Juan Pablo II: ¡santo subito!

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El dos de abril de 2005 muere Juan Pablo II. De manera inmediata un grito espontáneo de la multitud congregada en la Plaza de San Pedro recorre la Iglesia y el mundo entero «¡Santo subito!» Ese clamor se ha hecho realidad Juan Pablo II será beatificado el próximo día uno de mayo por su sucesor, Benedicto XVI.

El peregrino que recorrió el mundo para proclamar la Buena Noticia de Jesucristo.


El papa que comenzó su pontificado con las palabras ¡No tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo! De ese hombre que guió a la Iglesia hasta el umbral del tercer milenio tenemos la certeza de que pertenece ya a la comunión de los santos y que puede interceder por nosotros, que su vida es ejemplar. Estos casi seis años de espera han sido un necesario camino de verificación exigido por la cautela y el rigor de Iglesia. Aunque millones de creyentes tienen desde el primer momento la certeza de la santidad de Karol Wojtyla, fue necesario estudiar a fondo su vida y su obra, saber cómo esa santidad tiene su efecto práctico entre quienes lo invocan como intercesor.


La celebración de la beatificación de Juan Pablo II el primero de mayo no es casual, tiene un triple sentido. El primero es que un papa obrero será beatificado el día del trabajo. No olvidemos que cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol Wojtyla tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química, para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania. Una preocupación por el mundo obrero que se vio reflejada en una importante encíclica titulada Laborem exercens de la que la Iglesia celebra su treinta aniversario este año. Su defensa de la primacía del trabajo sobre el capital, de lo humano sobre lo material, no eran reflexiones teóricas sino que partían de su dura experiencia como trabajador.


Por otro lado, el uno de mayo es el comienzo del mes de María. La importancia de la figura maternal de María en la vida de Karol Wojtyla, que muy pronto perdió a su madre, fue tal que el lema de su pontificado fue Totus tuus. Todo tuyo, palabras que expresan su entrega a María como la guía y modelo que le acompaña en su seguimiento de Jesucristo.


Por último el primero de mayo coincide este año con el domingo de la Divina Misericordia, una fiesta que implantó el propio Juan Pablo II con objeto de fijar la misericordia divina como el fundamento, mucho más que la Justicia humana, de la dignidad del hombre. Sobre este tema también elaboró una encíclica titulada Dives in misericordia en la que nos muestra a Dios especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad. Donde reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes se necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la dignidad del hombre se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano.


Un sufrimiento que poco a poco se fue haciendo cada vez más con más espacio en su vida. Así podemos leer como escribe ya el  5 de marzo de 1982: «El atentado contra mi vida, el 13.V.1981, ha confirmado, en cierto modo, la exactitud de las palabras escritas durante los ejercicios espirituales de 1980. Siento aún más profundamente que estoy totalmente en las Manos de Dios – y permanezco continuamente a disposición de mi Señor, encomendándome a Él en Su Inmaculada Madre (Totus Tuus)». Muchos años después su muerte en la fragilidad fue un ejemplo para todos nosotros de cómo dejar la propia vida en manos de Dios.