Ofrecemos un fragmento, publicado por el diario Corriere della Sera, de L´Europa di Benedetto nella crisi della cultura, el nuevo libro del Papa Benedicto XVI
Sin Dios, nada se construye
Revista Alfa y Omega
7-07-2005
Por Benedicto XVI
En el debate acerca de la definición de Europa, en torno a su nueva forma política, no está en juego una batalla nostálgica por una cierta vuelta a épocas pasadas, sino sobre todo una gran responsabilidad por la Humanidad de hoy.
Echemos una mirada de cerca a la contraposición entre las dos culturas que han marcado Europa. En el debate sobre el Preámbulo de la Constitución europea, tal contraposición se hace evidente en dos puntos concretos: la referencia a Dios y la referencia a las raíces cristianas de Europa. Se dice que, visto que en el artículo 52 se garantizan los derechos institucionales de la Iglesia, podemos estar tranquilos. Pero eso significa que, en la vida de Europa, la Iglesia tiene un lugar en el ámbito del compromiso político, mientras que, en lo que se refiere a las bases de Europa, la impronta de su contenido no encuentra espacio alguno. Las razones que se dan en el debate público a este neto No son superficiales, y es evidente que, más que indicar la verdadera motivación, la esconden. La afirmación de que la mención a las raíces cristianas hiere los sentimientos de muchos que no son cristianos, es poco convincente, ya que se trata, ante todo, de un factor histórico que nadie puede negar seriamente. Naturalmente, esta mención histórica contiene también una referencia al presente, desde el momento en que, al hablar de la raíces, se indican las fuentes de orientación moral, y éstas son un factor de identidad en esta formación que es Europa. ¿Quién se siente ofendido? ¿Quién ve su identidad amenazada? Los musulmanes, con los que tanto cuidado se tiene, no se sienten amenazados por nuestras bases morales cristianas, sino por el cinismo de una cultura secularizada que niega estas mismas bases. Tampoco nuestros conciudadanos hebreos no se sienten ofendidos por la referencia a las raíces cristianas, en cuanto esas raíces se extienden al monte Sinaí: llevan la impronta de las voces que se hicieron sentir sobre el monte de Dios, y nos ligan a las grandes orientaciones fundamentales que el Decálogo ha legado a la Humanidad.
Lo mismo vale para la referencia a Dios: no es la mención de Dios lo que ofende a los que pertenecen a otras religiones, sino sobre todo la intención de construir la comunidad humana absolutamente sin Dios.
Las motivaciones para este doble No son profundas. Presupongo la idea de que solamente la cultura ilustrada radical, la cual ha alcanzado su pleno desarrollo en nuestro tiempo, podría ser constitutiva de la identidad europea. Junto a ella pueden coexistir diferentes culturas religiosas con sus respectivos derechos, a condición de que respeten los criterios de la cultura ilustrada y se subordinen a ella. La cultura de la Ilustración está sustancialmente definida por el derecho a la libertad. Parte de la libertad como un valor fundamental que lo mide todo: la libertad de elección religiosa, que incluye la neutralidad religiosa del Estado; la libertad de expresar la propia opinión, a condición de que no ponga en duda este canon; el ordenamiento democrático del Estado, con el consiguiente control parlamentario de los organismos estatales; la libre formación de partidos; la independencia del poder judicial; y la tutela de los derechos del hombre y la prohibición de discriminación. Aquí el canon está todavía en vías de formación, ya que hay derechos que parecen confrontados, como por ejemplo el deseo de libertad de la mujer y el derecho a la vida del nasciturus. Así, el concepto de discriminación se alarga cada vez más, y la prohibición de discriminar se puede transformar en una limitación de la libertad de opinión y de la libertad religiosa.
Confusa ideología de la libertad
Bien pronto no se podrá afirmar que la homosexualidad, como enseña la Iglesia católica, constituye un desorden objetivo en la estructuración de la existencia humana. Y el hecho de que la Iglesia está convencida de no tener el derecho a conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, está considerado por algunos como algo irreconciliable con el espíritu de la Constitución europea. Es evidente que este canon de la cultura ilustrada contiene valores importantes, de los que no podemos prescindir; pero también es evidente que la concepción mal definida –o no definida, de hecho– de la libertad, comporta inevitablemente contradicciones. Un uso radical de la libertad conlleva limitaciones que esta generación no puede siquiera imaginar. Una confusa ideología de la libertad conduce a un dogmatismo que se revela, como siempre, hostil a la libertad.
