Juan Peiró Belis vino al mundo en Barcelona, el 18 de febrero de 1887. ¿Quién fue Juan Peiró? Unamuno contestaba: Casi nada, nada menos que todo un Hombre.
Un hombre en una época donde se dejaba de ser niño a los ocho años, a los quince eran adultos y viejos a los cuarenta. Nació en la miseria de una familia obrera, y a los ocho años empezó a recorrer -dirá su hijo José- en vez del camino normal de la escuela, el duro calvario de la fábrica, donde en medio del sudor, golpes y lágrimas empezó el aprendizaje de su vida.
Seguí le despertó a las ideas sindicales. En palabras de su hijo, si en vez de consagrar su vida a las ideas anarquistas, hubiera militado bajo la bandera del socialismo o entre las filas del cristianismo, hubiera continuado siendo un luchador íntegro y sincero; Mosen Jacinto Verdaguer, vestía sotana y, sin embargo, ¿cuántos «anarquistas» son acreedores del respeto y admiración que nos merece tan ilustre prelado? No son las ideas las que significan al hombre, sino el individuo que las honra por la honestidad con que las sirve. Y Peiró, como Mosen Jacinto, como el cura de Ars, sirvió dignamente a sus ideas porque era portador de un ego profundamente humano que hubiera elevado el impacto moral de no importa qué ideología.
Su primera acción fue la de organizar una huelga de aprendices en la fábrica donde trabajaba. A pesar de ser ya todo un militante obrero, la miseria le tuvo analfabeto hasta los 23 años. Sin saber leer llevaba siempre un ejemplar de la Soli, o El Vidrio bajo el brazo. Le dolía tanto esa falta, que aprendió a leer gracias a su primo Elio Belis, que le enseñaba de madrugada, después de 14 horas de trabajo. Aprendió con tanto tesón que llegaría a ser uno de los periodistas más destacados de la prensa obrera, y de los obreros que más escritos dejaron, tanto periodísticos, como organizativos.
De 1912 a 1920 fue secretario general de los obreros vidrieros y cristaleros de España. Defendió siempre la unidad de todos los trabajadores por encima de tácticas y procedimientos. Abogó por la unidad CNT-UGT; en 1920 fue detenido y trasladado a pie y encadenado de Barcelona a Vitoria (600 Km). Puesto en libertad en 1922, comenzó a trabajar en la Cooperativa de Obreros Vidrieros que un grupo de anarcosindicalistas había puesto en marcha en Badalona. A esta empresa se vinculará profundamente hasta el final de la Guerra Civil. En 1922 fue secretario del Comité Nacional de la CNT.
En 1923 fue víctima de 2 atentados de los que salió ileso por casualidad. En el curso de su vida fue detenido tal cantidad de veces que ni él mismo llegaba a recordar. Al producirse el golpe de estado de 1923, Peiró es encarcelado de nuevo. Desde la cárcel se dedicará a combatir con dureza el sectarismo ideológico de ciertos anarquistas. Todos esos años los pasó entre la cárcel, el exilio francés o la clandestinidad. Fue director de Solidaridad Obrera y al comienzo de la II República, firmó con Pestaña el manifiesto de los Treinta, lo cual le enfrentó a las posturas extremistas de su organización.
Repudió siempre la violencia. Hombre luchador, de formas rudas, hablaba sin rodeos ni conveniencias y a su vez desprendía una gran bondad. Metódico de costumbres, se levantaba a las 3 de la mañana para entrar a trabajar a las 4. A mediodía, de regreso a casa, comía e inmediatamente se iba a la secretaría del Sindicato donde trabajaba hasta las 9 de la noche, y salvo las frecuentes reuniones nocturnas, llegaba a su casa y se acostaba. Sólo las frecuentes detenciones, y los domingos por la tarde que los dedicaba a ir con la familia a pasear o a ir al teatro, rompían su constante actividad. La familia de Peiró fue una familia numerosa. Su mujer de toda la vida era Mercedes Olives, abnegada, de aspecto delicado pero cuya alma encerraba, según describen de ella, el temple acerado de una espada toledana. Mercedes, sacrificó juventud y bienestar, compartiendo la vida con su marido e hijos. Le acompañó en el horno de vidrio, en la cárcel, en el exilio, y hasta recibiendo a personalidades en su época de ministro.
Estallada la Guerra en 1936, movilizó toda su influencia y prestigio moral para oponerse a los derramamientos de sangre, a los crímenes políticos y a las venganzas personales, salvando a muchas personas. En noviembre de 1936 es nombrado Ministro de Industria en el Gobierno de Largo Caballero, junto a otros tres anarcosindicalistas. En una ocasión, le intentan sobornar, y acuden a su casa a ofrecerle un dineral. Juan les expulsó a gritos. Esa noche, según cuenta su hijo, sólo tenían para cenar una patata y un par de zanahorias.
Como ministro, presentó importantes proyectos, defendiendo siempre la autogestión obrera. Los delegados comunistas frenaron todas sus iniciativas. Finalizada la actuación ministerial, regresó de nuevo al horno en la Cooperativa de Vidrio. Caída ya Barcelona, se dirigió con parte de su familia a Francia. Fue el representante de la CNT en la Junta de Ayuda al Refugiado, y a pesar de pasar dinero por sus manos, comía una sola vez al día para ayudar a los exiliados. En 1940 fue entregado a Franco por la GESTAPO y fue internado en la cárcel de Valencia.
Durante su prisión recibió la visita de muchas personalidades del régimen franquista para ofrecerle un puesto de oro y su libertad a cambio de dirigir los Sindicatos Verticales. Al no querer quebrantar su fidelidad un Consejo de guerra le condena a muerte. De nada valieron los testimonios de los hermanos maristas de Barcelona y otros enemigos políticos en su favor. La pena es ratificada por el Consejo de ministros y es fusilado en Paterna el 24 de julio de 1942. El militar de oficio que le defendió, quedó tan impresionado con su bondad, y tan horrorizado con la injusticia cometida, que abandonó su carrera en el ejército. Ajusticiaron a un justo, a un hombre que en aquellos años de oscuridad, hizo a muchos reconciliarse con la raza humana. Su vida fue sin duda un apostolado moral.
«…Si la revolución consistiera en robar y matar, los ladrones y asesinos serían los más grandes revolucionarios. Justamente, es todo lo contrario. Los más grandes revolucionarios, de los cuales la historia se complace en hablar, son los que más lejos se encuentran siempre de todo derrame de sangre y de la amoralidad de las expropiaciones para el provecho personal…» Juan Peiró |
Del libro: Militantes Obreros. Semblanzas
(Ed. Voz de los sin Voz)