, sino que atiende su dolor, empeñando medios materiales y entregando vidas en el esfuerzo. Que los medios de comunicación silencien esta ingente labor de la Iglesia no significa que no exista; sólo demuestra que a los que manejan el cotarro no les interesa que se conozca. A la postre, lo que fastidia tanto a la izquierda como a la derecha es que la Iglesia, cuya única ideología es el Evangelio, no se amolde a las veleidades del cambalache político.

Tiene también Iwasaki más razón que un santo cuando denuncia la capacidad del Gobierno presidido por Zapatero para ocultar con «necias cortinas de humo» algunos de los más graves problemas que sacuden España. En esta habilidad escamoteadora Zapatero se revela como un consumado prestidigitador. Cuando dijo que su Gobierno solucionaría el problema de los astilleros, nadie acertó a vislumbrar que cumpliría su promesa de un modo tan fulminante. Zapatero sabe que el sistema de gobierno imperante es la «democracia mediática», en la que sólo existe aquello que retratan las cámaras. Le ha bastado arrojar a los homosexuales un poco de calderilla para que las cámaras se dediquen a retratar la algarabía de Chueca, dejando a su suerte a los trabajadores de los astilleros, cuyas reivindicaciones se han convertido ipso facto en una «voz que clama en el desierto» mediático.

Pero esta estratagema de la cortina de humo incorpora unos ribetes de alevosía que mi amigo no ha sabido o querido denunciar, quizá porque parte de una concepción errónea, según la cual la derecha española es el «paladín de la Iglesia». Pero a la Iglesia no la defiende nadie; precisamente por ello el Gobierno la acosa y agravia, porque sabe que sus estocadas laicistas son, en realidad, lanzada a moro muerto que nadie responderá. Creo recordar que Iwasaki escribió en alguna ocasión que en España basta vindicar los derechos de cualquier comunidad religiosa minoritaria para colgarse la medallita de tolerante y progresista; en cambio, quienes defienden a la Iglesia Católica se convierten automáticamente en representantes de la carcundia. Despotricar contra la Iglesia, vilipendiarla y ridiculizarla se ha convertido en salvoconducto de progresía; presuntos intelectuales se afanan en asestarle los golpes más rastreros, creyendo que así posan de bizarros ante la galería, cuando en realidad se están retratando como unos cobardes oportunistas. ¡Ay de quien se le ocurra deslizar una ironía contra cualquier minoría religiosa, política o sexual! En cambio, ¡qué descansado y remunerador resulta acosar a los que están inermes, porque nadie los defiende!

Querido Iwasaki: la Iglesia no tiene paladines en política. Los unos la hostigan; y los otros la abandonan a su suerte, o le dan el «abrazo del oso», según les convenga.