En el diálogo, necesario, entre no creyentes y católicos, nosotros los cristianos debemos permanecer fieles a esta línea de fondo: vivir una fe que proviene del Logos, de la Razón creadora, y por tanto abierta a todo aquello que es verdaderamente racional. Pero en este punto quiero, en mi calidad de creyente, hacer una propuesta a los no creyentes: en la época de la Ilustración se intentó entender y definir las normas morales esenciales diciendo que serían válidas etsi Deus non daretur, aun en el caso de que Dios no existiese. Ante las contraposiciones de las diferentes confesiones y en la crisis referida a las distintas imágenes de Dios, se intentó poseer valores morales esenciales más allá de contradicciones, y buscar para ellos una evidencia independiente de las divisiones e incertezas de las distintas filosofías y confesiones. Así, se quería asegurar las bases de la convivencia y, en general, de la Humanidad. En aquella época parecía posible, en cuanto que las grandes convicciones de fondo, procedentes en gran parte del cristianismo, parecían innegables. Pero ya no es así. La búsqueda de una certeza tranquilizadora, que pudiese mantenerse incontestada más allá de todas las diferencias, es algo fallido. Ni siquiera el esfuerzo, verdaderamente grandioso, de Kant ha podido crear la necesaria certeza compartida. Kant había negado que Dios pudiese ser conocido en el ámbito de la sola razón; pero, al mismo tiempo, había situado a Dios, la libertad y la inmortalidad como postulados de la razón práctica, sin los cuales, según él, no era posible la actuación moral. ¿La situación al día de hoy no nos podría hacer pensar que puede tener razón? Lo diré con otras palabras: la tentativa, llevada hasta el extremo, de plasmar las cosas humanas dejando completamente de lado a Dios nos conduce siempre a lo más hondo del abismo, al desamparo total del hombre. Deberíamos, entonces, dar la vuelta al argumento de los ilustrados y decir: también quien no ha encontrado la vía de Dios debería buscar vivir y dirigir su vida si Deus daretur, como si Dios existiese. Éste es el consejo que ya daba Pascal a los amigos no creyentes; es el consejo que damos también hoy a los amigos que no creen. Así ninguno queda limitado en su libertad, y así todas nuestras cosas encuentran un sostén y un criterio del cual tenemos urgente necesidad.
Denuncia y esperanza
El nuevo libro de Benedicto XVI, publicado hace dos semanas en Italia, fue presentado por el Presidente del Senado italiano, Marcello Pera, y por el Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, cardenal Camillo Ruini, en un clima de expectación por la actualidad de su contenido
La cultura, la vida, la fe y una Europa en busca de su identidad son los grandes temas que recorre el Papa Benedicto XVI en su último libro, L´Europa di Benedetto nella crisi della cultura, ya publicado en Italia. Los encargados de la presentación fueron Marcello Pera y el cardenal Camillo Ruini. El Presidente del Senado italiano, que se ha declarado no creyente, afirmó que «este libro es profundamente actual, porque habla en términos claros de la crisis de Europa y de temas de bioética. Es un libro asumible también por los no creyentes, por lo acertado de sus propuestas de vida. Es también un gran libro de denuncia: contra un cristianismo que reduce el núcleo del mensaje de Cristo a los valores del Reino –al hacerlo, se olvida a Dios mismo y se le sustituye por los solos valores–; denuncia también de una cultura laicista que tiende a eliminar toda confesión de fe de la vida pública. Europa ha desarrollado una cultura que, de un modo desconocido en la historia de la Humanidad, excluye a Dios de la conciencia pública».
El cardenal Camillo Ruini afirmó, en la presentación del libro, que el Papa «ha afrontado los nudos decisivos de la cultura europea en relación con el cristianismo, que en Europa ha recibido su impronta cultural e intelectual más eficaz, y permanece, por tanto, vinculado de modo especial a Europa misma. En nuestros días, se ha desarrollado una racionalidad científica y funcional que ha traído como consecuencia la concepción de que Dios no existe o, cuando menos, no puede ser aceptado, por lo que toda referencia a Él debe ser eliminada de la esfera pública. El libro contiene una propuesta positiva: lo propio del cristianismo es ser la religión del Logos; ésa es su fuerza, frente a una cultura en la que prima una naturaleza irracional en la que el hombre y su racionalidad serían un subproducto. De hecho, la racionalidad del universo no puede ser explicada sobre la base de lo irracional, por lo que el Logos, la Inteligencia creadora, resulta la mejor hipótesis. Este Logos se ha manifestado como amor en Cristo crucificado, y sólo como amor se concreta la plena realización de nuestra existencia».
Juan Luis Vázquez