JUGAR con las PALABRAS ES COSA SERIA

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En estas últimas semanas, no sé cuántas veces he leído y escuchado en todos los medios la palabra «solidaridad»…en especial por la catástrofe del sudeste asiático (catástrofe humana, no natural), que a todos ha conmovido, y estremecido. Por eso, me he parado a intentar descubrir qué significa esa palabra: ¿qué es solidaridad?…

Por Nayra Pérez Hernández

Jugar con las palabras es cosa seria. Es difícil, muy difícil, definir una palabra. Acometer esta tarea, incluso de la aparentemente más «sencilla», viene siempre acompañado de la sombra de la traición, aun dentro de una misma lengua. Esto, sin considerar otros problemas que hacen todo más complejo, como el desgaste histórico, natural, de las palabras, y cuánto no menos la en muchas ocasiones consciente y premeditada manipulación de éstas, su alteración, su vaciado… El lenguaje es la «materia» del pensamiento, y su control, hoy más que nunca, no es baladí.

En estas últimas semanas, no sé cuántas veces he leído y escuchado en todos los medios la palabra «solidaridad», propiciado, sin duda, por el ambiente navideño, que despierta nuestros mejores deseos (y a nuestras tarjetas de crédito), y, en especial, la catástrofe del sudeste asiático (catástrofe humana, no natural), que a todos ha conmovido, y estremecido. Por eso, me he parado a intentar descubrir qué significa esa palabra: ¿qué es solidaridad?. Y abro mi ventana, y veo: los dieciocho países que integraban la Conferencia de Donantes celebrada en Ginebra se comprometieron a donar a la ONU 717 millones de dólares destinados a las víctimas, y algunos estados incluso hablaron de «suspender» por un período el pago de la deuda a los pueblos afectados. Más cerca, en España, imitando la iniciativa de otros países y jalonado por uno de los grupos más importantes de comunicación, arrasó la campaña de ayuda por mensaje de teléfono móvil. Etcétera.

Hace unos años, alguien me dio una definición de «solidaridad» muy simple, pero muy clarificadora, y que hice «mía»: en una noche oscura, de ésas de tormenta y lobos, ¿qué no haría una madre por salvar a un hijo enfermo?

Dar una cantidad de dinero ridícula en comparación a los gastos en armamento de cualquiera de estos países «solidarios», perdonar el cobro de la deuda externa cuando está ya más que pagada, sin olvidar que sus economías se sostienen en el robo material y humano a estos países, o comprar «solidaridad» por un euro el mensaje, menos de lo que me gasto en el desayuno con los compañeros del trabajo, y comparado con lo que nos gastamos en cenas y regalos esos mismos días, poco tienen que ver con la solidaridad, y parece, cuanto menos, algo ridículo. Y es que solidaridad no se entiende sin amor. Hablemos, por eso, de ayuda, pero no de solidaridad. Ayuda cínica e interesada de los países ricos, que vieron destruido, entre otros negocios, uno de sus paraísos de vacaciones, y edén del turismo sexual infantil. Y echemos la culpa al mar. Tampoco es solidaridad el mensaje de móvil, con perdón, pues no pondré en duda la buena voluntad y buenos sentimientos de todas las personas que se sumaron a la iniciativa.

La semana pasada, igualmente, UNICEF presentaba en la capital grancanaria su informe sobre la situación mundial de la infancia. Pobreza, guerras, enfermedad… los niños siguen siendo las mayores víctimas de este mundo salvaje. Aparte de no mencionar la esclavitud infantil, que afecta, mejor dicho, aplasta a más de 400 millones de niños, lo que la organización ofrecía a la ciudadanía era colaborar en su campaña haciendo ingresos en una cuenta bancaria.

¿Son éstas respuestas eficaces? ¿por qué no se va a las causas de los problemas? La solidaridad exige responder en la medida que el otro necesita, no en la medida en que yo tranquilice mi conciencia. ¿En qué se parecen estos hechos a la acción de una madre, cualquier madre que ama a su hijo, que saltaría casi a ciegas un precipicio por salvarlo? ¿Para cuándo promover una acción política, pues la naturaleza de la injusticia es estructural?