Judío, se infiltró en las SS, salvó vidas y se hizo católico

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Oswald Rufeisen era en 1939 un muchacho polaco de apenas 17 años, pobre e inteligente, con un don especial para hablar idiomas de forma tan fluida que incluso el alemán podría pasar por ser su lengua materna. Era miembro del movimiento sionista Akiva, proclive a la experiencia de vida en un kibbutz.

Con la invasión de Polonia por parte de los nazis primero, y los soviéticos, después, Oswald tuvo que hacer las maletas y huir a una pequeña ciudad al este de Polonia llamada Mir, frontera con Rusia, de apenas cinco mil habitantes, de los cuales un tercio eran judíos.


En el trayecto hacia Mir se encontró al borde del camino una bolsa con los documentos de un alemán que se le parecía de forma extraordinaria: rubio, ojos azules… podía pasar por ser un auténtico alemán de raza aria. Eso le permitió acceder a un puesto en la policía para ser promocionado más adelante, en otoño de 1942, en la temida SS, la policía militar nazi.


El nuevo cometido de Oswald como miembro de las SS era ser el traductor del jefe de la zona: Serafamovich, temido por sus colaboradores y por los judíos, a los que atemorizaba sin piedad.


Desde su privilegiado puesto, Oswald recibía información puntual de los nuevos objetivos de la represión de las SS a los judíos. Así, el día señalado por Serafamovich para liquidar el gueto de Mir, Rufeisen se las arregló para informar a los jefes de la resistencia, facilitarles un arsenal de armas y, entretanto, despistar a la policía militar llevándoles a otra zona con la excusa de capturar unos partisanos rusos.


Como las operaciones de las SS para liquidar a los judíos fracasaban una y otra vez, los nazis comenzaron a sospechar de Oswald. Interrogado por un oficial de las SS y viendo que no tenía muchos argumentos de defensa, agarró un fusil que tenía a mano y salió alocadamente, esquivando los disparos que pretendían detenerlo.


Tras una jornada corriendo sin rumbo fijo, y completamente exhausto, pudo encontrar refugio en un convento de monjas que lo escondieron en una buhardilla. Allí leyó una revista sobre milagros que habían sucedido en Lourdes que le impactaron tanto que pidió un Nuevo Testamento. «Estaba lleno de interrogantes. -comenta Oswald- Me preguntaba por qué sucedían cosas tan trágicas a mi pueblo. Me sentía un judío, me identificaba con la difícil situación de mi pueblo. También me sentía sionista».


«Tenía prejuicios contra la Iglesia -continua Oswald-. En el convento, solo, me creé un mundo artificial pretendiendo que dos mil años no hubieran pasado nunca. En este mundo de fe que yo mismo me había creado me confronté con Jesús de Nazaret. (…) La historia de Jesús es una parte de la historia judía. Así seguí los intercambios de ideas y controversias entre Jesús y algunos judíos».


«Me encontré de acuerdo con la visión y la actitud de Jesús frente al judaísmo – señala Rufeisen-. Sus sermones me tocaban profundamente. En este proceso olvidé todo lo que sucedió más tarde en la relación entre judíos y cristianos. Al mismo tiempo, necesitaba un maestro, a alguien que me indicara el camino, un guía, alguien fuerte, y así llegue al momento en que Jesús muere en la cruz y después resucita. De repente, no sé como, identifiqué su sufrimiento y su resurrección con el sufrimiento de mi pueblo y la esperanza de su resurrección.


Comencé a pensar que si un hombre justo muere, no por sus pecados sino por las circunstancias, entonces debe ser Dios, porque es Dios quien devuelve la vida. Entonces pensé que si existía la justicia para Cristo en la forma de la resurrección, existiría también alguna forma de justicia para mi pueblo».


«Cuando comprendí que me encontraba frente a la decisión de abrazar el catolicismo comenzó en mí una batalla psicológica -dice Oswald-. Tenía todos los prejuicios sobre los judíos que se convierten al cristianismo. Perfectamente consciente de esto, temía que mi pueblo me rechazará. En realidad, no lo hicieron. En cualquier caso, la batalla psicológica duró dos días. Durante todo este tiempo lloré mucho, pidiendo a Dios la guía. No era una batalla intelectual. Intelectualmente aceptaba a Jesús».


«Todo el problema -continua Oswald- concernía a la futura relación con mi pueblo judío, con mi hermano, quizá con mis padres si estaban vivos… Tendría que reconducir los elementos judíos al Nuevo Testamento, yo mismo iba a ser uno de estos elementos judíos, y otros conmigo. Hay muchas personas como yo, cristianos que se consideran judíos«.


Oswald pidió el bautismo a la Madre Superiora del convento. «Pero si no sabes nada del cristianismo», objetó la religiosa. «Creo que Jesús fue el Mesías. Por favor, bautíceme hoy». Habían pasado tan sólo tres semanas de la huída del cuartel de las SS en Mira, y de ser un sionista radical, estaba a punto de abrazar el catolicismo.


Una vez bautizado por una de las hermanas de la Resurrección, y ante los continuos registros que efectuaban los nazis, Oswald salió del convento para adentrarse en el bosque y colaborar con los partisanos rusos hasta que Polonia fue ocupada nuevamente por los soviéticos, expulsando a los nazis del territorio.


Oswald desapareció de Mir en 1944, y reapareció de nuevo en 1952, pero ya como padre Daniel María del Sagrado Corazón de Jesús. Era sacerdote y carmelita. Su gran sueño, vivir en Israel, pudo cumplirlo en 1956 al trasladarse al convento carmelita de Haifa, donde se reencontró con su único hermano, miembro de un moshav, así como a los amigos del movimiento Akiva y otros supervivientes judíos de Mir.