La obra Utopía, escrita a principios del siglo XVI tiene hoy tanta vigencia como entonces. Hombres como Santo Tomás Moro se adelantaron a su tiempo y dieron la vida por la Justicia y la fraternidad entre los hombres. Ejemplo extraordinario de libertad y de fidelidad a la ley de la conciencia ante exigencias moralmente inaceptables, aunque fueran autorizadas…
Ese es el único camino para asegurar a nuestro mundo un futuro pacífico, arrancando de raíz las causas de conflictos y guerras: la paz es fruto de la justicia.» «Viene espontáneamente a la mente la figura luminosa de santo Tomás Moro, ejemplo extraordinario de libertad y de fidelidad a la ley de la conciencia ante exigencias moralmente inaceptables, aunque fueran autorizadas.» manifesto el Papa.
«¿Qué justicia es la que autoriza que un noble cualquiera, un orfebre, un usurero o cualquier otro que no hacen nada o hacen cosas contrarias al Estado, puedan llevar una vida regalada sin mover un dedo o en negocios sucios y sin responsabilidad? Entretanto el criado, el cochero, el artesano, el labriego andan metidos en trabajos que no aguantarían ni los animales por los duros y al mismo tiempo tan necesarios que sin ellos la república se vendría abajo antes de un año. Apenas les llega para alimentarse malamente y llevan vida peor que la de las mismas bestias. Éstas, al menos, no soportan trabajo tan continuo; aunque les den peor comida la soportan más fácilmente y además no tienen las preocupaciones del futuro. A todos éstos los mata el trabajo presente, tan estéril como infructuoso, y les desazona el pensamiento de su pobre ancianidad. Si no les llega para malvivir, ¿cómo pueden ahorrar para su ancianidad?
¿No es injusta una sociedad que se vuelca con los llamados nobles, los manipuladores y los traficantes de cosas inútiles, aduladores y perezosos? Por el contrario deja en el olvido a los labradores, los carboneros, los braceros, caballerizos y obreros sin cuyo trabajo no puede subsistir la república ni obtenerse bien alguno. ¿No es injusto abusar de su trabajo cuando están en pleno vigor y, cuando el peso de los años, las privaciones y la enfermedad cae sobre ellos, condenarles a una muerte miserable sin tener en cuenta sus muchos desvelos y trabajos? ¿Qué podemos pensar de esos ricos que diariamente expolian al pobre? En realidad lo hacen al amparo, no de sus propias maquinaciones, sino amparándose en las mismas leyes. De esta manera, si antes parecía una injusticia no recompensar debidamente a quienes lealmente lo habían servido, estos tales se han ingeniado para sancionar legalmente esta injusticia con lo que la república viene a ser más aborrecida.
Cuando contemplo el espectáculo de tantas repúblicas florecientes hoy en día, las veo (que Dios me perdone) como una gran cuadrilla de gentes ricas y aprovechadas que, a la sombra y en nombre de la república, trafican en su propio provecho. Su objetivo es inventar todos los procedimientos imaginables para seguir en posesión de lo que por malas artes consiguieron. Después podrán dedicarse a sacar nueva tajada del trabajo y esfuerzo de los obreros a quienes desprecian y explotan sin riesgo alguno. Cuando los ricos consiguen que todas estas trampas sean puestas en práctica en nombre de todos, es decir, en nombre suyo y de los pobres, pasan a ser leyes respetables.
Pero estos hombres despreciables que con su rapiña insaciable se apoderan de unos bienes que hubieran sido suficientes para hacer felices a la comunidad, están bien lejos de conseguir la felicidad que reina en la república utopiana. Allí la costumbre ha eliminado la avaricia y el dinero, y con ellos cantidad de preocupaciones y el origen de multitud de crímenes. Pues todos sabemos que el engaño, el robo, el hurto, las riñas, las reyertas, las palabras groseras, los insultos, los motines, los asesinatos, las traiciones, los envenenamientos son cosas que se pueden castigar con escarmientos, pero que no se pueden evitar. Por el contrario las elimina de raíz la desaparición del dinero que elimina al mismo tiempo el miedo, la inquietud, la preocupación y el sobresalto. La misma pobreza que parece que se basa en la falta de dinero desaparece desde el momento en que aquél pierde su dominio.
Quiero poner esto en claro con un ejemplo que vamos a examinar. Pensemos en un año malo y de poca cosecha en el cual han perecido de hambre miles de hombres. Estoy seguro de que, si al cabo de esta catástrofe se abren los graneros de los ricos, se encuentra en ellos tanta cantidad de grano que si se hubiera repartido entre todas las víctimas de la peste y el hambre no se habría enterado nadie de los rigores de la tierra ni del cielo. Nada más sencillo que alimentar a la humanidad. Pero el bendito dinero, inventado para lograr más fácilmente el camino del bienestar, es el cerrojo más duro que cierra la puerta del mismo.
Pienso que los ricos se dan cuenta de esto. Saben que no hay nada mejor que tener lo que se necesita. Sin abundar en superficialidades, es multiplicar disgustos vivir asfixiados por tantas riquezas».